El barro y la cultura tradicional zamorana


1. EL BARRO, INTRODUCCIÓN

El barro ha estado presente desde la misma historia del hombre, las enormes planicies de tierras pobres en las comarcas orientales de Zamora: Tierra del Pan o Tierra de Campos, asumieron el barro como una forma de sobrevivir; ya que era un material abundante y de excelentes características: flexible, fácil de modelar, y barato, al margen de su carácter ecológico mucho más apreciado en la actualidad. Amasando barro y agua las mujeres zamoranas fabricaban artesanalmente todo tipo de útiles domésticos: cacharros de cocina, tinajas, cántaros… naciendo de este modo la alfarería que perduró en la provincia desde tiempos remotos. Además, con la masa formada por agua, barro y paja vertidos en moldes rectangulares y secados al sol, se obtenían los adobes para la fabricación de casas, cuadras, corrales, gallineros, paneras o cercados.

Porque la tierra ha sido vital para los hombres del campo, Delibes lo deja claro, en su ensayo “Castilla, lo castellano y los castellanos” cuando dice en relación a los agricultores: “su vida y su razón de ser es la tierra, trabajar la tierra, sudar la tierra, morir sobre la tierra y, al final, ser cubierto amorosamente por ella”. Por tanto, la tierra proveía la forma de vida, ya fuera labrándola o construyendo sus viviendas con este material; porque el barro se utilizó también para la edificación de bodegas subterráneas en las propias casas, horadando la tierra y dejando libre una zona que luego se destinaría, fundamentalmente para la crianza del vino, pero también como fresquera para conservar los alimentos, y para la curación de chorizos o jamones procedentes de la matanza del cerdo, ya que la temperatura obtenida en estos lugares presentaba una estabilidad térmica, frente a las variaciones del exterior.

Otro de los usos a que se destinaba el barro era la construcción de palomares, de larga tradición en la provincia y más concretamente en la comarca de Tierra de Campos zamorana, y que aún perduran diseminados en las llanuras de estas zonas; un tipo de construcción sencilla dedicada a la cría del pichón y al aprovechamiento de los excrementos de paloma como fertilizante natural. A todos estos usos procedentes del barro dedicaré los siguientes apartados.


2. EL BARRO EN LA ALFARERÍA

La alfarería se extendió por toda Zamora ya que, al ser una provincia pobre, nace, al igual que en otros contornos, motivada por una necesidad básica, como era la de disponer de utensilios de cocina: cazuelas pucheros, asadores, ollas…, pero también para almacenar aceite o vino en tinajas. Asimismo, para la matanza se precisaban vasijas de mayor capacidad: baños, barreños, mondongueras, artesas, o mantequeras donde se introducían los alimentos con los conservantes tradicionales como manteca, aceite o sal, con el fin de que se mantuvieran en perfecto estado para su consumo durante todo el año.

Hubo grandes núcleos de población alfarera en la provincia; en casi todas las comarcas se producían cacharros, cada una con sus peculiaridades y sus formas concretas.

Como he dicho, los enseres que se fabricaban eran para uso doméstico y el barro su principal componente; sin embargo ¿cuál era el procedimiento? desde que se elegía una zona con arcillas de cualidades óptimas hasta que el objeto llegaba a la mesa, había un enorme esfuerzo por delante, ya que el proceso de extracción del barro era arduo: primero había que encontrar la zona adecuada cavando a pico hasta una profundidad donde se hallara la arcilla de mejor calidad; posteriormente sacarla con pala y llevarla hasta el pueblo para secarla al sol; después se machacaba y se cribaba para quitarle las imperfecciones, hasta conseguir un polvo fino que se amasaba con agua para formar una pasta moldeable con la que las alfareras ya podían trabajar en sus ruedas. De esta pasta de barro se van cogiendo “cachos” para añadir a la pieza que se va modelando, mezclando siempre con agua hasta dar la forma deseada.

