LA NEVADA DE SANTA ÁGUEDA

Relato con origen : San Román del Valle - Muelas del Pan

Corría el 3 de Febrero de 1952 y las águedas ya habían desenpolvado sus trajes por causa de las candelas. Ya en la sobremesa de esa tarde el cielo se encapotó de color argentífero grisáceo. Presagiaba nevada, pues la temperatura era en cierta medida agradable. Poco rato después comenzó a nevar y nevar. No paraba. Se hizo denoche y seguía nevando. La gente optó por quedarse en las casas, cenar pronto e irse a dormir para ya despertarse en la vípera de Santa Águeda. Antes de eso, durante la nevada yo me asomaba por la ventana del “sobrao” de mi abuelo Gachele y no se veía más allá del “prao” de los Patacones. Dejé de mirar hasta que la noche y la obscuridad prematura me obligaron a ello.

Al día siguiente pude observar que la nevada era una señora nevada. Las paredes de las cortinas habían quedado ocultas en su mayoría y los zarzales habían quedado tapados. La carretera estaba intransitable y no pasaban coches. Muchos vecinos de Muelas del Pan tuvieron que, pala en ristre, despejar varias calles para posibilitar la salidas de algunos vecinos que habían quedado atrapados en sus casas sin posibilidad de poder salir. Tal sucedió con la casa del Tío Correas donde la nieve había llegado hasta el tejado por causa de los remolinos del viento que en algún momento se formó.

Pocos días después supe que esta nevada había sido general en toda la llanura zamorana. Los campos de Tierra del Pan estaban tan blancos como la tundra siberiana. La Mota de Benavente y la Colegiata de Toro también estaban blancas. La nevada había llegado hasta más allá de San Román del Valle. Allí había sucedido lo mismo. La gente no se atrevía a salir de sus casas esperando a ver si la nieve se derretía. Así hasta el mediodía del día 4 de Febrero.

La familia de Garcilaso, en cuya casa vivía su primo Severiano por haber quedado huérfano, también se disponía a comer. La familia de Garcilaso tenía por costumbre regar la comida con sus propios vinos que guardaban en una bodega un poco más allá de la cuesta. Pero en casa no había vino. La madre de Garcilaso dijo: “¡Pues hoy a comer sin vino, que cualquiera sale a la calle!”.

Garcilaso y Severiano se miraron uno al otro y dijeron: “¡Pero, bueno! Nosotros vamos a buscar vino a la bodega!”. No consiguió la madre convencerlos de que no salieran. Salieron de la casa con hartas dificultades para poder despejar la puerta de salida. Se dirigieron a la bodega orientádose con ciertas dificultades. Cuando ya pensaban que estaban cerca tuvieron el problema de encontrar la puerta de entrada de la misma, que era una entrada común a varias bodegas. Para llegar hasta allí iba Severiano delante que pesaba menos, aunque la nieve se le hundía hasta la cintura. Garcilaso, más mayor, aprovechaba sus mismas pisadas y parecía que por allí solamente había pasado una sola persona.

Pero la entrada de la bodega no se veía. Unos metros antes había un espino que también estaba oculto, salvo una ramilla que no se veía si no fijabas la vista. Estaban desconcertados y quedaron inmóbiles durante un rato tratando de saber hacia donde debían dirigirse. Estando en esto una pega vino a posarse sobre la ramilla del espino. Entonces Garcilaso y severiano supieron donde estaban. Llegaron hasta el espino. Ellos sabían que unos metros más allá había una gran piedra a la entrada de la bodega. Calcularon bien y encontraron la gran piedra. Siguieron en la dirección que ellos sabían y, escarbando, encontraron la entrada. La garrafa que llevaban se les escapó de las manos y rodó entrada abajo. Afortunadamente no se rompió. Ya una vez dentro de la bodega cada uno se bebió dos buenas pintas de vino y reposaron. Para llenar los vasos no aprovecharon la espita habitual, sinó la pluma de pavo que estaba más arriba en la barriga de la cuba. Llenaron la garrafa y, ya calentitos y recuperados del corto viaje, regresaron a la casa utilizando las mismas huellas por donde habían venido. Varios vecinos que los habían visto les habían invitado a desistir de ir a la bodega, pero ellos no hicieron caso. Cuando regresaban hacia la casa, la pega estaba todavía sobre el espino y no se marchaba. En la bodega habían cogido un mendrugo de pan para acompañar al vino y les sobró. Ese sobrante se lo lanzaron a la pega que lo cogió al vuelo y desapareció más allá del espino como si hubiera estado esperando la recompensa por haberles enseñado dónde se encontraba la bodega. Regresaron a casa y comieron con la normalidad de siempre y sin falta de vino.

La nevada por San Román del Valle duró hasta bien entrado el mes de mayo. Por Muelas del Pan se fue un poco antes y duraría hasta últimos de abril.

La carretera N.122 estuvo muchos días cerrada. Los pueblos aledaños a la misma debieron de trabajar como a prestación personal para despejarla. Los de Muelas del Pan, conducidos por su al alcalde, Don José, pala al hombro, abrieron brecha hasta el kilómetro 13, justo hasta la curva donde se encontraron con otros que venían, haciendo el mismo trabajo, desde Zamora. Se saludaron y cada cual regresó por donde había venido.

Desde entonces Garcilaso y Severiano tomaron la costumbre de llevar un trozo de pan cuando iban a la bodega en San Román del Valle. Si no veían a la pega se lo dejaban junto al espino. Cuando salían el pan ya no estaba allí y se veían urracas en las cercanías.


Garcilaso de San Román del Valle y Luis de Muelas del Pan