Los viejos oficios

I

Si rememoro oficios antiguos que han quedado en la memoria de mis años jóvenes y que resultan en la actualidad inexistentes, no puedo olvidar al pregonero, un hombre menudo que cada tantos metros y acompañado de un silbato-corneta recorría el pueblo transmitiendo todo tipo de acontecimientos relevantes concernientes al Ayuntamiento, la Hermandad de Labradores y Ganaderos, o cuantas novedades podían ser de interés para los vecinos, y que muchas veces empezaba con el estribillo aprendido: "De parte del señor alcalde se hace saber....". Era una forma sencilla de que los habitantes del pueblo y, sobre todo, la gente mayor que vivía sola encerrada en casa, se enterase de las novedades que acaecían en Castronuevo.

Otra manera de informar a los vecinos del pueblo era a través del repicar de las campanas de la iglesia; dependiendo de la cadencia con que sonaran se sabía si tocaba a difuntos, a fuego, a misa, a rosario, novena etc. y aquel que se dedicaba a tañer las campanas con arte era un auténtico maestro reconocido por todos.

Tengo el orgullo de constatar aquí que, además de otros nombres, mi abuelo Bernardino, a decir de mucha gente, fue uno de los mejores campaneros reconocido por su arte a la hora de hacer repicar las campanas de nuestro querido pueblo, aunque también es verdad que nunca le gustó prodigarse demasiado.

Un acontecimiento muy importante era cuando el sacerdote acompañado de uno o dos monaguillos salía de la iglesia hisopo en mano y procedía a la "la bendición de los campos" seguido de los feligreses, asunto que acontecía todos los años el día 15 de Mayo, festividad de San Isidro Labrador. Ese día las campanas tañían con fuerza y después de comer se celebraba la jornada con un buen postre que solía ser leche crema elaborada con la leche que regalaban los atajeros.

Para las misas o las novenas se acostumbrara a hacer tres llamadas o avisos: las primeras, las segundas, las terceras y la entrada, que era cuando a los hombres, reunidos en el pórtico de la iglesia y una vez que las mujeres estaban ya sentadas en sus reclinatorios o en sus bancos, les tocaba entrar para comenzar el acto religioso. En la actualidad este quehacer artesano ha quedado en desuso, y se ha sustituido por un disco. Aunque parece igual, no lo es ni de lejos, sobre todo porque el factor humano, como en tantos oficios, se ha perdido.
Dentro de iglesia cada uno tenía su espacio. Los pequeños se colocaban en la primera parte del recinto, los niños a un lado y las niñas a otro. Pasado el escalón principal, y en una segunda división, se situaban las mujeres, y en la parte trasera del templo los hombres. De esta forma, aunque los miembros de una familia entraran juntos, cada uno sabía el sitio que tenía que ocupar una vez dentro de la iglesia.

Si bien otros muchos oficios han desaparecido con el transcurrir de los tiempos, quisiera mencionar aquí algunos de ellos que formaban parte del trabajo diario en muchos pueblos castellanos como el mío y pese a que varios de ellos continúan desarrollándose del mismo modo, quiero rememorarlos por los recuerdos tan entrañables que dejaron en mí.

Recuerdo al cartero, que iba de puerta en puerta para entregar la correspondencia a los vecinos que conocía por su nombre. Entonces no se ponían en los sobres los nombres de las calles, solamente se cumplimentaban tres escuetas líneas: el nombre del destinatario, el pueblo y la provincia. Estos únicos datos eran suficientes para que el cartero hiciera su labor, y tengo que decir que, en un época en la que el género epistolar era el medio de comunicación por excelencia, con una población semianalfabeta, caligrafías poco inteligibles y sin existir ayudas cibernéticas que facilitaran la tarea, pocas cartas dejaban de llegar a su destino.