El barro era en un principio un oficio arcaico donde participaba toda la familia; aunque era considerado tradicionalmente de mujeres que se denominaban “cacharreras”, ya que fabricaban “cacharros”, también participaban los hombres en las tareas más duras como la extracción, preparación y filtro de las arcillas, así como en la recogida de la leña, el horneado y la comercialización y venta de estas piezas de cerámica por los pueblos aledaños.

Estas alfareras solían trabajar al aire libre; por lo general junto a la casa o en un lado del corral, en muchas ocasiones de rodillas, colocando el barro sobre un torno bajo que moldeaban hasta darle la forma conveniente. Solían empezar muy jóvenes, antes de los doce o trece años, en una tradición que se perpetuaba de generación en generación. Su trabajo lo compaginaban con las faenas del campo cuando era menester, y con el cuidado de la casa, los hijos y los animales domésticos.

En muchos casos las piezas se “firmaban” con una señal que denotara la autoría de su dueña ya que, de ese modo, a la hora de cocerlos en los hornos comunitarios no se mezclaban unos cacharros con otros. Había hornos individuales y colectivos, y las firmas iban desde un simple garabato reconocible por su autora, hasta un trazo más cuidado, o incluso iniciales o dibujos simples.

Con el transcurso del tiempo, las piezas, que en un principio respondían a una necesidad familiar o local, fueron perfeccionándose, incrementando su número e incluso vendiéndolas a los pueblos colindantes primero y, posteriormente, extendieron su producción a provincias más lejanas.

La forma de las piezas fue mejorando con el tiempo y, lo que en un principio eran objetos un tanto vastos, luego se les fueron añadiendo motivos ornamentales, adornos, pigmentos de color y decoración para hacerlos más atractivos, aunque sin perder el motivo principal de su creación que era la utilidad y que constituyó durante mucho tiempo la base fundamental de la economía local.

CONSIDERACIONES FINALES: RESPECTO A LA ALFARERÍA

Pese a que la alfarería tradicional está prácticamente extinta, ha resurgido un tímido interés porque este trabajo se dé a conocer a las nuevas generaciones, interés que va en aumento gracias a jóvenes artesanos que transforman el producto tradicional con innovaciones y decoración de distintas formas para darles un provecho ornamental.

Asimismo, la ciudad de Zamora contribuye a la difusión de la alfarería mediante diferentes actividades como: la “Exposición de Cerámica y Alfarería Popular”; el “Certamen del Barro “Herminio Ramos Pérez”; y las “Jornadas de Cerámica y Barro”, y, por supuesto cada año, con motivo de las Fiestas de San Pedro, se celebra en la capital la “Feria de la Cerámica y Alfarería Popular”

No quisiera finalizar este apartado sin rendir un merecido homenaje a todas aquellas personas: hombres y mujeres, que se dejaron las manos en el torno o la rueda para fabricar objetos imprescindibles, tanto para uso propio, como para vender a otras localidades; que se arrodillaban ante el torno para amasar el barro y darle vida en forma de piezas únicas, originales y sin más elementos que la tierra y el agua.


3. EL BARRO EN LAS VIVIENDAS Y ANEJOS

La arquitectura popular de la provincia de Zamora, donde el barro tiene su máximo exponente, se puede representar en Tierra de Campos y Tierra del Pan, así como en los Valles de Benavente, Alfoz de Toro o la Guareña; se trata de zonas áridas preferentemente de secano, con suaves colinas sembradas de cereal o vid en el caso de la comarca de Toro; a diferencia de la parte occidental (en las comarcas de Sanabria, Aliste y Sayago) que el material predominante es la piedra.

Si existe un límite entre la arquitectura del barro y la piedra, lo marca el municipio de Junquera de Tera, el último pueblo hacia el oeste perteneciente a la comarca de Benavente y los Valles; a partir de aquí, adentrándose en las comarcas del noroeste de la provincia, otras son las peculiaridades de tierras y gentes.

