La Pasión de Cristo, romance de Lope de Vega
Cantado en la procesión de las tres de la tarde del Jueves Santo en Malva
ROMANCE I
Al despedimiento de Cristo y la Virgen
Los dos más dulces esposos
los dos más tiernos amantes
los mejores madre e hijo
porque son Cristo y su madre
Tiernamente se despiden;
tanto, que en solo mirarse
parece que entre los dos
se está repartiendo el cáliz.
Hijo, le dice la Virgen
¡ay si pudiera excusarte
esta llorosa partida
que la entrañas me parte!
A morir vas, hijo mío
por el hombre que criasteis,
que ofensas hechas Dios
solo Dios las satisface.
No se dirá por el hombre
quien tal hizo que tal pague,
pues Vos pagáis por él
al precio de vuestra sangre.
Dejadme, Dulce Jesús,
que mil veces os abrace
porque me deis fortaleza
que a tantos dolores baste.
Para llevaros a Egipto
hubo quien me acompañase,
mas para quedar sin Vos
¿quién dejáis que me acompañe?
Aunque un ángel me dejaseis
no es posible consolarme,
que ausencia de un hijo Dios
no puede suplir un ángel.
Siento yo vuestros azotes
porque vuestra tierna carne
como es hecha de la mía
hace también que me alcance.
Vuestra cruz llevo en los hombros
y hay que pasar adelante,
pues si a los vuestros aliento,
aunque soy vuestra, soy madre.
Mirando Cristo a María
las lágrimas venerables,
a la emperatriz del cielo
responde palabras tales:
Dulcísima madre mía,
vos y yo dolor tan grande
dos veces le padecemos,
pues lo padecemos antes.
Con vos quedo aunque me voy,
que no es posible apartarse
por muerte ni por ausencia
tan verdaderos amantes.
Yo siento más que mi muerte
el ver que el dolor os mate,
que el sentirlo o padecerlo
en mi son penas iguales.
Madre, yo voy a morir,
porque ya mi Eterno Padre
tiene dada la sentencia
contra mi que soy su imagen.
Por el más errado esclavo
que ha visto el mundo ni cabe
quiere que muera su hijo:
obedecerlo es amarle.
Para morir he nacido,
Ël ordenó que bajase
de sus entrañas paternas
a las vuestras virginales.
Con humildad y obediencia
hasta la muerte he de hallarme;
la cruz me espera, señora,
consuéleos Dios; abrazadme.
Contempla a Cristo y María,
alma en tantas soledades,
que ella se queda sin hijo
y él sin su madre se parte.
Llega y dila: ¿Virgen pura.
queréis que os acompañe?
que si te quedas con ella
el cielo puede envidiarte.
ROMANCE II
A la oración del huerto.
Hincado está de rodillas
ornado a su Padre inmenso,
el que a la diestra sentado
juzgará vivos y muertos.
Como ha de morir en monte
en el monte está el Cordero,
para ver, pues vio la hostia,
el cáliz donde le ha puesto.
A las palabras que dice
las peñas se enternecieron,
que apenas de Dios las peñas
saben hacer sentimiento.
De ver a Dios de rodillas
se está deshaciendo el cielo,
aunque los rayos del Padre
se alegran de verle en medio.
Si dice Dios que su alma
tristeza está padeciendo,
¿como ha de hallar cosa alegre
en la tierra ni en el cielo?.
Que para verificarse
que era hombre verdadero,
fue menester que carne
tuviese la muerte en medio.
Al fervor de la oración
sudó sangre todo el cuerpo,
que sus delicados poros
estaban todos abiertos.
Aquel bálsamo precioso
cogió la tierra en el seno,
que como es madre del hombre
quiere guardar su remedio.
Echóse en la tierra Cristo
dejando su rostro impreso,
que es de amantes dar retrato
cuando se están despidiendo.
Al padre vuelve la espalda
para que en sus hombros tiernos
den los rayos de su ira,
no al suelo que está cubierto.
En fin, volviendo la cara,
de su mismo padre espejo,
movió al cielo con la voz
a lástima y a silencio.
Pase este cáliz de mí,
si es posible, Padre Eterno,
mas no se haga mi gusto
tu voluntad obedezco.
Crecieron tanto las ansias,
que fue menester que luego
rompiendo un ángel los aires
bajase a darle consuelo.
¡Ay Jesús de mis entrañas!
¿cómo habéis venido a tiempo
que os consuelen, siendo Dios,
las criaturas que has hecho?
A dónde estás, Virgen pura,
que a falta vuestra, los cielos
un ángel a Cristo envían?
llegad, consoladle presto.
Decidle: dulce hijo mío,
cuando ayunaste vinieron
mil ángeles a esforzaros
con soberano sustento.
Cuando nacisteis bajaron
dos mil ejércitos bellos,
y cuando vais a morir
uno solo viene a veros.
Limpiadle, Virgen piadosa,
la sangre con los cabellos,
y pues le deja su Padre,
vea a su madre a lo menos.
Id vos con ella, alma mía
entrad con ella en el huerto,
no sospechen que os quedáis
con el que viene a prenderlo.
Decidle, Dulce Jesús,
aquí estoy al lado vuestro
para padecer por vos
no para negarle luego.
Vámonos presos los dos
pues vais por mis culpas preso;
cinco mil son los azotes,
muchos son, partir podemos.
ROMANCE III
A los azotes que dieron a Cristo Nuestro Señor
Mira Juan por la ventana
de la casa de aquel Juez,
puesto en la columna Cristo,
su maestro, nuestro bien.
Las manos que el cielo hicieron
atadas con un cordel
en una aldaba de hierro,
que yerro del hombre fue.
Y porque a las espaldas
el mármol no alcanza bien,
tiene los brazos cruzados
para que sin cruz no esté.
Mira que vuelve el cordero
la piedra en jaspe después,
que con cinco mil azotes
le desollaron la piel.
Y que enternecido el mármol
cera se quiere volver,
pues es más blando que el hombre
estando Dios atado a él.
Razón el mármol tenía,
porque cuantos le ofendisteis,
mármoles sois en que azotan
a Cristo santo otra vez.
Viendo, pues, el sacerdote,
divino Melchisedech,
cubierto de cardenales
de la cabeza a los pies.
Con tierno llanto le dice
su secretario fiel:
¿qué es aquesto, Jesús mío?
¡ay de los ojos que os ven!.
De azucena os habéis vuelto
tan deshojado clavel,
que os valéis de ser Dios
para teneros en pie.
Pensé llamar vuestra Madre;
mas ¡ay Dios! ¿cómo podré
dar a sus tiernas entrañas
un cuchillo tan cruel?
Aunque de su fortaleza
no tengo yo que temer,
que si estáis en la columna,
columna es ella también.
Porque vuestro eterno Padre
con su divino poder,
de tales columnas hizo
la puerta de Ezequiel.
¡Qué bien hiciste, Señor,
que fuese muerto José!
que con ser padre adoptivo
no hubiera fuerzas en él.
De veros en un pesebre
oró de amor en Belén,
qué hiciera si tal os viera
vuestros años treinta y tres.
Gran maldad hizo el amigo
que cenó con vos ayer,
pues todo el valor del cielo
dio por tan poco interés.
Los que ayudaros juraron
lo cumplen tan al revés,
que hasta los gallos que cantan
dicen que los falta fe.
Si en vuestro pecho dormí
hacedme, Señor, merced
que vele con él ahora
y me regale con él.
Esto dijo a Cristo Juan;
alma, llorad y tened
lástima al ver que azotan
por los esclavos al Rey.
ROMANCE IV
La corona de espinas
Coronado está el Cordero
no de perlas ni zafiros,
ni de claveles ni flores,
sino de juncos marinos.
Su santísimo cerebro
le traspasan atrevidos
frutos que nos dio la tierra
desde que Dios la maldijo.
Mas lo que causa dolor
es ver que se hayan subido
desde las plantas de Adán
a la cabeza de Cristo.
De zarzas está cargado
aquel soberano trigo
que el espíritu de Dios
sembró en el campo virgíneo.
Entre las espinas verdes
para mayor sacrificio,
el cordero de Abraham
está esperando el cuchillo.
Y las hijas de Sión
al rey Salomón han visto
en el día de sus bodas
coronado de jacintos.
¡Ay, divino Dios de amor!
cupido y harto escupido
de aquellas infames bocas
más fieras que basiliscos.
Venda os ponen en los ojos,
que quieren, Dios infinito,
que seáis Jesús vendado
pues fuisteis Jesús vendido.
Para daros golpes fieros
os cubren, porque imagino
que como sois tan hermoso
no se atreven sin cubriros.
Los hombres, Señor, se ciegan,
que piensan que sus delitos
no verá quien siendo Dios
ve los pensamientos mismos.
Para daros bofetadas
el hombre os hace adivino;
pues dice que adivinéis
las manos que os han herido.
Yo he sido, dulce Jesús,
yo he sido, dulce bien mío
quien en vos puso las manos
con mis locos desatinos.
Yo soy por quien arrancaron
esos cabellos benditos,
que diera el cielo por ellos
todos sus diamantes ricos.
Si viera, dulce Jesús,
la Virgen que cuando niño
los peinaba y regalaba,
arrancarlos y escupirlos!