El teléfono era otra forma de comunicación pero no existía en los domicilios particulares, por lo que la centralita instalada en una casa de Castronuevo era donde se concentraba la telefonía para todo el pueblo. La mayoría de las llamadas provenían de hijos que habían salido de aquella tierra para vivir y trabajar y se interesaban de vez en cuando por la familia que habían dejado allí.

Otro oficio que llegó a ser casi fundamental para los hombres de Castronuevo, fue el de barbero. Antiguamente los hombres se hacían afeitar una vez a la semana por el barbero que iba casa por casa a rasurar a sus clientes. Fueron varios los que trabajaron en el pueblo aunque yo en los últimos tiempos recuerdo a Alfredo viajando en bici por el pueblo con sus útiles de trabajo para atender a los clientes.

II

Mucha gente levantaba sus casas de adobe de manera artesanal y muy básica. Se trabajaba una mezcla de tierra, paja y agua que vertían en moldes cuadrados dejándolos secar al sol; una vez secos los desmoldaban y ya estaban listos para construir casas, cercas para el ganado o cualquier otra edificación que fuera precisa. De este modo se construyeron la mayoría de las casas y, dado que la materia prima abundaba en el pueblo y podían permitirse ser generosos con el espacio de edificación, las casas más antiguas tenían unos muros gruesos que aislaban las viviendas tanto del frío como del calor, característica ésta muy importante en una climatología adversa con inviernos muy fríos y veranos demasiado calurosos. Después vendrían los primeros albañiles profesionales que construyeron ya con ladrillo y cemento una buena parte de las viviendas del pueblo.

Los carpinteros que mejor recuerdo vivían al lado de la laguna y al pasar por allí, siempre con la puerta abierta, era fácil escuchar la sierra trabajando y ver las virutas de serrín que lo impregnaban todo.

Al afilador lo apodábamos "El señor Zazo", porque no pronunciaba bien y hablaba con la "z".Iba casa por casa con su carrito y hacía sonar un silbato acompañado de un estribillo, que yo siempre entendía como: "Afilador que todo lo cheira: navajas, cuchillos, tijeiras", deteniéndose en las casas que requerían sus servicios para afilar: tijeras, cuchillos, hoces de segar etc.

En una época en la que escaseaba el dinero, los arreglos eran indispensables para una buena economía doméstica. Las mujeres cosían la ropa, volvían los cuellos de chaquetas y camisas para que duraran más, adaptaban las vestimentas de los hijos mayores para los pequeños y utilizaban las telas sobrantes como trapos para pasar el polvo, limpiar los cristales etc.

El menaje de cocina estaba compuesto por utensilios en su mayoría de barro: ollas, cazuelas, potes; pero también existían algunos de estaño y de hoja de lata: fiambreras, zafras, calderos, vasijas... y cuando estos se estropeaban por el uso o tenían piteras, había que recurrir a profesionales como el hojalatero que iba de vez en cuando por las casas y los reparaba estañando la rotura y prolongando, de ese modo, su vida durante otra temporada.

En un pueblo agrícola y ganadero como el Castronuevo que recuerdo en estas páginas, se desarrollaron oficios muy ligados a tales actividades. Había mucha ganadería doméstica: pollos, gallinas, cabras, conejos o patos de los que se encargaban las mujeres de las casas, pero también se criaban cerdos –para la matanza o para la venta-, había vacas lecheras y atajos de ovejas. Se comerciaba con los productos derivados de estos animales: leche, huevos o quesos que, una parte se vendía entre los habitantes del pueblo, y otra a las fábricas que iban por los diferentes municipios recogiendo, sobre todo la leche, en camiones cisterna cada mañana.

Como consecuencia de la existencia de tanto ganado lanar, el esquilador fue una figura importante y necesaria, y los esquiladores de mi pueblo esquilaban tanto en Castronuevo como en los pueblos cercanos.

