PREGUNTAS INCÓMODAS
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
¿Qué será de esa pobre gente sin rostro que cruza abigarrada el océano en embarcaciones maltrechas o atraviesa Europa caminando con los pies enfangados y los hijos a cuesta arriesgando sus vidas para buscar otra más digna y con mayores posibilidades de supervivencia que la que dejan atrás?
¿Cuántos quedarán por el camino: enfermos, rotos, agotados, desconsolados, perdida la esperanza e incluso abandonando porque han llegado al límite de sus fuerzas físicas y de la extenuación mental?
¿Quiénes de nosotros, sociedad teóricamente cultivada, robustecida, satisfecha y con principios, que observamos con desgana apoltronados en el sofá las noticias terribles que asoman a nuestros ojos en cada noticiario apenas unos segundos para continuar con otros sucesos menos deprimentes y permitir, de ese modo, que no se nos atragante la comida o nos cale el sentimiento; quienes de nosotros –repito- toman conciencia real y hacen algo útil en la medida de sus posibilidades para que entre todos podamos evitar esta diáspora insensata y a todas luces insensible?
¿Cómo es posible que nos enternezca una penosa escena infantil en los cines y a muchos incluso se le escape una lagrimita porque resulta fácil en esos momentos ser sensible (o sensiblero), y sin embargo no nos conmocione hasta taladrarnos el alma la imagen de otros niños –esta vez reales- cuyos cuerpos sin vida flotan en la mar o se mecen al amparo de las olas de una playa donde les ha llevado la corriente?
¿Qué futuro espera a una generación de almas que deambulan sin tino hacia donde pueden porque están jugando con ellos, fabricando un laberinto de muros por los que no les dejan pasar, como ese ratón de laboratorio que se estudia instalándole trabas para comprobar su reacción y el límite de su supervivencia?
Los países económicamente más fuertes estamos condenando de forma deliberada a una o dos generaciones de delincuencia como medio de vida, de falta de formación y porvenir; en una palabra de malvivir porque los niños y jóvenes de ahora ya sabemos de cierto que no tendrán futuro, o al menos un futuro decente, ese que merecemos todos, y tal condena la sufrirán por el mero hecho de haber huido de un mundo de guerras, de pobreza o de violencia e intentar sobrevivir en un lugar mejor.
Todos nacemos y vivimos en este mundo, pero no hay duda de que son muchos y muy diferentes los universos en que cada uno existimos por el simple hecho de afincarnos en un pedazo de tierra que esté situada en un lugar rico o pobre. ¿Cuántas posibilidades se pierden en el mal llamado “tercer mundo” por no dar opciones a sus gentes? ¿Acaso no habría entre ellos gente destacada, profesionales, personas libres en definitiva que, tan solo por haberles concedido la posibilidad de estudiar habrían crecido mentalmente y descubierto otra existencia más rica y plural que les sacaría de un escenario real de incultura y dejación en la que viven?.
¿Y qué decir de la situación absolutamente crítica de muchas mujeres, vejadas, humilladas, perseguidas o violadas por el mero hecho de serlo, utilizadas como moneda de cambio en las guerras, compradas o vendidas por la propia familia a cambio de unas monedas, ninguneadas y ocultas ante una sociedad de hombres que las cosifican y anulan por justificar una religión o unas costumbres que son, a todas luces, delirantes?
Son unas pocas preguntas incómodas que me surgen tras escuchar con indefensión e impotencia cada noticiario, leer prensa o acomodarme en la bien llamada sociedad “de primera clase”. La pregunta que nace a continuación es: ¿Qué se puede hacer? Quizá el hecho de ser conscientes de existencias injustas en la misma sociedad que la nuestra, tan solo a unas horas en avión de nuestra propia casa, sea ya una forma de actuar. En ocasiones la sensibilización de un problema conduce a su resolución; otras veces no surte efecto inmediato, pero siempre es importante conocer la realidad por dura o increíble que parezca. Existen varias posibilidades: denunciar, manifestarse, escribir sobre el tema para darlo a conocer (es bien cierto el dicho aquel de que “lo que no se ve, no existe”) pero, sobre todo, no olvidarnos de que existen personas en esta sociedad nuestra cuyos derechos son sistemáticamente despreciados, sin argumentos y sin sentido alguno.