Si ella viera maltratarlos
diera tan recios suspiros
que los ángeles lloraran
y temblara el cielo mismo.
Una vez os vio la esposa
como la rosa y los lirios
a sus puertas como el alba
coronado de rocío.
¿Cómo no llamáis ahora
al alma que está en sus vicios,
llena de sangre, que corre
sobre esos ojos divinos?
Mirad, alma, que le sacan,
y que dice el pueblo a gritos:
Jesús muera, y Barrabás
viva en hurtos y homicidios.
No seas tan dura y fiera,
que entre tanto enemigos
pidáis que viva un ladrón
y que den la muerte a Cristo.
ROMANCE V
Al Ecce Homo
El juez más lisonjero
que con su príncipe ha sido
por interés de su gracia
y por no perder su oficio.
En un balcón de su casa,
azotado y escupido,
para que el pueblo le vea
puso al inocente Cristo.
Después de noche tan fiera
aparece el sol teñido
de sangre, y en vez de rayos
puntas de juncos marinos.
A las llagas de su cuerpo
pegado el rojo vestido,
que también se hiciera rojo
si fuera de blanco armiño.
Veis aquí, les dice el hombre
a quien desde el cielo dijo
con su voz el Padre Eterno:
este es mi hijo querido.
Aquí le traigo enmendado:
¡oh qué extraño desatino,
querer enmendar a un Dios
tan bueno y tan infinito!
Quita, quita, le responden
viejas, ancianos y niños;
muera, muera, muerte infame,
pues hijo de Dios se hizo.
¿Ay Jesús!, Hijo de Dios,
que ese nombre y apellido
no le tenéis vos hurtado,
pues sois igual a Dios mismo.
Virgen Santa, decid vos
lo que el ángel os ha dicho
de él, lo que los profetas
dijeron por tantos siglos.
Y que este preso azotado
es aquel que cuando niño
le adoraron los tres reyes
y vos llevasteis a Egipto.
Abonadle, virgen bella;
decid que de Dios es hijo,
que puesto que sois su madre
bien valéis para testigo.
Abonada sois, Señora,
todo el bien de Dios os vino;
bienaventurada os llaman
los que son, serán y han sido.
Decid vos que es el cordero,
Bautista, aunque sois su primo,
que quien por verdades muere
bien merece ser creído.
Decid, ángeles hermosos,
este es el mismo que vimos
nacer de amor abrasado,
aunque temblando de frío.
Decid, Pedro, Juan y Diego
que a su padre habéis oído
que es su hijo, en el Tabor
si el miedo os deja decirlo.
Llegad presto, que dan voces
en aquel falso concilio
para que la vida muera
que es Dios sin fin ni principio.
¡Ay Virgen! mirad que quitan
a un fiero ladrón los grillos,
y a Jesús ponen al cuello
la soga de mis delitos.
Paréceme que decís,
gloria de los ojos míos,
más quiere el mundo a un ladrón
que a mi Cordero divino.
Mientras le dan la sentencia,
alma, con tristes suspiros,
decid a su Eterno Padre
que se duela de su hijo.
Señor, aquí está el esclavo,
que soy de la muerte digno;
pero está cerrado el cielo,
no querrá su Padre oíros.
Volved a la Virgen sacra
y acompañad su martirio,
que también mata el dolor
donde no llega el cuchillo.
ROMANCE VI
Al llevar la cruz a cuestas
La leña del sacrificio
lleva el obediente Isaac,
aunque no ha de bajar ángel
a detener a Abraham.
Que el puro y manso Jesús
que el Bautista en el Jordán
llamó cordero de Dios,
se quiere santificar.
El que entre Moisés y Elías
vieron Diego, Pedro y Juan,
en la cumbre del Tabor
lleno de luz celestial.
Este mismo muere triste
no lejos de la ciudad
porque juzguen que es ladrón
entre dos ladrones va.
Un madero lleva al hombro,
lugar en que ha de pisar
el solo racimo fértil
de aquella vid virginal.
En su delicado cuello
lleva el príncipe de paz
de dos pesadas columnas
su imperio y cetro real.
Al son de trompetas tristes
pregones injustos dan:
esta es la justicia, dicen:
pero no dicen verdad.
Si esta es la envidia dijeran,
bien pudieran acertar,
mas siempre se vale el mundo
de la disculpa de Adán.
Dicen al César quitaba
la romana majestad
para hacerse rey, quien era
hijo de Dios natural.
Mucho la pesa la cruz,
los pecados mucho más,
con ellos ha dado en tierra
pues no les puede llevar.
Llevadlos, Jesús querido,
que si vos no les lleváis,
esclavos seremos todos
del tirano Leviatán.
Cayó Cristo y por la frente
con el golpe desigual
se le entraron las espinas
lo que faltaban de entrar.
Cególe el polvo los ojos,
si el sol se puede cegar
la boca de sangre llena
se estampó en un pedernal.
Suspira el manso cordero
y ayuda pidiendo está,
y a palos, golpes y coces
le vuelven a levantar.
Como tiraban la soga
volviendo el cuerpo hacia atrás,
miró al cielo enternecido,
pero vióle sin piedad.
¡Ah virginales entrañas!
los pasos apresurad
con angélico decoro
si le queréis consolar.
Para conocer su rostro
desfigurado y mortal,
la imagen del Padre Eterno
con vuestras tocas limpiad.
Abrázale, Virgen santa,
porque si vos le abrazáis,
al regazo de esos pechos
consuelo el tuyo tendrá.
Mas el descomedimiento
de esa gente desleal,
atropellará furioso
vuestra santa honestidad.
Mejor es, alma, que vos
con vuestra cruz le sigáis,
porque quien tras el la lleva
ese le viene a ayudar.
Que si de vuestros pecados
el peso a la cruz quitáis,
haréis que ella pese menos
y Cristo camine más.
ROMANCE VII
Al desnudarle la túnica
En tanto que el hoyo cavan
donde la cruz asienten,
en que al Cordero levantan
figurado por la sierpe.
Aquella ropa inconsútil
que de Nazaret ausente
libró la hermosa María
después de su parto alegre
De sus delicadas carnes
quitan con manos aleves
los camareros que tuvo
Cristo al tiempo de su muerte.
No bajan a desnudarle
los espíritus celestes,
sino soldados que luego
sobre su ropa echan suertes.
Quitáronle la corona
y se abrieron tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubrió la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron de entre los pliegues.
Alma pegada en tus vicios,
si no puedes o no quieres
despegarte tus costumbres,
piensa en esta ropa y puedes.
A la sangrienta cabeza
la dura corona vuelve
que para mayor dolor
le coronaron dos veces.
Asió la soga un soldado
tirando Cristo de suerte,
que donde va por su gusto
quiere que por fuerza llegue.
Dio Cristo en la Cruz de ojos,
arrojado de las gentes,
que primero que la abrace
quieren también que la bese.
¡Que cama os está esperando,
mi Jesús, bien de mis bienes,
para que el cuerpo cansado
siquiera a morir se acueste!
¡Oh que almohadas de rosas
las espinas os prometen!
¡qué corredores dorados
los de esos falsos crueles!
Dormid en ella, mi amor
para que el hombre despierte,
aunque más dura se os haga
que en Belén entre la nieve.
Que en fin, aquella tendría
abrigo de las paredes,
las tocas de vuestra madre
y el heno de aquellos bueyes.
¡Qué vergüenza le daría
al cordero santo al verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!.
¡Ay divina madre suya!
si ahora llegáis a verle
en tan miserable estado
¿quién ha de haber que os consuele?
Mirad reina, reina de los cielos,
si el mismo Señor es este,
cuyas carnes parecían
de azucenas y claveles.
Mas ¡ay madre de piedad!
que sobre la cruz le tienden
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
¡Oh terrible desatino!
medir al inmenso quieren;
pero bien cabrá en la cruz
el que cupo en un pesebre.
Ya Jesús está de espaldas,
y tantas penas padece,
que con ser la cruz tan dura
ya por descanso la tiene.
Alma de pérfido mármol,
mientras en tus vicios duermes,
dura cama tiene Cristo:
¿no te despierta la muerte?.
ROMANCE VIII
Al levantarle en la Cruz
Vuestro esposo está en la cama,
alma, siendo vos la enferma,
pasemos a visitarle,
que dulcemente se queja.
En la cruz está Jesús,
adonde dormir espera
el postrer sueño por vos;
bien será que estéis despierta.
Llegad y miradle echado,
enjugadle la cabeza,
que el rocío de la noche
le ha dado sangre por perlas.
Mas ¡cómo podrá dormir!
que y ala mano siniestra
que clavó un fiero verdugo,
nervios y ternillas suenan.
Poned, alma, el corazón,
si llegar a Cristo os dejan;
entre la cruz y la mano
porque os claven con ella.
Mas ¡ay Dios! que y ale tiran
de la mano que no llega
al barreno que a la cruz
hicieron la suyas fieras.
Con una soga doblada
atan la mano siniestra
del que a desatar venía
tantos esclavos con ella.
De sus delicados brazos
tiran juntos con tal fuerza,
que todas las coyunturas
las desencajan y quiebran.
Alma lleguemos ahora
con coyuntura tan buena,
que no la hallaréis mejor
aunque está Cristo sin ella.
