Poesías de la Tierra del Pan


LAS MERINAS DE CEREZAL


Julio del noventaytrés, fiestas de la trashumancia
Que viendo espejo en Numancia cortan el tiempo al revés.
De tierras de Extremadura por las tierras salmantinas
Trashumantes, las merinas, buscan los pastos de altura.

De los tiempos de la Mesta recorriendo las cañadas,
Los cordeles y majadas su pasar era una fiesta.
Tras la Guerra permanecen, los lobos siempre al acecho,
Co el hambre, que es un hecho, muchos corderos fenecen.

En los tiempos venideros ya por el tren se transportan
Y los costos poco importan, pués se ganan en corderos.
Son las cañadas roderas, los cordeles van menguando,
Las rejas van ensanchando el final de las linderas.

Y en las tierras de Fonfría, como en Madrid capital,
Al colegio comarcal la cañada le servía.
Y el avance motoril, que al pastor ha liberado,
Pide ser bituminado de aquel cordel el carril.

Y llegan el Noventaytrés, y en Cerezal hacen fiesta
En recuerdo de la Mesta que ya por siempre se fue.
Y, ya metidos en fiesta, esperaban las merinas
Que por tierras salmantinas descansaban en Ledesma.

Las pobres, de tanto andar por caminos empedrados,
Los zapatos desgastados no pueden ya caminar.
Como no hay más solución después de la ruta andada,
Estiman ser transportdas en un moderno camión.

El gentío en Cerezal visita la exposición
De aperos, y colección, de carácter comarcal.
Y, tras misa pastoril, y un concurso regional,
Una comida frugal pagada por el edil.

Y, aunque aquí no sen baturros, se trilla con animal
De forma tradicional y hacen carreras de burros.
Y, como dijimos antes,todos con gran ilusión
Esperaban el camión de merinas trashumantes.

Ya llegadas las merinas se esparcen por la pradera
Paciendo, cual ya lo hicieran, sus anteriores madrinas.
Cerezal cierra su fiesta, Fiesta de las Trashumancia,
Y que con su sola estancia olvidó ser pueblo en siesta.

No pidamos las cañadas cuando la gente se ha ido;
No olvidemos el olvido de esta tierra maltratada.
Un pueblo sin tierra es nada, nada es la tierra sin gente;
Cerezal, pueblo durmiente, ¿porqué quieres la Cañada?.



Luis Pelayo Fernández