ESE CIELO TAN ESPECIAL

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Una de las características de los labradores ha sido desde siempre mirar el cielo. Ya Delibes, maestro por excelencia de estas tierras que conocía y amaba como nadie, formulaba: “si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo habrán levantado los castellanos de tanto mirarlo”. En efecto, una buena cosecha depende, además de la labor del agricultor en gran parte de fenómenos climatológicos muy asociados a su trabajo: que haya llovido, helado o que salga sol resulta fundamental para sembrar, cosechar, para que el cereal, la remolacha o el girasol nazca sano, se debilite o se enfangue y muera; de ahí que observar el cielo, ver caminar las nubes, comprobar si está nublo o despejado es, para los campesinos, algo tan esencial como respirar.

Al caer de la tarde, cuando se contempla con atención el firmamento, sobre todo en esas noches oscuras limpias de toda contaminación lumínica, resulta un espectáculo incomparable descubrir: las constelaciones, la luna en sus variantes fases, la vía láctea, las galaxias, eclipses, lluvia de estrellas, alineaciones entre planetas, el fiero resplandor del relámpago, fenómenos diarios como la aurora o el ocaso…y una multitud de estrellas que forman puntos de luz salpicados en el firmamento, que son un regalo que pocos valoran; porque a veces la mente se obceca con temas menores y no levantamos la vista del suelo, perdiéndonos un panorama hermoso que está ahí para nuestro disfrute. Y si hermoso es el cielo de noche, nos depara bellas sorpresas también durante el día; dependiendo de la estación climatológica y el momento horario puede adquirir tonos cromáticos diferentes que van desde el azul intenso, el gris, el blanco, el rojizo de los atardeceres, el negruzco que precede a los nubarrones previos a la tormenta, o la magia del arco iris tras la lluvia.
El concepto de cielo desde un punto de vista más literario o romántico puede entenderse bien como una entelequia superior al que se dirige un Zorrilla desesperado: “Clamé al cielo, y no me oyó, mas, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra responda el cielo, no yo”; como un juego de sinónimo-antónimo: “Todos llevamos dentro el cielo y el infierno.” de Oscar Wilde, o como una entidad que debe hacer justicia; en este sentido Cervantes acuña estas dos locuciones a modo de ejemplo: “A la justa petición siempre favorece el cielo.” y "Lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir." 

Esos cielos, los que se elevan sobre nuestras cabezas, tan iguales y, al mismo tiempo tan diferentes, dependiendo del lugar geográfico donde nos encontremos poseen, sin embargo, una magia especial que los hace únicos; las nubes que los adornan se convierten en formas caprichosas, etéreas y sutiles que desatan la imaginación por más que científicamente las clasificara Luke Howard, allá por el año 1803, y resulta una aventura perderse en ellas imaginando allá la forma de un rosto femenino, un perro o una montaña, en un espejismo de maravillosas sensaciones.

Ese cielo tan especial es, también, ese cielo de Castilla que tanto contemplan ojos de niños y viejos cada día para alumbrarles el camino porque, como decía Unamuno:

“Tú me levantas, tierra de Castilla,
en la rugosa palma de tu mano,
al cielo que te enciende y te refresca,
al cielo, tu amo”.

Mª Soledad Martín Turiño