Clavan la siniestra mano
haciendo tal resistencia
el hierro, alzando el martillo,
que parece que le pesa.
Los divinos pies traspasan,
y cuando el verdugo yerra
de dar en el clavo el golpe,
en la carne sana acierta.
Por los pies y por las manso
de Jesús los clavos entran,
porque a la Virgen María
el corazón la atraviesan.
No dan golpes los martillos
que en las entrañas no sea
de quien fue la carne y sangre
que vierten y que atormentan.
A Cristo en la cruz enclavan
con puntas de hierro fieras,
y a María crucifican
el alma clavos de penas.
Al levantar con mil gritos
la soberana bandera
con el Cordero por armas,
imagen de su inocencia.
Cayó la viga en el hoyo,
y al punto que tocó en tierra,
despojándose las manos
dio en el pecho la cabeza.
Salió del golpe la sangre,
dando color a las piedras
que pues no la tiene el hombre
bien es que tenga vergüenza.
Abriéronse muchas llagas
que del aire estaban secas,
y el inocente Jesús
del dolor los ojos cierra.
Pusieron a los dos lados
dos ladrones por afrenta,
que a tanto llegó su envidia
que quieren que lo parezca.
Poned los ojos en Cristo,
alma, este tiempo que os queda,
y con la Virgen María
estad a su muerte atenta.
Decidle: dulce Jesús,
vuestra cruz mi gloria sea;
ánimo, a morir, Señor,
para darnos vida eterna..
ROMANCE IX
A Cristo en la Cruz y las siete palabras
¿Quién es aquel caballero
herido por tantas partes,
que está de morir tan cerca
y no le conoce nadie?
Jesús Nazareno dice
aquel rotulo notable:
¡ay Dios! que nombre tan dulce
no merece muerte infame.
Después del nombre y la patria
rey dice más adelante;
pues si es rey, ¿cómo de espinas
han osado coronarle?
Dos cetros tiene en la mano,
mas nunca he visto que enclaven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.
Unos dicen que si es Dios
de la cruz descienda y baje,
y otros, que salvando a muchos
a si no puede salvarse.
De luto se cubre el cielo
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve o se deshace.
Al pie de la cruz María
está con dolor constante,
mirando al sol que se pone
entre arreboles de sangre.
Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares;
Cristo los pone en los dos
más tierno porque se parte.
¡Oh lo que sienten los tres!
Juan como primo y amante,
como la madre de dios
que lo de Dios, Dios lo sabe.
Alma, mira cómo Cristo
para pedir por su padre,
viendo que a su madre deja
la dice palabras tales.
Mujer, ves ahí a tu hijo:
y a Juan, ves ahí a tu madre;
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, que favor tan grande!.
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
sed tengo dijo a los hombres,
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
con una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
En la boca de Jesús
pones hiel, hombre, ¿qué haces?
mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.
Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
María su blanca leche,
mucha dulzura suave.
Alma, sus labios divinos,
cuantos vamos a rogarle,
aunque con vinagre y hiel
darán respuestas suaves.
Llegad a la Virgen bella
y decidla con el ángel:
Ave, quitad su amargura
pues de gracia sois el ave.
Sepa el fruto al vientre santo
y a la dulce palma el dátil,
el alma tiene a la puerta,
no tengan hiel los umbrales.
Y si dais leche a Bernardo
porque su madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues madre de Dios os hace.
Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.
Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme.
ROMANCE X
Al buen ladrón
Ángeles que estáis de guardia
en los presidios eternos,
al arma, alarma, a la puerta,
que quieren robar al cielo.
¿Qué importa que de diamantes
os viesen, Juan, muros bellos,
que estando Cristo enclavado
cómo podrá defenderos?
Si Cristo santo es la puerta,
ya la rompen con tres hierros,
cuyas llaves sangre bañan
porque den vueltas más presto.
Acechando está un ladrón
por los mismos agujeros,
si a la casa del tesoro
de Dios puede darle un tiento.
Como de su Eterno Padre
es el escritorio el Verbo
adonde guarda las joyas
ganzúas de fe le ha puesto.
Por las paredes humanas
que hizo de Dios el dedo
en el vientre de Mará
escala pone a su pecho.
Por la humildad de Cristo
entra a Dios el ladrón diestro,
pero llegando con fe
dicen que no es sacrilegio.
Robar quiere la custodia
de su mayor sacramento,
con ver la hostia en el cáliz
y el cáliz de sangre lleno.
No lleno, aunque lo parece,
que todo se está vertiendo,
que anda revuelta la casa
cuando se muere su dueño.
¿Qué mucho que anden ladrones
si ha de ser Cristo en muriendo
ganancia de pescadores
estando el río revuelto?
Como se abrasa la casa
y dice Dios ¡fuego, fuego!
todas las joyas arroja
por las ventanas del Verbo.
No le defiende María,
que también su pecho tierno
está clavado en Jesús,
aunque se le arranque el pecho.
Como se le muere el hijo
no tiene la hacienda dueño,
que desde que le parió
la cuesta tanto tormentos.
Tampoco Juan la defiende,
que quien se durmió en su pecho
mal podrá guardar tesoros
que no se guardan durmiendo.
Pero ya el ladrón famoso,
como otros muchos han hecho,
quiere acabar predicando
al que está con él diciendo:
Ese padece sin culpa,
los culpados padecemos:
Jesús, hijo de David,
de mi te acuerda en tu reino.
Conmigo, responde Cristo,
estás hoy, te prometo,
que como ve que se parte
hace barato del cielo.
Alma, llegad a la cruz,
que está Cristo todo abierto,
liberal y manirroto,
como se le acaba el tiempo.
No os quedéis por vuestra culpa
sin los tesoros inmensos:
Dios lleva un ladrón consigo,
mirad cual anda el deseo.
Como todos le han dejado,
no se espante el mundo de esto,
que hacer caso de ladrones
es a falta de hombres buenos.
Ahora que el cielo roban
es buena ocasión, entremos,
que podrá ser que después
se pongan candados nuevos.
ROMANCE XI
Al espirar en la cruz
Desamparado de Dios,
el hombre puesto en un palo,
el alma tiene Jesús
en sus santísimos labios.
A su Padre Eterno mira,
abriendo los ojos santos
que ya cerraba la muerte
atrevido el velo humano.
Con voz poderosa dice,
cielos y tierra temblando:
mi espíritu, Padre mío
pongo en sus divinas manos.
Y bajando la cabeza
sobre el pecho levantado,
a la muerte dio licencia
para que flechase el arco.
Espira el dulce Jesús,
y del sangriento costado
sale aquella alma obediente
dejando el cuerpo entre clavos.
Desnudo y muerto sin honra
mira el padre soberano
a su dulcísimo Hijo
por un miserable esclavo.
No manda que de la cruz
ejércitos soberanos
le desciendan y sepulten
en urnas de jaspe y mármol.
Manda al sol que se retire,
y lo hiciera sin mandarlo,
por no ver desnudo a Cristo,
hecho a tormentos pedazos.
Que la tierra y mar se turben,
y que los hombres ingratos
sepan que ha muerto por ellos
un hijo que quiere tanto.
Manda se vistan de luto
los celestes cortesanos,
y que se apeguen las luces
de estrellas, planetas y astros.
Rompiese el velo del templo,
cayeron los montes altos,
abriéronse los sepulcros
y hasta las piedras temblaron.
Mas llamando encantamiento
el pueblo a tales milagros,
quebrarle quieren los huesos
que sólo quedaban sanos.
Y como le hallaron muerto,
por ir seguro, un soldado
puso la lanza en el ristre,
arremetiendo el caballo.
Abrió por el sumo pecho
tanta herida a Cristo santo,
que descubrió el corazón
como buen enamorado.
El corazón de los hombres
vieron en obras tan claro,
quiso también que se viese
dar agua de sangre falto.
Alma, a la Virgen María
considera en este paso
que la traspasa el dolor,
si a cristo el hierro inhumano.
Qué queréis a un hombre muerto
les diría el lirio casto;
mas bien haréis porque creo
que sois de Cristo retrato.
Ya del nuevo Adán dormido
y de su abierto costado,
sale la Iglesia su esposa
para bien de los cristianos.
Ya salen los sacramentos
del bautismo y del pan santo
que como es horno de amor,
sale el pan Dios abrasado.
De la ventana del cielo
ha quitado Dios el arco,
para que los hombres vean
que no tiene más que darlos.
Pues dulcísimo Jesús,
si después de pies y manos
también dais el corazón,
¿quién podrá el suyo negaros?
ROMANCE XII
El descendimiento de la Cruz
Las entrañas de María
con nuevo dolor traspasan
los martirios, que a Jesús
de la alta cruz desclavan.
¿Quien dijera, dulces prendas,
para tanto bien halladas,
que para subir al cielo
no fue menester escalas?
Más que mucho que se alcance
a la cruz santa arrimada:
ni que hecho pedazos venga
si el cielo a la tierra baja.
Ya no cae más sangre de él,
porque si alguna quedara
otra lanzada le dieran,
mas fue desengaño el agua.
Junto al sangriento costado
forma una esponja helada,
devanando en sus espinas
aquella madeja santa.