Pero ciñéndonos a la vivienda en Tierra de Campos, diré que es sencilla, de carácter utilitario y personalizado, y con una clara vinculación al entorno geográfico. Está basada en el adobe o ladrillo de barro secado al sol, como elemento principal, de fácil acceso y trabajado por los propios habitantes del pueblo. Con ellos fabrican las casas, los corrales, las cuadras, las lindes del campo y todo tipo de construcción. La edificación que se realiza con barro, por ser un elemento perecedero, máxime al estar expuesto a la extrema climatología zamorana, precisará de reparaciones frecuentes, aunque sin grandes dificultades.

El tapial es la pared o trozo de pared que se hace con tierra amasada, compactándola y conformándola mediante un encofrado de madera. El procedimiento se realizaba, como tantos otros, de forma artesanal, llevándose a cabo en otoño. Habitualmente el tapial se revocaba con cal, de unos tres a cuatro centímetros de espesor, consiguiéndose con ello gran resistencia y una dureza extraordinaria.

La vivienda habitual suele ser de una, dos, e incluso tres alturas, y es fácil encontrar diferencias entre las casas construidas por sus propios ocupantes, teniendo en cuenta las necesidades particulares de cada familia. Por lo general constan de una primera zona destinada a la vivienda propiamente dicha, con cocina, cuartos y dormitorios, además de otros espacios como: la cantarera (espacio destinado a guardar las cántaras para el agua, el aceite o el vino), la panera (para almacenar útiles como: costales para el grano o la harina, alforjas, o utensilios para la matanza), el granero donde se acumulaba el cereal una vez cosechado antes de llevarlo al silo, la bodega que se empleaba como lugar para conservar los alimentos, a modo de fresquera, mantener fría el agua de consumo doméstico, y también para guardar el vino que se fabricaba en la propia casa, y el horno donde se cocían las hogazas de paz y los dulces para el consumo de la familia.

En la parte superior de la casa, aprovechando las vigas que aportaban mayor estabilidad a la vivienda, se ubicaba el “sobrao” donde se iban acumulando como en un gran trastero actual todo tipo de objetos que dejaron de ser útiles En un espacio inferior se hallaban las cuadras con los pesebres de piedra para el ganado, las pocilgas, el pajar, el gallinero y el corral, aunque a veces, si la vivienda era en superficie, estos departamentos iban a continuación de la casa. Con el devenir de los tiempos, hubo que añadir otros recintos para guardar la maquinaria agrícola.

Cabe destacar que toda la vivienda estaba cercada con un muro alto de adobe; de tal manera que nada se sabía desde el exterior de la distribución ni el ordenamiento de las diferentes piezas que formaban cada casa.

Era frecuente que en la fachada existieran dos puertas: la que daba acceso a la cochera, de mayores dimensiones, para permitir la entrada de carros, tractor o remolque; y la principal, que solía constar de dos hojas de madera superpuestas verticalmente que giraban sobre robustos pernios de hierro.

Tanto las personas como los animales convivían en un mismo espacio, por una cuestión práctica, ya que los animales domésticos: gallinas, conejos, patos o pollos habitaban sueltos en el corral, mientras los cerdos, mulas, vacas u ovejas tenían su sitio específico y cercado en establos, cuadras o pocilgas. De ese modo el trabajo se reducía a un mismo entorno, una vez que el agricultor regresaba de su faena en el campo que solía estar a las afueras del pueblo; mientras la mujer se ocupaba de atender al ganado menudo de corral.

CONSIDERACIONES FINALES: EL BARRO EN LAS VIVIENDAS Y ANEJOS

La progresiva desaparición de toda una arquitectura del barro ha dado lugar a elementos más resistentes y sin necesidad de grandes restauraciones, como el cemento, el hormigón y el ladrillo. A medida que las casas tradicionales se han ido arruinando, han sido sustituidas por estos materiales modificando la apariencia de los pueblos y aumentando la durabilidad y la resistencia de las construcciones.