¿Cuántos quedarán por el camino: enfermos, rotos, agotados, desconsolados, perdida la esperanza e incluso abandonando porque han llegado al límite de sus fuerzas físicas y de la extenuación mental?
¿Quiénes de nosotros, sociedad teóricamente cultivada, robustecida, satisfecha y con principios, que observamos con desgana apoltronados en el sofá las noticias terribles que asoman a nuestros ojos en cada noticiario apenas unos segundos para continuar con otros sucesos menos deprimentes y permitir, de ese modo, que no se nos atragante la comida o nos cale el sentimiento; quienes de nosotros –repito- toman conciencia real y hacen algo útil en la medida de sus posibilidades para que entre todos podamos evitar esta diáspora insensata y a todas luces insensible?
¿Cómo es posible que nos enternezca una penosa escena infantil en los cines y a muchos incluso se le escape una lagrimita porque resulta fácil en esos momentos ser sensible (o sensiblero), y sin embargo no nos conmocione hasta taladrarnos el alma la imagen de otros niños –esta vez reales- cuyos cuerpos sin vida flotan en la mar o se mecen al amparo de las olas de una playa donde les ha llevado la corriente?
¿Qué futuro espera a una generación de almas que deambulan sin tino hacia donde pueden porque están jugando con ellos, fabricando un laberinto de muros por los que no les dejan pasar, como ese ratón de laboratorio que se estudia instalándole trabas para comprobar su reacción y el límite de su supervivencia?
Los países económicamente más fuertes estamos condenando de forma deliberada a una o dos generaciones de delincuencia como medio de vida, de falta de formación y porvenir; en una palabra de malvivir porque los niños y jóvenes de ahora ya sabemos de cierto que no tendrán futuro, o al menos un futuro decente, ese que merecemos todos, y tal condena la sufrirán por el mero hecho de haber huido de un mundo de guerras, de pobreza o de violencia e intentar sobrevivir en un lugar mejor.
Todos nacemos y vivimos en este mundo, pero no hay duda de que son muchos y muy diferentes los universos en que cada uno existimos por el simple hecho de afincarnos en un pedazo de tierra que esté situada en un lugar rico o pobre. ¿Cuántas posibilidades se pierden en el mal llamado “tercer mundo” por no dar opciones a sus gentes? ¿Acaso no habría entre ellos gente destacada, profesionales, personas libres en definitiva que, tan solo por haberles concedido la posibilidad de estudiar habrían crecido mentalmente y descubierto otra existencia más rica y plural que les sacaría de un escenario real de incultura y dejación en la que viven?.
¿Y qué decir de la situación absolutamente crítica de muchas mujeres, vejadas, humilladas, perseguidas o violadas por el mero hecho de serlo, utilizadas como moneda de cambio en las guerras, compradas o vendidas por la propia familia a cambio de unas monedas, ninguneadas y ocultas ante una sociedad de hombres que las cosifican y anulan por justificar una religión o unas costumbres que son, a todas luces, delirantes?
Son unas pocas preguntas incómodas que me surgen tras escuchar con indefensión e impotencia cada noticiario, leer prensa o acomodarme en la bien llamada sociedad “de primera clase”. La pregunta que nace a continuación es: ¿Qué se puede hacer? Quizá el hecho de ser conscientes de existencias injustas en la misma sociedad que la nuestra, tan solo a unas horas en avión de nuestra propia casa, sea ya una forma de actuar. En ocasiones la sensibilización de un problema conduce a su resolución; otras veces no surte efecto inmediato, pero siempre es importante conocer la realidad por dura o increíble que parezca. Existen varias posibilidades: denunciar, manifestarse, escribir sobre el tema para darlo a conocer (es bien cierto el dicho aquel de que “lo que no se ve, no existe”) pero, sobre todo, no olvidarnos de que existen personas en esta sociedad nuestra cuyos derechos son sistemáticamente despreciados, sin argumentos y sin sentido alguno.
Mª Soledad Martín Turiño