Los clavos baja a la Virgen
Nicodemus, porque bajan
desde el cuerpo de su Hijo
a crucificarla el alma.
Con trabajo y con dolor
José la corona saca
por estar en la cabeza
por tantas partes clavada.
A la Virgen la presenta,
que las azucenas blancas
de sus manos vuelve en rosas
y de su sangre las baña.
Ningún martirio de Cristo
sino la corona santa
tocó en el cuerpo a la Virgen
hiriéndola por tomarla.
Sacan sangre las espinas
de sus manos delicadas,
que junta con la de Cristo
para mil mundos bastara.
La cual pone en su cabeza
porque a su esposo le agrada
que sea lirio entre espinas
aquella venda de grana.
Ahora, hermosa María,
parecéis la verde zarza,
que aunque el fuego baje muerto
bien arde en vuestras entrañas.
Recibidle, gran señora,
que de la sangrienta cama
Juan, Magdalena y José
a vuestros brazos le bajan.
Cuando niño estaba en ella
haciendo y diciendo gracias,
que las del Padre tenía,
que fue su misma palabra.
Tomas estas manos frías
y diréis viendo las palmas,
que un hombre tan manirroto
que es mucho lo que nos daba.
Tomas los pies y veréis
qué bien el mundo le paga
treinta y tres años que anduvo
solicitando su casa.
Poned en vuestro regazo
la cabeza soberana,
veréis que el esposo vuestro
ya nos alegra y regala.
Y si el costado miráis
y aquella profunda llaga,
Dios os de paciencia, Virgen,
porque consuelo no basta.
Alma por quien Dios ha muerto
y muerte tan afrentada,
mira a su madre divina
y dila con tiernas ansias:
Desnudo, roto y difunto
os le vuelven, Virgen santa
naciendo os faltan pañales,
mortaja muriendo os falta.
Pidámosla de limosna
y entiérrele en pobres andas
la santa misericordia
pues ella misma te mata.
ROMANCE XIII
A la soledad de Nuestra Señora
Sola con sola la cruz,
los ojos puestos en ella,
y en sus virginales manos
clavos, espinas sangrientas.
Vueltos dos fuentes sus ojos
que derraman vivas perlas,
llorando muerta una vida,
dice así una vida muerta.
¡Ay cruz que en mi soledad,
como amiga verdadera,
sólo a la sola acompañas,
sólo a la sola consuelas!
Dame tus fuertes brazos,
abraza esta madre tierna,
porque a falta de mi hijo
los tuyos solo suplieran.
Quiero abrazarte, cruz mía;
pero ¿qué sangre es aquesta
que pues sin fuego hierve?
sin duda es la mía mesma.
¡Ay sangre de mis entrañas
vertida por tantas puertas,
pues de mis venas saliste
vuelve a entrar en mis venas!
¡Ay sangre que vertió Dios!
¡ay sangre que Dios desea!
pues con esta sangre cobra
Dios de Dios todas las deudas.
¡Ay engañosa manzana!
¡ay mentirosa culebra!
¡ay enamorado Adán!
¡ay mal persuadida Eva!.
Llevó aquel árbol vedado
fruta de culpas y penas
mas vos, cruz, una granada
coronada y pechiabierta.
Como fue fruta de invierno
y cogida de una huerta,
colgáronla por el hombre
que trae la salud enferma.
Y a los dos nos desfrutaron
de la dulce fruta nuestra;
pues la llevamos los dos,
yo con dolor, tu con pena.
Vuelve en ti a crucificarme,
no hayas miedo que lo sienta,
que mal sentiré sin alma
pues el sepulcro me encierra.
La lanza que le hirió muerto
a mi el alma me atraviesa;
que estaba en su pecho el alma
por estar el mío sin ella.
Crucificarme de pechos
y no de espaldas, cruz bella,
que pues la de Dios guardaste,
no es bien que yo te las vuelva.
Juntemos pechos y brazos,
que juntos es bien se vean
brazos y pechos que a Dios
en vida y muerte sustentan.
A Dios tuviste en los brazos
atándole de manera
que pudo el ladrón del hombre
llegar a hurtar tus riquezas.
Cruz, teniendo a Dios en peso
en él mostraste tus fuerzas,
pues le hiciste da de sí
cuanto pudo y cuanto era.
Contigo me crucifica,
y si por clavos lo dejas,
aquí están aquestos tres
que hasta el alma me atraviesan.
Cómo siendo arco de paz
para mi lo eres de guerra,
pues son de mi corazón
de aquestos clavos las flechas.
¡Ay hijo, si nunca errasteis
cómo con clavos os hierran!
fuese vuestra madre esclava,
hieran a la madre vuestra.
¡Oh ensangrentadas espinas
que os subís a la cabeza
a que mi flor encarnada
pues es rosa, espinas tenga!
¡Ay dolorosos despojos
de la vistoria sangrienta,
venid a ser haz de mirra
de mi pecho y de mi paciencia!
Herid al pecho que os ama
y aquesta boca que os besa,
estos brazos y estos ojos,
dijo, y quedóse suspensa.
Con lágrimas acompaña,
alma, a su madre y tu Reina,
que sola al pie de la cruz
llora su muerte y su ausencia.
El templo rompe su velo,
la luna en sangre se anega,
gime el aire, brama el mar,
llora el sol, tiembla la tierra.
Alma, tiembla, gime y llora
que hasta las piedras te enseñan;
pues rompen sus corazones
cuando el tuyo se hace piedra.
Los muertos a quien dio vida
sienten su pasión acerba,
y tú que se la quitaste
no lo sientes ni lo piensas.
ROMANCE XIV
Al sepultar a Cristo
En el doloroso entierro
de aquel justo ajusticiado,
que por culpas y no suyas
quiso morir en un palo.
Las campanas clamorean
y los sensibles peñascos,
que es bien que las peñas hablen
en tan lastimoso caso.
Viste el sol bayeta negra
y la luna monjil basto,
capuces la tierra y cielo,
que son del muerto criados.
La noche colgó de luto
las paredes del Calvario,
y el templo pesar mostró
sus vestiduras rasgando.
Las hachas son amarillas
que los celestiales astros
como vieran su luz muerta
amarillos se tornaron.
De la Caridad vinieron
a enterrarle los hermanos,
y los de la Vera Cruz
con algunos del Traspaso.
Angustias y Soledad
el entierro acompañaron,
que era su madre cofrade
y la primera que ha entrado.
No vino la clerecía,
que de doce convidados
uno solo se halló en él,
que era del difunto amado.
Para amortajar al cuerpo
dio un piadoso cortesano
de limosna una mortaja,
de su inocencia retrato.
Hizo la madre el aceite
de sus ojos lastimados,
derramando agua bendita
el Pater noster rezando.
Con olorosos ungüentos
ungen el cuerpo llagado,
de los vasos de sus ojos
mirra amarga destilando.
Llevan al difunto Dios
en los dolorosos brazos,
con lamentables suspiros
tristes lágrimas llorando.
Llegan al sepulcro ajeno,
y fue pensamiento sabio,
que para sólo tres días
basta un sepulcro prestado.
Abrió el sepulcro la boca
y recibió a Dios temblando,
que aun las piedras si comulgan
han de temblar comulgando.
Alma, ven a las exequias
de Jesús tu enamorado,
que yace por tus amores
muerto, herido y desangrado.
Mira sin luz a la luz,
sin vida al que te la ha dado,
condenando al Salvador
por salvar al condenado.
Mira por ti a Jesús muerto,
y que muerto y enclavado
te dice ¡ay esposa mía!
aunque me has muerto te amo.
Ves aquestos rojos pies
y aquestas sangrientas manos,
mira este rostro escupido
y este cabello arrancado.
Mira aquesta boca herida
y aqueste cuerpo azotado;
y esta cabeza sangrienta,
y este pecho alanceado.
Entraré en esas heridas,
mas ¡ay! que sangre brotando
cierta señal, alma mía,
que eres tu quien la has dado.
Yo te perdono mi muerte
como llores mis pecados
que estoy para perdonar,
aunque muerto no cansado.
Cesen ya las sinrazones,
alma, basta lo pasado,
que será hacer de tus hierros
otra lanza y otros clavos.
Acábense con mi muerte
tus culpas y mis agravios,
porque es ofender a un muerto
de corazones villanos.
De tus culpas y mis llagas
los dos quedaremos sanos
sin derramar sobre ellas
mirra de dolor amargo.
Alma, mis heridas cure
con este bálsamo santo,
y las tuyas que tu hiciste
las podrás curar llorando.
En el plato de tus ojos
me dé manjar de tu llanto;
y podrán decir que un muerto
pudo dar vida este plato.
Ámame tu como debes
y viviremos entrambos
tu enterrándote conmigo
y yo en ti resucitando.
Autor: Lope de Vega.
Enviado por Heliodoro Álvarez Regueras.
ROMANCE I
Al despedimiento de Cristo y la Virgen
Los dos más dulces esposos
los dos más tiernos amantes
los mejores madre e hijo
porque son Cristo y su madre
Tiernamente se despiden;
tanto, que en solo mirarse
parece que entre los dos
se está repartiendo el cáliz.
Hijo, le dice la Virgen
¡ay si pudiera excusarte
esta llorosa partida
que la entrañas me parte!