Esta arquitectura tradicional zamorana de barro, asiste a su desaparición, motivada por diversas causas: el mal estado de conservación de las viviendas que aún persisten, unido al diseño de los nuevos propietarios que demandan a sus arquitectos la creación de viviendas prácticas y modernas, sin tener en cuenta la adecuación al entorno, son factores que contribuyen a que los pueblos se conviertan en una suerte de mezcolanza de estilos, sin homogeneidad alguna, perdiendo aquella identidad que les hacía especiales.

Por otra parte, el abandono de los pueblos y el éxodo hacia las grandes ciudades a partir de la segunda mitad del siglo XX, ha motivado que las villas se vayan vaciando de habitantes, permaneciendo en ellas las personas de mayor edad y los escasos jóvenes que no han sido subyugados por la ciudad. A esto hay que añadir el desinterés demostrado por las autoridades políticas en preservar un legado tan valioso como el descrito.

Como consecuencia de todos estos factores, nos encontramos ante una provincia de Zamora con pueblos fantasma, muchos vacíos de habitantes y algunos de ellos prácticamente abandonados: Otero de Sariegos en Tierra de Campos, o Parada, cerca de Requejo, en Sanabria son algunos ejemplos.


4. EL BARRO EN LAS CONSTRUCCIONES TRADICIONALES: BODEGAS

Las bodegas zamoranas son una de las manifestaciones más espectaculares y típicas de la arquitectura tradicional en barro; se trata de construcciones subterráneas, o galerías excavadas en tierra arcillosa, fácil de picar al principio, porque después, la arcilla en contacto con el aire se endurece, de ahí la solidez de sus paredes.

Desde la Edad Media y hasta aproximadamente finales del s. XIX y comienzos del XX, tuvo lugar la expansión de los viñedos en Castilla y León y con ello también de las bodegas tradicionales, que han representado un papel esencial en la historia y en la economía de gran parte del medio rural.

El uso de bodegas excavadas en la tierra solía ser el complemento de la casa rural, Casi todas las familias poseían su propia bodega, como una parte anexa a la vivienda, excavada por los habitantes de la casa, con pico y pala, apuntalando el hondón para evitar derrumbes y aprovechando los terrenos arcillosos y fáciles de trabajar.

La variedad es infinita y, tanto la puerta de acceso, como los respiraderos de las bodegas constituyen una curiosidad en muchos pueblos zamoranos. Había dos construcciones diferentes: las de uso doméstico excavadas, como ya he dicho, debajo de las casas, y aquellas comunales o colectivas, agrupadas en barrios del pueblo o en el extrarradio, que se construían aprovechando una elevación del terreno y en ocasiones llegaban a formar conjuntos arquitectónicos de gran interés. Un ejemplo pueden ser las bodegas comunales en Fuentelapeña, Pobladura, Coreses o El Perdigón.

Al interior de la bodega se accede mediante una galería alargada con rampa o escaleras y con techo en forma de cañón reforzado para evitar desprendimientos de tierra; dentro está el lagar, que es un espacio amplio donde se prensaba el vino, y disponía de una canaleta donde caía el mosto hacia el pilón; así como distintas dependencias para el proceso de fermentación, y un lugar elevado para colocar las tinajas, cubas y cántaros, además de un pozo para limpiar las cubas.

Las uvas se transportaban desde los bacillares o viñedos en carros y se vertían en la bodega a través de las “zarceras”, que son los respiraderos o conductos de ventilación que comunican la bodega con el exterior.

Zamora destaca por disponer de varias comarcas que se han dedicado desde siempre al cultivo de viñedos, y esas zonas sobresalen por la proliferación de las bodegas tradicionales, un ejemplo es Toro, aunque son diversas las localidades famosas por sus bodegas.

