Poesías de la Tierra del Pan


FICCION DE GLORIA Y DUELO



Naces entre requiebros
de vida torcida pegada a la tierra,
con la fuerza de la reciedumbre
en cada cepa manifiesta.
Oh campos plenos de pigmeos sembrados,
entre vosotros con firmeza
de tierra seca van creciendo
sarmientos de terrones alineados;
son ojos de la tierra,
saltonas pupilas vedes hoy, mañana negras,
ubres de vida alegre,
penachos sosegados para quitar penas,
arreboles de sabores centenarios,
o cosecha vieja de zumos amargos
cuando se desligan de la razón misma
y nos hacen dueños ala par que esclavos.

Lejos quedan los años de fatigas
en que el arma del dolor eran pies descalzos
condenados a desgajar abrojos
entre llagas de sudor y ebrios rastrojos.
¿Dónde quedó el placer de la vendimia
así, al natural, sin artefactos
que sucumban al progreso con el paso de los años?
¿Dónde pueden verse ahora
esos rostros curtidos, esos pelos desmañados,
aquel comparar un año con el otro
o tanto recuerdo al amor de la lumbre
por el vaso de vino comenzado?

Se ha pedido el sabor, la catadura,
hoy beber no es más que una rutina
y sin paladear la ambrosía
que antaño los dioses del Olimpo
gustaron como exquisitez más fina,
igual da dos vasos que uno solo,
lo vital es jugar a las porfías.
¡Qué pena! Todo son ya bacanales,
¡vino que vienes, que pronto te alejas!

Vino de casta sucumbiendo en los tablaos
con el sopor de la primera siesta,
vino de feria, de arlequín, de sabio,
tarde de toros con sabor amargo
o licor suave paladeado en mesas
de exquisito mantel; vino de reyes,
¡no faltas a las citas más selectas!

De las cortes paladinas fuiste el centro,
Francia con borgoñas o champañas,
burdeos, cointreaus o alsacias te saluda,
y ¡qué decir de los vinos de España!:
blancos, rojos, secos, dulces, especiales,
rioja, jerez o valdepeñas,
con moscateles, ribeiros y otros tantos
abren los brazos en dulce abanico
de sabores y formas, de bouquet, de ese algo
misterioso que es tan fuerte
cuando con ilusión paladeamos
un vino que es la sangre de los nuestros,
la forja y el dolor de los antepasados,
y que llegar puede a convertirse un día
como por arte de un mago misterioso
en valiente al cobarde o en necio al más sabio.

¡Oh vino que te sumas por millares
de las lujurias sin par y el desenfreno
al torbellino en verbenas o festivales.
Escancia una copa de tu mejor muestra,
probemos el elixir de esa soberanía
que acumula adeptos sin desconfianza,
que preside la noche o el día,
calores con fríos, seriedad y chanza...!
Y en el mismo umbral de tus bodegas,
palacio majestuoso con oropel de luna y toro,
gocemos a tope por tus veleidades
del placer de vaciar una copa
despacio, sosegada la razón, en paz con todos,
mas brindemos antes de esta suerte,
¿por qué? Con ilusión hay tantas cosas!
Por el amor o la vida, por la gente,
por ser feliz una hora y triste el resto,
por aquella lágrima que nos rozó la frente
un día vestido de blanco armiño y rosas,
por ser valientes, por cualquier memoria
perdida en subterfugios que la mente no olvida...
¡Qué sé yo! Tal vez por la alegría
o en postrer extremo por no sentir ya nada,
con el ascua de delirar por honroso estandarte
o la gloria de soñar como soñaban antes
las gentes sencillas, sin argucias ni engaños,
traspuestos en leves modorras,
ensomnolencias profundas los más petimetres,
nublada la razón por aquiescencias locas
y ebrios ¿por qué no? los más miserables.

¡Cuán grande es tu poder, cosecha de uva,
que acercas el confín de tierra y cielos
borrando el horizonte incandescente!
No hay pincel que exprese tus colores
en el universo caleidoscópico siempre
de la voluntad conturbada ante sí misma,
ni velero que bogue más lejos,
ni caída que por infructuosa no resista
el dolor de la realidad tras la vorágine
de haber perdido la noción del tiempo.
Triste recurso para quien existe,
de ahogar las penas siquiera un momento.

Gracias, amigo, vino de otras veces,
de anteayer, de ayer o de mañana,
mi fiel amigo, el vino de siempre.


Mª Soledad Martín Turiño