LA VIÑA DEL ATÚN

Relato con origen : Muelas del Pan

Corre aproximadamente el año 1955. Estamos en las postrimerías del verano. José Pelayo está dando por acabada la elaboración de las últimas tejas de la última hornada del año. La jornada está dando a su fin y todo el mundo está en la caseta dando cuenta de los pollos tomateros y de las ensaladas de fin de verano. La pareja de la Guardia Civil que, ya se aburre de dar el alto de vez en cuando a alguna camioneta alistana que se dirige con la carga de recados de utensilios y víveres primarios de las aldeas de Aliste, se acerca hasta El Tejar para acompañar a Pepe en sus últimos cortes y, de paso, hacerle compañía durante la merienda al sabor de jugosas conversaciones sobre las últimas noticias de la radio.

Ya en estos menesteres, Mundo, un hijo de Pepe, grita desaforado animando a una pareja de galgos del tío Medina que, tras una liebre que busca el refugio en la viña del tío Pachaco, palomar abajo, la siguen haciendo eses y dando trompicones. Las gentes de la caseta salen para contemplar el espectáculo, no sabiendo decir, ahora mismo, cuál fue el resultado de la persecución.

La vendimia:

En esta época Muelas del Pan las vendimias, como las matanzas, son una ocasión estupenda para estrechar los lazos familiares y de amistad vecinal. Por ello, la recolección de la uva representa una verdadera fiesta. Especialmente para los pequeños que, aparte de divertirse e iniciarse en los duros trabajos de la recolección, degustan una comida que suele destacarse del menú diario (que, en Muelas del Pan, no suele ir más allá de los consabidos garbanzos, patatas y fréjoles, acompañados de los productos de la matanza casera, pero que han de durar todo lo que se estira el año, aunque al final el tocino sepa rancio y el chorizo esté como las piedras).

Este día de la vendimia en la viña de Las Carbas de José Pelayo, es un día de jolgorio y felicidad para los chicos. Estos, con sus cuévanos de mimbre y las uñas por tijera, ayudan a los mayores a ir recogiendo el fruto de una viña bien cavada y bien podada que se convertirá en zumo de los apóstoles y alma de conversaciones bien tejidas por los amantes de Baco.

A estas horas ya el sol queda en la vertical del Barrillino y se acerca la hora de comer. Se sacan varios panes de la propia hornada, como es costumbre en esta época en la que cada cual elabora su propio pan, y hay carne de pollo o gallina no ponedora para que cada cual sacie su maltratado estómago. Pero como es un día especial y hay que compensar el afán vendimiador, hay también latas de conservas, especialmente de bonito o atún que, por la baja renta per cápita, no suele abundar por estas latitudes ni en esta época. Todo ello bien regado con los estertores de la última cosecha, ya un poco acidulada, pero a cuya acidez ya están hechos estos paladares.

Ramón, Maxi, Antonio y Luisito, algunos de los chavales que ayudan a vendimiar, dan buena cuenta del atún regalando a sus estómagos de este fruto exótico del Atlántico.
Mientras los mayores se enzarzan en conversaciones sobre la bondad de la cosecha, ellos corretean repaladeando el frecuente eructo del atún para que en los días venideros les quede el recuerdo de esta jornada.

La liebre:

Allá a lo lejos, como viniendo de la Laguna de Las Barreras, se divisan tres puntos, dos galgos y una liebre, un hombre con una vara y un caballo a la caza de la misma. Es el tío Medina con sus galgos y un caballista cuya identidad se me ha ido de la memoria.

Todo el mundo ceja en su conversación y se apresta a observar tan extendido deporte. Se levanta una gran expectación.

La liebre, después de ir y venir haciendo mil regatinas y los galgos mil vueltas de campana, se dirige hacia la viña de José Pelayo acosada por el triple frente de los dos galgos y el caballo. Sin duda, el animal piensa, si es que los animales piensan, que en llegando a las cepas podrá dar esquinazo a sus acosadores.

El último tramo, y después de un esquinazo formidable, la liebre enfila definitivamente hacia la viña habiéndose procurado una distancia salvadora de los galgos. Sin duda se ve salvada.

La liebre parece ignorar la presencia de las personas que están en la vendimia. Los niños están al acecho y observan todo con nitidez y absorbencia. La liebre se acerca más y más, va hacia los niños. Gira hacia un recodo en que se encuentra Maxi; va derecha hacia él. Éste, como si quisiera parar un balón, pone las manos y cierra las piernas. La liebre se le encaja en sus brazos como un gol bien parado.

Acto seguido, llegan los galgos. A continuación el hombre del caballo y el tío Medina. Maxi quiere la liebre porque la ha cogido él, el hombre del caballo reclama sus derechos porque dice que la hubiera cogido de todas maneras y el tío Medina, que le pertenecen los galgos, arguye que sin ellos la liebre se habría escapado.

Como se ha reunido bastante gente, mientras se discute el asunto, Pepe invita a todos a un trago antes de reiniciar la tarea de la vendimia.

Finalmente, Maxi se queda sin la liebre y el tío Medina y el hombre del caballo se la llevan. Es de suponer que se la repartirán en una merienda común.

Llega el atardecer y la vendimia se acaba. El último carro cargado de uvas se dirige a La Conserval y Los Conforcos para tomar el camino de La Corza hasta llegar al lagar del tío Gachele, que es donde se convertirá en signo de amistad y bronca.

Los chavales, entre racimo y racimo, acompañados de eructos de atún, recordarán este día como un día maravillosos en que la comida se salió de lo normal, el campo tomó un aspecto especial y asistieron a la caza de la liebre con caballo y galgos que pasado el tiempo recordarán como aventuras de su infancia que no se volverán a repetir.

Ramón Martín Pelayo (1945-2003)