Mención especial merecen dos lugares que no sobresalen precisamente por ser protagonista el barro en sus bodegas, sino la piedra: Fermoselle, en la comarca de Sayago, el llamado “Pueblo de las mil bodegas”, posee un entramado de varios kilómetros de bodegas horadadas bajo calles y casas formando un conjunto arquitectónico centenario, peculiar y único, y Faramontanos, en Tierra de Tábara y las comarcas vecinas donde abundan estas bodegas tradicionales excavadas en el casco urbano y sus alrededores. Se trata de construcciones con fachada triangular de piedra sobre piedra y robustas puertas de madera, algunas con cerraduras de forja. 

CONSIDERACIONES FINALES: LAS BODEGAS

En la actualidad el enoturismo es una forma de dar a conocer estas construcciones, así como la calidad y variedad de los vinos, algunos con el sello de distinción en forma de Denominación de Origen, y son numerosas y variadas las actividades culturales de catas, rutas por los viñedos, y visitas a las bodegas, si bien es cierto que muchas de las que se enseñan carecen de la historia y construcción originales donde el barro constituía su seña de identidad, y se ha optado por elementos constructivos más duraderos como el ladrillo. Asimismo, se da tanta importancia a la fabricación y venta de los vinos, como a la historia de la bodega, en un claro interés turístico y económico.

Sin embargo, si existe un lugar donde abundan las bodegas y están haciendo una labor de recuperación de estas construcciones zamoranas, es Toro; aquí todavía hay bodegas subterráneas excavadas bajo las propias casas; se trata de un espacio que junto a cuadras o paneras formaban parte de la propiedad. Su construcción se remonta a la Edad Media y finaliza a principios del siglo XX.

Las bodegas tradicionales, con el tiempo, han dado paso a bodegas industriales, con una selección de la materia prima y cuidadas elaboraciones que caracterizan la inquietud de sus promotores por destacar en el mercado de los vinos de calidad con vinificaciones diferentes; cuidando también el control de las cepas y el terreno por parte de enólogos profesionales para mejorar la calidad del vino, así como diferentes modalidades de producción, pasando de elaborarlo en las tradicionales bodegas domésticas a las nuevas instalaciones.

En la provincia de Zamora el vino ha tomado especial relevancia, tanto a nivel nacional, como internacional. Cabe destacar la representación de esta tierra en Rutas, Guías, Ferias y Encuentros donde tienen cabida sus vinos, catalogados como de alto nivel en una completa y variada oferta que va desde los tintos, rosados o blancos, hasta dulces o espumosos, dependiendo de las distintas variedades de uva, en una producción en constante mejora e innovación.


5. EL BARRO EN LAS CONSTRUCCIONES TRADICIONALES: PALOMARES

Los palomares constituyen una seña de identidad de la arquitectura vernácula tradicional de la provincia de Zamora, una pequeña construcción que se mimetiza con el paisaje. Los tipos dominantes son de pequeño o mediano tamaño cuya historia se remonta al Imperio Romano y va siempre ligada a tareas inherentes al campo y al modo de vida de los habitantes de muchas de estas comarcas.

Se trata de edificaciones singulares y pardas fabricadas con materiales de construcción básicos, austeros, sencillos, baratos y sobrios que construían los propios campesinos y estaban hechas de barro. Están adaptados al entorno y a las condiciones del lugar y se mimetizan con el paisaje formando edificaciones singulares que surgen, como decía Delibes, “como una excrecencia de la propia tierra”.

El interior está formado por una sucesión de nichos o nidales en una serie de galerías donde las palomas ponían los huevos y allí nacían los pichones.

El motivo de dichas construcciones era doble: por una parte, la cría de palomas y la comercialización de los pichones y, por otra, la utilización de la palomina (o excremento de dichas aves), como fertilizante natural para el cultivo de los campos.

En el feudalismo, durante los siglos centrales de la Edad Media, poseer un palomar era símbolo de privilegio; incluso estaban legislados por la “Ley de Protección de los Palomares”, promulgada por Enrique IV y aprobada en las Cortes de León y Castilla en el año 1465. Asimismo, se condenaba a pagar una multa a quien matara una paloma de las que anidaban en los palomares propiedad de los señores feudales, derecho que desapareció cuando la nobleza empezó a perder sus prerrogativas. En aquella época, los pichones se degustaban en las mesas más exquisitas; no en vano se dice que era el desayuno habitual de Carlos V en Yuste.