A morir vas, hijo mío
por el hombre que criasteis,
que ofensas hechas Dios
solo Dios las satisface.
No se dirá por el hombre
quien tal hizo que tal pague,
pues Vos pagáis por él
al precio de vuestra sangre.
Dejadme, Dulce Jesús,
que mil veces os abrace
porque me deis fortaleza
que a tantos dolores baste.
Para llevaros a Egipto
hubo quien me acompañase,
mas para quedar sin Vos
¿quién dejáis que me acompañe?
Aunque un ángel me dejaseis
no es posible consolarme,
que ausencia de un hijo Dios
no puede suplir un ángel.
Siento yo vuestros azotes
porque vuestra tierna carne
como es hecha de la mía
hace también que me alcance.
Vuestra cruz llevo en los hombros
y hay que pasar adelante,
pues si a los vuestros aliento,
aunque soy vuestra, soy madre.
Mirando Cristo a María
las lágrimas venerables,
a la emperatriz del cielo
responde palabras tales:
Dulcísima madre mía,
vos y yo dolor tan grande
dos veces le padecemos,
pues lo padecemos antes.
Con vos quedo aunque me voy,
que no es posible apartarse
por muerte ni por ausencia
tan verdaderos amantes.
Yo siento más que mi muerte
el ver que el dolor os mate,
que el sentirlo o padecerlo
en mi son penas iguales.
Madre, yo voy a morir,
porque ya mi Eterno Padre
tiene dada la sentencia
contra mi que soy su imagen.
Por el más errado esclavo
que ha visto el mundo ni cabe
quiere que muera su hijo:
obedecerlo es amarle.
Para morir he nacido,
Ël ordenó que bajase
de sus entrañas paternas
a las vuestras virginales.
Con humildad y obediencia
hasta la muerte he de hallarme;
la cruz me espera, señora,
consuéleos Dios; abrazadme.
Contempla a Cristo y María,
alma en tantas soledades,
que ella se queda sin hijo
y él sin su madre se parte.
Llega y dila: ¿Virgen pura.
queréis que os acompañe?
que si te quedas con ella
el cielo puede envidiarte.
ROMANCE II
A la oración del huerto.
Hincado está de rodillas
ornado a su Padre inmenso,
el que a la diestra sentado
juzgará vivos y muertos.
Como ha de morir en monte
en el monte está el Cordero,
para ver, pues vio la hostia,
el cáliz donde le ha puesto.
A las palabras que dice
las peñas se enternecieron,
que apenas de Dios las peñas
saben hacer sentimiento.
De ver a Dios de rodillas
se está deshaciendo el cielo,
aunque los rayos del Padre
se alegran de verle en medio.
Si dice Dios que su alma
tristeza está padeciendo,
¿como ha de hallar cosa alegre
en la tierra ni en el cielo?.
Que para verificarse
que era hombre verdadero,
fue menester que carne
tuviese la muerte en medio.
Al fervor de la oración
sudó sangre todo el cuerpo,
que sus delicados poros
estaban todos abiertos.
Aquel bálsamo precioso
cogió la tierra en el seno,
que como es madre del hombre
quiere guardar su remedio.
Echóse en la tierra Cristo
dejando su rostro impreso,
que es de amantes dar retrato
cuando se están despidiendo.
Al padre vuelve la espalda
para que en sus hombros tiernos
den los rayos de su ira,
no al suelo que está cubierto.
En fin, volviendo la cara,
de su mismo padre espejo,
movió al cielo con la voz
a lástima y a silencio.
Pase este cáliz de mí,
si es posible, Padre Eterno,
mas no se haga mi gusto
tu voluntad obedezco.
Crecieron tanto las ansias,
que fue menester que luego
rompiendo un ángel los aires
bajase a darle consuelo.
¡Ay Jesús de mis entrañas!
¿cómo habéis venido a tiempo
que os consuelen, siendo Dios,
las criaturas que has hecho?
A dónde estás, Virgen pura,
que a falta vuestra, los cielos
un ángel a Cristo envían?
llegad, consoladle presto.
Decidle: dulce hijo mío,
cuando ayunaste vinieron
mil ángeles a esforzaros
con soberano sustento.
Cuando nacisteis bajaron
dos mil ejércitos bellos,
y cuando vais a morir
uno solo viene a veros.
Limpiadle, Virgen piadosa,
la sangre con los cabellos,
y pues le deja su Padre,
vea a su madre a lo menos.
Id vos con ella, alma mía
entrad con ella en el huerto,
no sospechen que os quedáis
con el que viene a prenderlo.
Decidle, Dulce Jesús,
aquí estoy al lado vuestro
para padecer por vos
no para negarle luego.
Vámonos presos los dos
pues vais por mis culpas preso;
cinco mil son los azotes,
muchos son, partir podemos.
ROMANCE III
A los azotes que dieron a Cristo Nuestro Señor
Mira Juan por la ventana
de la casa de aquel Juez,
puesto en la columna Cristo,
su maestro, nuestro bien.
Las manos que el cielo hicieron
atadas con un cordel
en una aldaba de hierro,
que yerro del hombre fue.
Y porque a las espaldas
el mármol no alcanza bien,
tiene los brazos cruzados
para que sin cruz no esté.
Mira que vuelve el cordero
la piedra en jaspe después,
que con cinco mil azotes
le desollaron la piel.
Y que enternecido el mármol
cera se quiere volver,
pues es más blando que el hombre
estando Dios atado a él.
Razón el mármol tenía,
porque cuantos le ofendisteis,
mármoles sois en que azotan
a Cristo santo otra vez.
Viendo, pues, el sacerdote,
divino Melchisedech,
cubierto de cardenales
de la cabeza a los pies.
Con tierno llanto le dice
su secretario fiel:
¿qué es aquesto, Jesús mío?
¡ay de los ojos que os ven!.
De azucena os habéis vuelto
tan deshojado clavel,
que os valéis de ser Dios
para teneros en pie.
Pensé llamar vuestra Madre;
mas ¡ay Dios! ¿cómo podré
dar a sus tiernas entrañas
un cuchillo tan cruel?
Aunque de su fortaleza
no tengo yo que temer,
que si estáis en la columna,
columna es ella también.
Porque vuestro eterno Padre
con su divino poder,
de tales columnas hizo
la puerta de Ezequiel.
¡Qué bien hiciste, Señor,
que fuese muerto José!
que con ser padre adoptivo
no hubiera fuerzas en él.
De veros en un pesebre
oró de amor en Belén,
qué hiciera si tal os viera
vuestros años treinta y tres.
Gran maldad hizo el amigo
que cenó con vos ayer,
pues todo el valor del cielo
dio por tan poco interés.
Los que ayudaros juraron
lo cumplen tan al revés,
que hasta los gallos que cantan
dicen que los falta fe.
Si en vuestro pecho dormí
hacedme, Señor, merced
que vele con él ahora
y me regale con él.
Esto dijo a Cristo Juan;
alma, llorad y tened
lástima al ver que azotan
por los esclavos al Rey.
ROMANCE IV
La corona de espinas
Coronado está el Cordero
no de perlas ni zafiros,
ni de claveles ni flores,
sino de juncos marinos.
Su santísimo cerebro
le traspasan atrevidos
frutos que nos dio la tierra
desde que Dios la maldijo.
Mas lo que causa dolor
es ver que se hayan subido
desde las plantas de Adán
a la cabeza de Cristo.
De zarzas está cargado
aquel soberano trigo
que el espíritu de Dios
sembró en el campo virgíneo.
Entre las espinas verdes
para mayor sacrificio,
el cordero de Abraham
está esperando el cuchillo.
Y las hijas de Sión
al rey Salomón han visto
en el día de sus bodas
coronado de jacintos.
¡Ay, divino Dios de amor!
cupido y harto escupido
de aquellas infames bocas
más fieras que basiliscos.
Venda os ponen en los ojos,
que quieren, Dios infinito,
que seáis Jesús vendado
pues fuisteis Jesús vendido.
Para daros golpes fieros
os cubren, porque imagino
que como sois tan hermoso
no se atreven sin cubriros.
Los hombres, Señor, se ciegan,
que piensan que sus delitos
no verá quien siendo Dios
ve los pensamientos mismos.
Para daros bofetadas
el hombre os hace adivino;
pues dice que adivinéis
las manos que os han herido.
Yo he sido, dulce Jesús,
yo he sido, dulce bien mío
quien en vos puso las manos
con mis locos desatinos.
Yo soy por quien arrancaron
esos cabellos benditos,
que diera el cielo por ellos
todos sus diamantes ricos.
Si viera, dulce Jesús,
la Virgen que cuando niño
los peinaba y regalaba,
arrancarlos y escupirlos!
Si ella viera maltratarlos
diera tan recios suspiros
que los ángeles lloraran
y temblara el cielo mismo.
Una vez os vio la esposa
como la rosa y los lirios
a sus puertas como el alba
coronado de rocío.
¿Cómo no llamáis ahora
al alma que está en sus vicios,
llena de sangre, que corre
sobre esos ojos divinos?
Mirad, alma, que le sacan,
y que dice el pueblo a gritos:
Jesús muera, y Barrabás
viva en hurtos y homicidios.
