EL IDILIO

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Formaban una pareja singular: ella era una mujer joven, hermosa, independiente y acostumbrada a hacer de su capa un sayo, y a no dar explicaciones a nadie; se consideraba libre en el más amplio sentido de la palabra, y esa libertad le había costado muchos años de estar anulada en un trabajo de hombres, hasta que despuntó y los dejó asombrados, hasta que alcanzó ese puesto con el que todos soñaban y entonces empezaron a tomarla en consideración, a excepción de un grupo de resentidos que maldecían su suerte y culpaban a la sociedad por permitir que una mujer fuera su jefa.

Esa había sido su venganza: pasar desapercibida, pero dedicarse en cuerpo y alma a aquel proyecto al que se consagró por entero, hasta el día que lo presentó y todos quedaron asombrados. No era fácil para una mujer en aquella época de hombres trabajar como ingeniera en una empresa masculina, a excepción, como siempre, de los puestos administrativos que continuaban ocupados por chicas de buen aspecto para dar relumbrón a la empresa.

Desde aquel despacho de élite, contemplaba la inmensa ciudad que se extendía a sus pies. Lo tenía todo: un buen apartamento, un buen trabajo, algunos amigos con quien intercambiar confidencias… sin embargo, su vida no estaba completa.

En uno de los viajes de empresa que tuvo que hacer al norte de África, conoció a Malek, que era el representante de Argelia con quien debía entablar conversaciones de cara a que el negocio se expandiera en aquel país. Desde el principio tuvieron una química especial, podría decirse que se gustaron desde el momento en que los presentaron en la fiesta de la embajada. En aquel ambiente elegante de ocio, gente y copas, resultaba grato y fácil entablar conversaciones banales con todo el mundo; sin embargo, Malek y ella, un rato después de haberse integrado en la fiesta, se alejaron hasta la hermosa terraza desde donde llegaban los ecos de la música y el aroma de aquella tierra.

Iban vestidos de etiqueta, ella con un traje largo azul oscuro que dejaba al descubierto sus hombros y parte de la espalda; del cabello recogido en un moño alto sobresalían unos tirabuzones dorados acariciando su rostro; un collar de zafiros adornaba la esbeltez de su cuello y era consciente de que llamaba la atención. Malek era un hombre alto, con un cuerpo fornido y musculoso como los africanos; en su tez de color marrón destacaban unos ojos intensamente negros que la observaban de manera inquietante; su sonrisa era amplia y franca dejando al descubierto unos dientes blancos y perfectos.

Permanecieron en la fiesta durante una hora hasta que él la tomó por el brazo y le sugirió irse a otra parte para hablar con más tranquilidad. Condujo hasta el puerto de Argel y allí, pasearon a la luz de la luna hasta que la noche cayó como un suave manto sobre ellos. Ella se excusó diciendo que debía regresar al hotel ya que las jornadas siguientes serían intensas. Sin embargo, casi todos los días debían verse, ya fuera en alguna reunión con ambas delegaciones: la española y la argelina o, para ver in situ la localización del enclave del futuro asentamiento logístico, motivo del viaje que le habían encomendado.

Se dieron cuenta, casi al instante, de que se estaban enamorando, de que solo deseaban verse cada día y estar juntos. Malek la halagaba sin cesar; era una persona detallista que, cada vez con una excusa diferente, le regalaba inesperadamente un chal para protegerla del frio al atardecer, o cuando regresaba al hotel la esperaba un ramo de rosas con una nota de buenas noches. Dos días antes de finalizar la visita a Argelia, ultimado ya el negocio que la había llevado allí, fueron a pasar una tarde en el desierto. Algo se desató en aquel ambiente mágico del que brotaban las formas que hacía la arena, o tal vez fuera la luna llena que iluminaba la jaima, o aquel vino dulce que embriagaba con la misma intensidad que los ojos de Malek observándola en silencio… todo fue natural y mágico cuando se le acercó y la besó suavemente en la nuca mientras sus dedos recorrían la espalda de ella, que se dejaba hacer con un insaciable apetito de amor.

Despertaron cuando el sol inundó la tienda y ambos se miraron sonriendo con complicidad; después se dirigieron al aeropuerto ya que ella debía regresar a España. La despedida fue silenciosa y triste; pero, una vez en el avión, no dejaba de pensar en aquel hombre al que tardaría en volver a ver o, en el peor de los casos, ni volverían a encontrarse porque sus países y sus vidas estaban muy distantes. Rechazó aquellos pensamientos y, en su mente analítica y poco proclive al sentimentalismo, decidió que aquello había sido una experiencia agradable con un hombre, no distinta a aquellos encuentros amorosos ocasionales que tenía para hacer un poco más llevadera su vida.

Cuando regresó al trabajo un enorme ramo de rosas de Malek la esperaba para demostrar que él también seguía pensando en ella. Hablaban por teléfono a diario, e incluso ella le propuso venir a España unos días; sin embargo, Malek rehuía esa posibilidad aduciendo un trabajo que absorbía todo su tiempo. Ella empezó a pensar si aquella relación no había sido interesada para conseguir el emplazamiento en Argelia y, de paso, haberse ligado a la representante española de cuya belleza todo el mundo hacía elogios.

Fue transcurriendo el tiempo y con él se fueron distanciando las llamadas, y los mensajes eran a veces de mero protocolo: correctos pero insulsos.

Tuvo que quedarse en la oficina toda la tarde para recuperar el retraso que llevaba en un proyecto ya que, un inesperado constipado la había alejado del trabajo durante casi una semana. Hizo un alto en el camino para tomar un sándwich que había encargado mientras daba unos pasos por el despacho para estirar las piernas. Cuando se sentó, cotilleó en el ordenador los ecos de sociedad, chismes intranscendentes que aliviaban la carga del trabajo. Entre ellos estaban los de siempre: la marquesa de tal, el noviazgo de cual, la separación de…. hasta que sus ojos se clavaron en una fotografía reveladora: era Malek acompañado de una mujer argelina que, sonrientes y vestidos elegantemente, anunciaban su compromiso dando a conocer la fecha de sus futuros esponsales.

Permaneció unos minutos sin poder apartar la mirada de aquella fotografía, sin pestañear siquiera; luego, redactó una tarjeta de felicitación para que saliera sin falta hacia Argelia a la mañana siguiente.

Mª Soledad Martín Turiño