Los hay de diferentes formas, tamaños y diseños: circulares, cuadrados, rectangulares, poligonales, con terrazas y escalonados, con dos tejados o con uno sólo, con ornamentación o sin ella, con matices de color dependiendo de la tierra de donde provienen: pardos, terrosos, marrones, rojizos, blancuzcos…; algunos palomares de mayores dimensiones poseen patios interiores que sirven para guardar temporalmente ganado o aperos; y todos ellos tienen en común la orientación, buscando la luz del sol.

La edificación de los palomares es sobria, sencilla en su creación, si bien en ocasiones, pueden adornarse con remates, celosías, pináculos, y salientes de distintas formas, que rematan su parte alta y los hacen más vistosos desde el exterior; también se encuentran diseminados por la llanura, solos, o en grupos de dos o tres.

Estas construcciones autóctonas se sitúan en casi toda la provincia de Zamora, si bien destaca por número la localidad de Villarrín, en la comarca de Tierra de Campos con palomares en su mayoría circulares. Asimismo, en Villafáfila y Villalba de la Lampreana abundan los de planta de forma cuadrada, característicos también por su cubierta con dos o tres alturas.

El palomar es una construcción muy extendida, sobre todo en la comarca terracampina. En 1997 se documentaron y dataron 1392 palomares zamoranos en buen estado o recuperables. En la actualidad hay muchos ejemplos en un estado cercano a la ruina.

Fernando Vega en su exposición fotográfica titulada “Palomares de Tierra de Campos” y celebrada en la Biblioteca General Universitaria Reina Sofía, en Valladolid, en enero de 2015, decía: “los palomares constituyen el exponente de una parte de la arquitectura tradicional de Castilla, equivalente al hórreo en Galicia o Asturias, el molino de viento en La Mancha, la masía en Cataluña o la alquería y la barraca en Valencia”.

CONSIDERACIONES FINALES: EL BARRO EN LAS CONSTRUCCIONES TRADICIONALES: PALOMARES

Pese a que los palomares tuvieron su momento de esplendor, en la actualidad muchos de ellos han desaparecido o están en condiciones lamentables. En la actualidad, las subvenciones institucionales, el interés de algún particular, o el afán de determinadas asociaciones por preservarlos palían, con desigual eficacia el problema, y sensibilizan a la población de la urgente necesidad de proteger estas construcciones.

Sin embargo, una gran parte de ellos engrosan ya la Lista Roja de Patrimonio debido a la decadencia y abandono en que se encuentran. Debería estar en la agenda política el proteger estas construcciones, muchas de las cuales no se han salvado o se hallan en una situación de extremo abandono y derrumbe, condenadas a proseguir su degradación, a merced de las condiciones climatológicas, con un mantenimiento inexistente, lo que inexorablemente las lleva a un progresivo deterioro.

Se ha creado un Centro de Interpretación de la Reserva de las Lagunas de Villafáfila, llamado “Casa del Parque”, donde su edificio principal es un palomar de planta cuadrada cuyo interior alberga más de 400 nidales de palomas que pueden observarse sin ser vistos por las aves. Este centro rinde homenaje a tantos palomares como existieron un día en la Tierra de Campos zamorana, con el fin de dar a conocer esta construcción de barro tan característica de la comarca. Poca cosa para homenajear un símbolo indiscutible que debería formar parte del patrimonio a conservar y proteger por las autoridades, impidiendo su degradación y manteniendo en la memoria de las siguientes generaciones el porqué de estas construcciones que constituyeron, además, un modo de vida y un emblema característico de estos campos.

Mª Soledad Martín Turiño

Refrán:
No hay oficio como el de alfarero, que de barro hace dinero.