No seas tan dura y fiera,
que entre tanto enemigos
pidáis que viva un ladrón
y que den la muerte a Cristo.
ROMANCE V
Al Ecce Homo
El juez más lisonjero
que con su príncipe ha sido
por interés de su gracia
y por no perder su oficio.
En un balcón de su casa,
azotado y escupido,
para que el pueblo le vea
puso al inocente Cristo.
Después de noche tan fiera
aparece el sol teñido
de sangre, y en vez de rayos
puntas de juncos marinos.
A las llagas de su cuerpo
pegado el rojo vestido,
que también se hiciera rojo
si fuera de blanco armiño.
Veis aquí, les dice el hombre
a quien desde el cielo dijo
con su voz el Padre Eterno:
este es mi hijo querido.
Aquí le traigo enmendado:
¡oh qué extraño desatino,
querer enmendar a un Dios
tan bueno y tan infinito!
Quita, quita, le responden
viejas, ancianos y niños;
muera, muera, muerte infame,
pues hijo de Dios se hizo.
¿Ay Jesús!, Hijo de Dios,
que ese nombre y apellido
no le tenéis vos hurtado,
pues sois igual a Dios mismo.
Virgen Santa, decid vos
lo que el ángel os ha dicho
de él, lo que los profetas
dijeron por tantos siglos.
Y que este preso azotado
es aquel que cuando niño
le adoraron los tres reyes
y vos llevasteis a Egipto.
Abonadle, virgen bella;
decid que de Dios es hijo,
que puesto que sois su madre
bien valéis para testigo.
Abonada sois, Señora,
todo el bien de Dios os vino;
bienaventurada os llaman
los que son, serán y han sido.
Decid vos que es el cordero,
Bautista, aunque sois su primo,
que quien por verdades muere
bien merece ser creído.
Decid, ángeles hermosos,
este es el mismo que vimos
nacer de amor abrasado,
aunque temblando de frío.
Decid, Pedro, Juan y Diego
que a su padre habéis oído
que es su hijo, en el Tabor
si el miedo os deja decirlo.
Llegad presto, que dan voces
en aquel falso concilio
para que la vida muera
que es Dios sin fin ni principio.
¡Ay Virgen! mirad que quitan
a un fiero ladrón los grillos,
y a Jesús ponen al cuello
la soga de mis delitos.
Paréceme que decís,
gloria de los ojos míos,
más quiere el mundo a un ladrón
que a mi Cordero divino.
Mientras le dan la sentencia,
alma, con tristes suspiros,
decid a su Eterno Padre
que se duela de su hijo.
Señor, aquí está el esclavo,
que soy de la muerte digno;
pero está cerrado el cielo,
no querrá su Padre oíros.
Volved a la Virgen sacra
y acompañad su martirio,
que también mata el dolor
donde no llega el cuchillo.
ROMANCE VI
Al llevar la cruz a cuestas
La leña del sacrificio
lleva el obediente Isaac,
aunque no ha de bajar ángel
a detener a Abraham.
Que el puro y manso Jesús
que el Bautista en el Jordán
llamó cordero de Dios,
se quiere santificar.
El que entre Moisés y Elías
vieron Diego, Pedro y Juan,
en la cumbre del Tabor
lleno de luz celestial.
Este mismo muere triste
no lejos de la ciudad
porque juzguen que es ladrón
entre dos ladrones va.
Un madero lleva al hombro,
lugar en que ha de pisar
el solo racimo fértil
de aquella vid virginal.
En su delicado cuello
lleva el príncipe de paz
de dos pesadas columnas
su imperio y cetro real.
Al son de trompetas tristes
pregones injustos dan:
esta es la justicia, dicen:
pero no dicen verdad.
Si esta es la envidia dijeran,
bien pudieran acertar,
mas siempre se vale el mundo
de la disculpa de Adán.
Dicen al César quitaba
la romana majestad
para hacerse rey, quien era
hijo de Dios natural.
Mucho la pesa la cruz,
los pecados mucho más,
con ellos ha dado en tierra
pues no les puede llevar.
Llevadlos, Jesús querido,
que si vos no les lleváis,
esclavos seremos todos
del tirano Leviatán.
Cayó Cristo y por la frente
con el golpe desigual
se le entraron las espinas
lo que faltaban de entrar.
Cególe el polvo los ojos,
si el sol se puede cegar
la boca de sangre llena
se estampó en un pedernal.
Suspira el manso cordero
y ayuda pidiendo está,
y a palos, golpes y coces
le vuelven a levantar.
Como tiraban la soga
volviendo el cuerpo hacia atrás,
miró al cielo enternecido,
pero vióle sin piedad.
¡Ah virginales entrañas!
los pasos apresurad
con angélico decoro
si le queréis consolar.
Para conocer su rostro
desfigurado y mortal,
la imagen del Padre Eterno
con vuestras tocas limpiad.
Abrázale, Virgen santa,
porque si vos le abrazáis,
al regazo de esos pechos
consuelo el tuyo tendrá.
Mas el descomedimiento
de esa gente desleal,
atropellará furioso
vuestra santa honestidad.
Mejor es, alma, que vos
con vuestra cruz le sigáis,
porque quien tras el la lleva
ese le viene a ayudar.
Que si de vuestros pecados
el peso a la cruz quitáis,
haréis que ella pese menos
y Cristo camine más.
ROMANCE VII
Al desnudarle la túnica
En tanto que el hoyo cavan
donde la cruz asienten,
en que al Cordero levantan
figurado por la sierpe.
Aquella ropa inconsútil
que de Nazaret ausente
libró la hermosa María
después de su parto alegre
De sus delicadas carnes
quitan con manos aleves
los camareros que tuvo
Cristo al tiempo de su muerte.
No bajan a desnudarle
los espíritus celestes,
sino soldados que luego
sobre su ropa echan suertes.
Quitáronle la corona
y se abrieron tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubrió la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron de entre los pliegues.
Alma pegada en tus vicios,
si no puedes o no quieres
despegarte tus costumbres,
piensa en esta ropa y puedes.
A la sangrienta cabeza
la dura corona vuelve
que para mayor dolor
le coronaron dos veces.
Asió la soga un soldado
tirando Cristo de suerte,
que donde va por su gusto
quiere que por fuerza llegue.
Dio Cristo en la Cruz de ojos,
arrojado de las gentes,
que primero que la abrace
quieren también que la bese.
¡Que cama os está esperando,
mi Jesús, bien de mis bienes,
para que el cuerpo cansado
siquiera a morir se acueste!
¡Oh que almohadas de rosas
las espinas os prometen!
¡qué corredores dorados
los de esos falsos crueles!
Dormid en ella, mi amor
para que el hombre despierte,
aunque más dura se os haga
que en Belén entre la nieve.
Que en fin, aquella tendría
abrigo de las paredes,
las tocas de vuestra madre
y el heno de aquellos bueyes.
¡Qué vergüenza le daría
al cordero santo al verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!.
¡Ay divina madre suya!
si ahora llegáis a verle
en tan miserable estado
¿quién ha de haber que os consuele?
Mirad reina, reina de los cielos,
si el mismo Señor es este,
cuyas carnes parecían
de azucenas y claveles.
Mas ¡ay madre de piedad!
que sobre la cruz le tienden
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
¡Oh terrible desatino!
medir al inmenso quieren;
pero bien cabrá en la cruz
el que cupo en un pesebre.
Ya Jesús está de espaldas,
y tantas penas padece,
que con ser la cruz tan dura
ya por descanso la tiene.
Alma de pérfido mármol,
mientras en tus vicios duermes,
dura cama tiene Cristo:
¿no te despierta la muerte?.
ROMANCE VIII
Al levantarle en la Cruz
Vuestro esposo está en la cama,
alma, siendo vos la enferma,
pasemos a visitarle,
que dulcemente se queja.
En la cruz está Jesús,
adonde dormir espera
el postrer sueño por vos;
bien será que estéis despierta.
Llegad y miradle echado,
enjugadle la cabeza,
que el rocío de la noche
le ha dado sangre por perlas.
Mas ¡cómo podrá dormir!
que y ala mano siniestra
que clavó un fiero verdugo,
nervios y ternillas suenan.
Poned, alma, el corazón,
si llegar a Cristo os dejan;
entre la cruz y la mano
porque os claven con ella.
Mas ¡ay Dios! que y ale tiran
de la mano que no llega
al barreno que a la cruz
hicieron la suyas fieras.
Con una soga doblada
atan la mano siniestra
del que a desatar venía
tantos esclavos con ella.
De sus delicados brazos
tiran juntos con tal fuerza,
que todas las coyunturas
las desencajan y quiebran.
Alma lleguemos ahora
con coyuntura tan buena,
que no la hallaréis mejor
aunque está Cristo sin ella.
Clavan la siniestra mano
haciendo tal resistencia
el hierro, alzando el martillo,
que parece que le pesa.
Los divinos pies traspasan,
y cuando el verdugo yerra
de dar en el clavo el golpe,
en la carne sana acierta.
Por los pies y por las manso
de Jesús los clavos entran,
porque a la Virgen María
el corazón la atraviesan.
No dan golpes los martillos
que en las entrañas no sea
de quien fue la carne y sangre
que vierten y que atormentan.
