LOS SECRETOS DEL VALDERADUEY
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
El Valderaduey discurre sereno cauce abajo; en algunas zonas el agua se remansa un poco debido a la proliferación de maleza y juncos que prácticamente quieren cerrarle el paso; sin embargo él se obceca en salvar esos obstáculos y continúa su camino.
En esta época de verano es fácil ver algunos chiquillos y jóvenes que se ocultan entre las cañas e instalan allí sus rediles con el fin de coger cangrejos al tiempo que se dan un baño para alivio de los calores en los tórridos veranos castellanos.
El Valderaduey o, al menos esta zona que transcurre por Castronuevo, ha calmado la sed de bueyes, mulas, rebaños de ovejas, además de los perros de pastores y alguno suelto que vaga por el pueblo; alimenta los campos mediante los canales que construyen los agricultores partiendo de su corriente; ha refrescado a labradores y pescadores cuando se adentraban en su aguas y les ha brindado la oportunidad de pescar algún barbo o alguna carpa. En sus orillas la simple maleza que crece sin control resulta, muchas veces, hermosa.
Mis recuerdos van asociados a este río que forma parte de mi vida, al río de ayer que llevó mis plegarias consigo en las tardes aquellas que me acercaba a su orilla para hacernos compañía. Le revelaba mis secretos más hondos, mis anhelos, mis esperanzas y gustaba de hablar en voz queda, solo para nosotros, sin que el paseante o el pastor que solía vagar por esos parajes pudiera molestarnos; por aquella época la cita con aquel cauce era casi un ritual porque además de desahogarme ante sus aguas siempre en movimiento, la visita vespertina me obligaba a salir de casa, subir al teso y bajar por el terraplén hasta que divisaba el recodo donde era fácil pasar desapercibido por los ojos curiosos que miraban a través de las cortinas en las casas que miraban al río.
El Valderaduey tiene a salvo muchos secretos de ayer y hoy, guarda decepciones de los labradores cuando después de haber trabajado duramente llegaba una mala cosecha, cuando una lluvia pertinaz o una granizada llegaba a destiempo para acabar con las matas de cereal o remolacha que apenas habían nacido; y guarda también ilusiones de parejas jóvenes que, junto al río, se hacían promesas de amor para un siempre demasiado largo que, en ocasiones, se desmoronaban por las veleidades del destino.
En su incesante transcurrir ha visto como se vaciaba el pueblo y se iba llenando el cementerio, ha sido testigo cuando el campanero repicaba con fuerza y maestría para informar a las gentes de diversos acontecimientos: fuego, difuntos, fiestas…, y permaneció mudo cuando en las vegas colindantes según cierto rumor popular se hallaban vestigios romanos: monedas, algún enterramiento, ornamentos, vasijas, aunque nadie lo haya confirmado abiertamente.
Sí, mi Valderaduey es un buen amigo, discreto, callado, siempre en su sitio excepto cuando ya no puede retener más secretos y llama la atención desbordándose en el más amplio sentido de la palabra; así, durante unos días es el foco de atención hasta que, poco a poco, las aguas –como ocurre siempre- vuelven a su cauce.
En esta época de verano es fácil ver algunos chiquillos y jóvenes que se ocultan entre las cañas e instalan allí sus rediles con el fin de coger cangrejos al tiempo que se dan un baño para alivio de los calores en los tórridos veranos castellanos.
El Valderaduey o, al menos esta zona que transcurre por Castronuevo, ha calmado la sed de bueyes, mulas, rebaños de ovejas, además de los perros de pastores y alguno suelto que vaga por el pueblo; alimenta los campos mediante los canales que construyen los agricultores partiendo de su corriente; ha refrescado a labradores y pescadores cuando se adentraban en su aguas y les ha brindado la oportunidad de pescar algún barbo o alguna carpa. En sus orillas la simple maleza que crece sin control resulta, muchas veces, hermosa.
Mis recuerdos van asociados a este río que forma parte de mi vida, al río de ayer que llevó mis plegarias consigo en las tardes aquellas que me acercaba a su orilla para hacernos compañía. Le revelaba mis secretos más hondos, mis anhelos, mis esperanzas y gustaba de hablar en voz queda, solo para nosotros, sin que el paseante o el pastor que solía vagar por esos parajes pudiera molestarnos; por aquella época la cita con aquel cauce era casi un ritual porque además de desahogarme ante sus aguas siempre en movimiento, la visita vespertina me obligaba a salir de casa, subir al teso y bajar por el terraplén hasta que divisaba el recodo donde era fácil pasar desapercibido por los ojos curiosos que miraban a través de las cortinas en las casas que miraban al río.
El Valderaduey tiene a salvo muchos secretos de ayer y hoy, guarda decepciones de los labradores cuando después de haber trabajado duramente llegaba una mala cosecha, cuando una lluvia pertinaz o una granizada llegaba a destiempo para acabar con las matas de cereal o remolacha que apenas habían nacido; y guarda también ilusiones de parejas jóvenes que, junto al río, se hacían promesas de amor para un siempre demasiado largo que, en ocasiones, se desmoronaban por las veleidades del destino.
En su incesante transcurrir ha visto como se vaciaba el pueblo y se iba llenando el cementerio, ha sido testigo cuando el campanero repicaba con fuerza y maestría para informar a las gentes de diversos acontecimientos: fuego, difuntos, fiestas…, y permaneció mudo cuando en las vegas colindantes según cierto rumor popular se hallaban vestigios romanos: monedas, algún enterramiento, ornamentos, vasijas, aunque nadie lo haya confirmado abiertamente.
Sí, mi Valderaduey es un buen amigo, discreto, callado, siempre en su sitio excepto cuando ya no puede retener más secretos y llama la atención desbordándose en el más amplio sentido de la palabra; así, durante unos días es el foco de atención hasta que, poco a poco, las aguas –como ocurre siempre- vuelven a su cauce.
Mª Soledad Martín Turiño