Poesías de la Tierra del Pan


OTOÑO CEÑUDO


Cuando el cielo se obstina en ennegrecer las nubes,
escasea la luz y se guarecen
los pájaros entre las escasas hojas de las ramas,
cuando el aire se torna céfiro insolente
y se bate en duelo con inusitado brío
arrastrando a su paso un embrollo de enseres,
cuando el mar se cuela dentro de las urbes,
impone su dominio húmedo y penetra
en la intimidad de los hogares imponiendo su ley…
entonces mi alma confusa se abruma
y en su pesadumbre crece la desesperanza,
porque somos seres pequeños e impotentes
ante las pujanzas fieras de la naturaleza.

Las manos se juntan en una plegaria
para combatir el miedo, se alza la vista
con cautela, y el corazón contrito
ruega a ese dios que presumimos
para que nos bendiga con su manto protector
y evite de ese modo la desgracia.

Solo sabemos rogar a Santa Bárbara cuando truena
pero es que ese clamor ¡es tan tremendo!

Acecha el miedo, palidece la luz,
la gente huye corriendo hasta un abrigo
que les resguarde de las inclemencias
severas de este incipiente otoño que, como siempre,
acecha escondido tras los calores
para sorprender una tarde cualquiera
y hacerse notar con fatua jactancia.

Atrás quedaron el vino y las rosas,
los frugales amores del estío, la luz,
el gozo, la charla interminable, el regocijo…
Ahora es el tiempo del recato, la reflexión,
la lectura junto a la ventana, el pensamiento al aire,
un recuerdo que va y viene, algunas gentes
que amamos y que tal vez nos amaron,
y sentir con la mente serena, sin sobresaltos,
que el tiempo de hoy pasará y llegará el otro,
que tras la sombra, la tiniebla se hará a un lado
y regresará con la alegría de siempre otro verano.

Mª Soledad Martín Turiño