A Cristo en la cruz enclavan
con puntas de hierro fieras,
y a María crucifican
el alma clavos de penas.
Al levantar con mil gritos
la soberana bandera
con el Cordero por armas,
imagen de su inocencia.
Cayó la viga en el hoyo,
y al punto que tocó en tierra,
despojándose las manos
dio en el pecho la cabeza.
Salió del golpe la sangre,
dando color a las piedras
que pues no la tiene el hombre
bien es que tenga vergüenza.
Abriéronse muchas llagas
que del aire estaban secas,
y el inocente Jesús
del dolor los ojos cierra.
Pusieron a los dos lados
dos ladrones por afrenta,
que a tanto llegó su envidia
que quieren que lo parezca.
Poned los ojos en Cristo,
alma, este tiempo que os queda,
y con la Virgen María
estad a su muerte atenta.
Decidle: dulce Jesús,
vuestra cruz mi gloria sea;
ánimo, a morir, Señor,
para darnos vida eterna..
ROMANCE IX
A Cristo en la Cruz y las siete palabras
¿Quién es aquel caballero
herido por tantas partes,
que está de morir tan cerca
y no le conoce nadie?
Jesús Nazareno dice
aquel rotulo notable:
¡ay Dios! que nombre tan dulce
no merece muerte infame.
Después del nombre y la patria
rey dice más adelante;
pues si es rey, ¿cómo de espinas
han osado coronarle?
Dos cetros tiene en la mano,
mas nunca he visto que enclaven
a los reyes en los cetros
los vasallos desleales.
Unos dicen que si es Dios
de la cruz descienda y baje,
y otros, que salvando a muchos
a si no puede salvarse.
De luto se cubre el cielo
y el sol de sangriento esmalte,
o padece Dios, o el mundo
se disuelve o se deshace.
Al pie de la cruz María
está con dolor constante,
mirando al sol que se pone
entre arreboles de sangre.
Con ella su amado primo
haciendo sus ojos mares;
Cristo los pone en los dos
más tierno porque se parte.
¡Oh lo que sienten los tres!
Juan como primo y amante,
como la madre de dios
que lo de Dios, Dios lo sabe.
Alma, mira cómo Cristo
para pedir por su padre,
viendo que a su madre deja
la dice palabras tales.
Mujer, ves ahí a tu hijo:
y a Juan, ves ahí a tu madre;
Juan queda en lugar de Cristo,
¡ay Dios, que favor tan grande!.
Viendo, pues, Jesús que todo
ya comenzaba a acabarse,
sed tengo dijo a los hombres,
sed de que el hombre se salve.
Corrió un hombre y puso luego
a sus labios celestiales
con una caña una esponja
llena de hiel y vinagre.
En la boca de Jesús
pones hiel, hombre, ¿qué haces?
mira que por ese cielo
de Dios las palabras salen.
Advierte que en ella puso
con sus pechos virginales
María su blanca leche,
mucha dulzura suave.
Alma, sus labios divinos,
cuantos vamos a rogarle,
aunque con vinagre y hiel
darán respuestas suaves.
Llegad a la Virgen bella
y decidla con el ángel:
Ave, quitad su amargura
pues de gracia sois el ave.
Sepa el fruto al vientre santo
y a la dulce palma el dátil,
el alma tiene a la puerta,
no tengan hiel los umbrales.
Y si dais leche a Bernardo
porque su madre os alabe,
mejor Jesús la merece,
pues madre de Dios os hace.
Dulcísimo Cristo mío,
aunque esos labios se bañen
en hiel de mis graves culpas,
Dios sois, como Dios habladme.
Habladme, dulce Jesús,
antes que la lengua os falte,
no os desciendan de la cruz
sin hablarme y perdonarme.
ROMANCE X
Al buen ladrón
Ángeles que estáis de guardia
en los presidios eternos,
al arma, alarma, a la puerta,
que quieren robar al cielo.
¿Qué importa que de diamantes
os viesen, Juan, muros bellos,
que estando Cristo enclavado
cómo podrá defenderos?
Si Cristo santo es la puerta,
ya la rompen con tres hierros,
cuyas llaves sangre bañan
porque den vueltas más presto.
Acechando está un ladrón
por los mismos agujeros,
si a la casa del tesoro
de Dios puede darle un tiento.
Como de su Eterno Padre
es el escritorio el Verbo
adonde guarda las joyas
ganzúas de fe le ha puesto.
Por las paredes humanas
que hizo de Dios el dedo
en el vientre de Mará
escala pone a su pecho.
Por la humildad de Cristo
entra a Dios el ladrón diestro,
pero llegando con fe
dicen que no es sacrilegio.
Robar quiere la custodia
de su mayor sacramento,
con ver la hostia en el cáliz
y el cáliz de sangre lleno.
No lleno, aunque lo parece,
que todo se está vertiendo,
que anda revuelta la casa
cuando se muere su dueño.
¿Qué mucho que anden ladrones
si ha de ser Cristo en muriendo
ganancia de pescadores
estando el río revuelto?
Como se abrasa la casa
y dice Dios ¡fuego, fuego!
todas las joyas arroja
por las ventanas del Verbo.
No le defiende María,
que también su pecho tierno
está clavado en Jesús,
aunque se le arranque el pecho.
Como se le muere el hijo
no tiene la hacienda dueño,
que desde que le parió
la cuesta tanto tormentos.
Tampoco Juan la defiende,
que quien se durmió en su pecho
mal podrá guardar tesoros
que no se guardan durmiendo.
Pero ya el ladrón famoso,
como otros muchos han hecho,
quiere acabar predicando
al que está con él diciendo:
Ese padece sin culpa,
los culpados padecemos:
Jesús, hijo de David,
de mi te acuerda en tu reino.
Conmigo, responde Cristo,
estás hoy, te prometo,
que como ve que se parte
hace barato del cielo.
Alma, llegad a la cruz,
que está Cristo todo abierto,
liberal y manirroto,
como se le acaba el tiempo.
No os quedéis por vuestra culpa
sin los tesoros inmensos:
Dios lleva un ladrón consigo,
mirad cual anda el deseo.
Como todos le han dejado,
no se espante el mundo de esto,
que hacer caso de ladrones
es a falta de hombres buenos.
Ahora que el cielo roban
es buena ocasión, entremos,
que podrá ser que después
se pongan candados nuevos.
ROMANCE XI
Al espirar en la cruz
Desamparado de Dios,
el hombre puesto en un palo,
el alma tiene Jesús
en sus santísimos labios.
A su Padre Eterno mira,
abriendo los ojos santos
que ya cerraba la muerte
atrevido el velo humano.
Con voz poderosa dice,
cielos y tierra temblando:
mi espíritu, Padre mío
pongo en sus divinas manos.
Y bajando la cabeza
sobre el pecho levantado,
a la muerte dio licencia
para que flechase el arco.
Espira el dulce Jesús,
y del sangriento costado
sale aquella alma obediente
dejando el cuerpo entre clavos.
Desnudo y muerto sin honra
mira el padre soberano
a su dulcísimo Hijo
por un miserable esclavo.
No manda que de la cruz
ejércitos soberanos
le desciendan y sepulten
en urnas de jaspe y mármol.
Manda al sol que se retire,
y lo hiciera sin mandarlo,
por no ver desnudo a Cristo,
hecho a tormentos pedazos.
Que la tierra y mar se turben,
y que los hombres ingratos
sepan que ha muerto por ellos
un hijo que quiere tanto.
Manda se vistan de luto
los celestes cortesanos,
y que se apeguen las luces
de estrellas, planetas y astros.
Rompiese el velo del templo,
cayeron los montes altos,
abriéronse los sepulcros
y hasta las piedras temblaron.
Mas llamando encantamiento
el pueblo a tales milagros,
quebrarle quieren los huesos
que sólo quedaban sanos.
Y como le hallaron muerto,
por ir seguro, un soldado
puso la lanza en el ristre,
arremetiendo el caballo.
Abrió por el sumo pecho
tanta herida a Cristo santo,
que descubrió el corazón
como buen enamorado.
El corazón de los hombres
vieron en obras tan claro,
quiso también que se viese
dar agua de sangre falto.
Alma, a la Virgen María
considera en este paso
que la traspasa el dolor,
si a cristo el hierro inhumano.
Qué queréis a un hombre muerto
les diría el lirio casto;
mas bien haréis porque creo
que sois de Cristo retrato.
Ya del nuevo Adán dormido
y de su abierto costado,
sale la Iglesia su esposa
para bien de los cristianos.
Ya salen los sacramentos
del bautismo y del pan santo
que como es horno de amor,
sale el pan Dios abrasado.
De la ventana del cielo
ha quitado Dios el arco,
para que los hombres vean
que no tiene más que darlos.
Pues dulcísimo Jesús,
si después de pies y manos
también dais el corazón,
¿quién podrá el suyo negaros?
ROMANCE XII
El descendimiento de la Cruz
Las entrañas de María
con nuevo dolor traspasan
los martirios, que a Jesús
de la alta cruz desclavan.
¿Quien dijera, dulces prendas,
para tanto bien halladas,
que para subir al cielo
no fue menester escalas?