Antes de que se extendiera el uso de la mecanización agrícola, las caballerías hacían una labor fundamental en los trabajos del campo. La proliferación de éstas hizo que otro oficio se convirtiera en imprescindible: el herrero. La fragua, además de un lugar de trabajo, era también un espacio de reunión entre los labradores. Allí acudían con frecuencia los hombres al regresar del campo no solo para arreglar los útiles y aperos de labranza, sino también para charlar y encontrarse, hablar e intercambiar impresiones.

Otro punto de reunión que tuvo gran importancia fue la herrería en una época en las máquinas aún no habían sustituido a los animales; así cuando se precisaba herrar el ganado – caballos, mulas o asnos-, se acudía a casa del herrador con los animales, constituyendo este oficio, como tantos otros, una singularidad casi desaparecida hoy en día.

En Castronuevo un oficio que nunca podía faltar era el de veterinario, ya que en tiempos fue un pueblo básicamente agrícola y ganadero. En este apartado tengo el orgullo de mencionar a mi tatarabuelo Antonio Turiño que, además de veterinario, fue el precursor y origen de mi existencia, mi antepasado por excelencia ya que partiendo de él, y a través de los matrimonios de dos de sus hijas comienza mi saga familiar por ambas ramas: paterna y materna. Posteriormente otros veterinarios se hicieron cargo del oficio, ya fuera residiendo en el pueblo o yendo esporádicamente según demandaran sus servicios.

Me he referido a quienes atendieron a las necesidades médicas del ganado, ahora lo haré refiriéndome a quienes trabajaron por la salud de la gente. Los médicos que prestaron sus servicios en el pueblo eran lo que en la actualidad se entiende como "médico de cabecera", ya que en su recorrido diario por las casas para visitar a los pacientes, conocían a la familia y sus vicisitudes, lo que les permitía hacer una historia clínica integral. Puede que sus remedios fueran escasos, ya que eran generalistas y para casos importantes se imponía la visita al especialista de la ciudad, pero suplían la falta de medios con su cercanía física y emocional.

Los remedios que recetaban se dispensaban en la botica. La farmacia que mejor recuerdo estaba situada en la cuesta, camino de la carretera, y era pequeña pero estaba muy surtida para la época. Con el devenir de los tiempos, y dado que Castronuevo cada vez se estaba quedando más solo de vecinos, dejaron de funcionar las escuelas y también la farmacia, que se llevaron a otro pueblo cercano más grande; por ese motivo una chica del pueblo se encargaba de recoger las recetas por las casas y devolvía las medicinas que previamente le habían dispensado en Zamora.

Para completar el apartado de salud, no podría faltar la figura del practicante, y al mencionar esta profesión en el pueblo surge instintivamente el nombre de Javier, que fue el practicante por antonomasia durante muchos años, a quien tengo un enorme cariño, tanto por sus méritos profesionales (vivo gracias a él, pues ayudó a mi madre a traerme al mundo en un parto complicado), como por los lazos familiares que nos unen.

En la actualidad, por desgracia, muchos de los oficios que he referido ya no existen, y muchos de los profesionales tampoco ejercen. En tiempos Castronuevo fue de los pueblos más importantes de la comarca, pero poco a poco nos fueron quitando lo más básico: el médico, la farmacia, el practicante, las escuelas… En la actualidad está habitado por una comunidad de gente sencilla y de su antigua grandeza solo queda el recuerdo.

Los jóvenes se han marchado; no quieren quedarse en un pueblo que no les ofrece ningún aliciente de ocio y solo permanecen unos pocos que siguen labrando la tierra de sus padres y antaño de sus abuelos. Ellos junto con las personas mayores que se han criado allí y no conocen ni quieren saber de otro lugar que no sea Castronuevo, siguen esperando su final y con ellos la soledad más absoluta de calles y plazas que incluso ahora se ven despejadas de vecinos.

Yo, desde estas líneas de recuerdo y nostalgia, pretendo que mi pueblo siga vivo recordando con agrado sus mejores tiempos.

Mª Soledad Martín Turiño

Refrán:
Quien tiene oficio, tiene beneficio.