Más que mucho que se alcance
a la cruz santa arrimada:
ni que hecho pedazos venga
si el cielo a la tierra baja.
Ya no cae más sangre de él,
porque si alguna quedara
otra lanzada le dieran,
mas fue desengaño el agua.
Junto al sangriento costado
forma una esponja helada,
devanando en sus espinas
aquella madeja santa.
Los clavos baja a la Virgen
Nicodemus, porque bajan
desde el cuerpo de su Hijo
a crucificarla el alma.
Con trabajo y con dolor
José la corona saca
por estar en la cabeza
por tantas partes clavada.
A la Virgen la presenta,
que las azucenas blancas
de sus manos vuelve en rosas
y de su sangre las baña.
Ningún martirio de Cristo
sino la corona santa
tocó en el cuerpo a la Virgen
hiriéndola por tomarla.
Sacan sangre las espinas
de sus manos delicadas,
que junta con la de Cristo
para mil mundos bastara.
La cual pone en su cabeza
porque a su esposo le agrada
que sea lirio entre espinas
aquella venda de grana.
Ahora, hermosa María,
parecéis la verde zarza,
que aunque el fuego baje muerto
bien arde en vuestras entrañas.
Recibidle, gran señora,
que de la sangrienta cama
Juan, Magdalena y José
a vuestros brazos le bajan.
Cuando niño estaba en ella
haciendo y diciendo gracias,
que las del Padre tenía,
que fue su misma palabra.
Tomas estas manos frías
y diréis viendo las palmas,
que un hombre tan manirroto
que es mucho lo que nos daba.
Tomas los pies y veréis
qué bien el mundo le paga
treinta y tres años que anduvo
solicitando su casa.
Poned en vuestro regazo
la cabeza soberana,
veréis que el esposo vuestro
ya nos alegra y regala.
Y si el costado miráis
y aquella profunda llaga,
Dios os de paciencia, Virgen,
porque consuelo no basta.
Alma por quien Dios ha muerto
y muerte tan afrentada,
mira a su madre divina
y dila con tiernas ansias:
Desnudo, roto y difunto
os le vuelven, Virgen santa
naciendo os faltan pañales,
mortaja muriendo os falta.
Pidámosla de limosna
y entiérrele en pobres andas
la santa misericordia
pues ella misma te mata.
ROMANCE XIII
A la soledad de Nuestra Señora
Sola con sola la cruz,
los ojos puestos en ella,
y en sus virginales manos
clavos, espinas sangrientas.
Vueltos dos fuentes sus ojos
que derraman vivas perlas,
llorando muerta una vida,
dice así una vida muerta.
¡Ay cruz que en mi soledad,
como amiga verdadera,
sólo a la sola acompañas,
sólo a la sola consuelas!
Dame tus fuertes brazos,
abraza esta madre tierna,
porque a falta de mi hijo
los tuyos solo suplieran.
Quiero abrazarte, cruz mía;
pero ¿qué sangre es aquesta
que pues sin fuego hierve?
sin duda es la mía mesma.
¡Ay sangre de mis entrañas
vertida por tantas puertas,
pues de mis venas saliste
vuelve a entrar en mis venas!
¡Ay sangre que vertió Dios!
¡ay sangre que Dios desea!
pues con esta sangre cobra
Dios de Dios todas las deudas.
¡Ay engañosa manzana!
¡ay mentirosa culebra!
¡ay enamorado Adán!
¡ay mal persuadida Eva!.
Llevó aquel árbol vedado
fruta de culpas y penas
mas vos, cruz, una granada
coronada y pechiabierta.
Como fue fruta de invierno
y cogida de una huerta,
colgáronla por el hombre
que trae la salud enferma.
Y a los dos nos desfrutaron
de la dulce fruta nuestra;
pues la llevamos los dos,
yo con dolor, tu con pena.
Vuelve en ti a crucificarme,
no hayas miedo que lo sienta,
que mal sentiré sin alma
pues el sepulcro me encierra.
La lanza que le hirió muerto
a mi el alma me atraviesa;
que estaba en su pecho el alma
por estar el mío sin ella.
Crucificarme de pechos
y no de espaldas, cruz bella,
que pues la de Dios guardaste,
no es bien que yo te las vuelva.
Juntemos pechos y brazos,
que juntos es bien se vean
brazos y pechos que a Dios
en vida y muerte sustentan.
A Dios tuviste en los brazos
atándole de manera
que pudo el ladrón del hombre
llegar a hurtar tus riquezas.
Cruz, teniendo a Dios en peso
en él mostraste tus fuerzas,
pues le hiciste da de sí
cuanto pudo y cuanto era.
Contigo me crucifica,
y si por clavos lo dejas,
aquí están aquestos tres
que hasta el alma me atraviesan.
Cómo siendo arco de paz
para mi lo eres de guerra,
pues son de mi corazón
de aquestos clavos las flechas.
¡Ay hijo, si nunca errasteis
cómo con clavos os hierran!
fuese vuestra madre esclava,
hieran a la madre vuestra.
¡Oh ensangrentadas espinas
que os subís a la cabeza
a que mi flor encarnada
pues es rosa, espinas tenga!
¡Ay dolorosos despojos
de la vistoria sangrienta,
venid a ser haz de mirra
de mi pecho y de mi paciencia!
Herid al pecho que os ama
y aquesta boca que os besa,
estos brazos y estos ojos,
dijo, y quedóse suspensa.
Con lágrimas acompaña,
alma, a su madre y tu Reina,
que sola al pie de la cruz
llora su muerte y su ausencia.
El templo rompe su velo,
la luna en sangre se anega,
gime el aire, brama el mar,
llora el sol, tiembla la tierra.
Alma, tiembla, gime y llora
que hasta las piedras te enseñan;
pues rompen sus corazones
cuando el tuyo se hace piedra.
Los muertos a quien dio vida
sienten su pasión acerba,
y tú que se la quitaste
no lo sientes ni lo piensas.
ROMANCE XIV
Al sepultar a Cristo
En el doloroso entierro
de aquel justo ajusticiado,
que por culpas y no suyas
quiso morir en un palo.
Las campanas clamorean
y los sensibles peñascos,
que es bien que las peñas hablen
en tan lastimoso caso.
Viste el sol bayeta negra
y la luna monjil basto,
capuces la tierra y cielo,
que son del muerto criados.
La noche colgó de luto
las paredes del Calvario,
y el templo pesar mostró
sus vestiduras rasgando.
Las hachas son amarillas
que los celestiales astros
como vieran su luz muerta
amarillos se tornaron.
De la Caridad vinieron
a enterrarle los hermanos,
y los de la Vera Cruz
con algunos del Traspaso.
Angustias y Soledad
el entierro acompañaron,
que era su madre cofrade
y la primera que ha entrado.
No vino la clerecía,
que de doce convidados
uno solo se halló en él,
que era del difunto amado.
Para amortajar al cuerpo
dio un piadoso cortesano
de limosna una mortaja,
de su inocencia retrato.
Hizo la madre el aceite
de sus ojos lastimados,
derramando agua bendita
el Pater noster rezando.
Con olorosos ungüentos
ungen el cuerpo llagado,
de los vasos de sus ojos
mirra amarga destilando.
Llevan al difunto Dios
en los dolorosos brazos,
con lamentables suspiros
tristes lágrimas llorando.
Llegan al sepulcro ajeno,
y fue pensamiento sabio,
que para sólo tres días
basta un sepulcro prestado.
Abrió el sepulcro la boca
y recibió a Dios temblando,
que aun las piedras si comulgan
han de temblar comulgando.
Alma, ven a las exequias
de Jesús tu enamorado,
que yace por tus amores
muerto, herido y desangrado.
Mira sin luz a la luz,
sin vida al que te la ha dado,
condenando al Salvador
por salvar al condenado.
Mira por ti a Jesús muerto,
y que muerto y enclavado
te dice ¡ay esposa mía!
aunque me has muerto te amo.
Ves aquestos rojos pies
y aquestas sangrientas manos,
mira este rostro escupido
y este cabello arrancado.
Mira aquesta boca herida
y aqueste cuerpo azotado;
y esta cabeza sangrienta,
y este pecho alanceado.
Entraré en esas heridas,
mas ¡ay! que sangre brotando
cierta señal, alma mía,
que eres tu quien la has dado.
Yo te perdono mi muerte
como llores mis pecados
que estoy para perdonar,
aunque muerto no cansado.
Cesen ya las sinrazones,
alma, basta lo pasado,
que será hacer de tus hierros
otra lanza y otros clavos.
Acábense con mi muerte
tus culpas y mis agravios,
porque es ofender a un muerto
de corazones villanos.
De tus culpas y mis llagas
los dos quedaremos sanos
sin derramar sobre ellas
mirra de dolor amargo.
Alma, mis heridas cure
con este bálsamo santo,
y las tuyas que tu hiciste
las podrás curar llorando.
En el plato de tus ojos
me dé manjar de tu llanto;
y podrán decir que un muerto
pudo dar vida este plato.
Ámame tu como debes
y viviremos entrambos
tu enterrándote conmigo
y yo en ti resucitando.
Autor: Lope de Vega.
Enviado por Heliodoro Álvarez Regueras.
Refrán:
No se puede estar en misa, en la procesión y alabando al cura en la bendición.