EL SOFRERO Y EL CIERVO
(Zamora)
Era un día de esos en que el verano iba tocando a su fin. La mañana ofrecía un sol relativamente radiante, pero por los cerros de la Sierra de la Culebra aparecían grupos de nubes algodonadas como presagio de que el día traería sorpresas. Ante la inseguridad de no poder ser éste aprovechado para otros menesteres, Pepe decidió ese día ir al monte a buscar leña para acopio del invierno. Se dejó acompañar por sus dos hijos, Walter y Ludoviket. A los niños les gustaba mucho el monte y de esta manera, teniéndolos cerca de él, estaría a salvo de cualquier trastada.
Pepe tomó su caballo rojo y su yegua negra y se dirigió al monte con sus dos hijos. El montaba sobre el caballo rojo, un potro de cuatro años apercheronado, pero de andares elegantes. Los niños subieron a lomos de la yegua negra donde colocaron las alforjas con los utensilios y las viandas del día. Los niños iban haciendo planes para pasárselo lo mejor posible en el bosque. Todavía recordaban la última vez que estuvieron en la que consiguieron coger varios pájaros carpinteros y un conejo. En aquella ocasión acabaron peleándose, pues cada cual quería quedarse con todo el botín. Por eso esta vez iban haciendo planes para ir por el bosque de forma separada, de tal manera que cada uno se quedaría con lo que consiguiese coger.
Al cabo de tres cuartos de hora todos llegaron a una zona del bosque donde abundaban las jaras, ramas de encina, robles, alcornoques y otros arbustos y árboles que servían para el fin a que iban.
Pepe les dijo a los chicos que podían ayudarle si así lo deseaban, pero que si no iban a hacer nada, lo mejor que podían hacer es ir a dar una vuelta por el bosque, sin alejarse mucho, pero que cuando vieran el sol en la vertical, ambos viniesen a comer, y que tuviesen cuidado con bichos y alimañas que por allí abundaban.
Walter y Ludoviket ayudaron a su padre durante un buen rato, al cabo del cual creyeron haber cumplido y decidieron ir a dar una vuelta por el bosque. Echaron a suertes la zona a la cual cada uno iría. A Walter le tocó la Solana de Valcuevo, donde solían posarse los buitres después de los festines. A Ludoviket le tocó el lugar de La Caprillada, llamado así por la abundancia de plantas caprifoliáceas, y que era un lugar encantador donde, a partir de las once de la mañana, ya daba el sol de lleno y se podía ver el embalse en esplendor y el humo de las chimeneas de la Villa de la Flor, una aldea perdida por aquellos andurriales donde a partir de las cinco de la tarde la penumbra se apoderaba de ella, y las afueras del pueblo pasaban a ser dominio de los lobos.
La Solana de Valcuevo no quedaba a más de un kilómetro de donde quedó trabajando Pepe en dirección sur. La Caprillada quedaba en dirección oeste, también, aproximadamente, un kilómetro. Así, pues, decidieron ir cada cual por su camino hasta la hora en que el sol estuviera en la vertical en que irían a donde estaba su padre que ya prepararía el mantel, pues agua y vino habían traído en las alforjas y no sería necesario ir a buscar agua al manantial de Peñalamesa.
Mientras Walter caminaba iba mirando las copas de los árboles por si veía algún grupo de pájaros picoteándose por una capa, como en el cuento, dispuesto, llenos de piedras los bolsillos, a lanzar una y matar al pájaro con el corazón de oro, comérselo, y así amanecer rico cada mañana. No tuvo suerte y no vio ningún grupo de pájaros peleándose. Vio algunos grajos, varias pegas o urracas, alguna oropéndola y para de contar.
Sin embargo si vio planear un grupo de buitres que amenazaban aterrizar en el valle de la Solana de Valcuevo. Como le gustaba ver volar a los buitres haciendo esos círculos que hacen, decidió subirse a una encina, despejada por el centro, y desde allí ver el descenso de los mismos.
Ludoviket, por su parte, se dirigió hacia La Caprillada, donde el año pasado había conseguido coger algunas crías de pájaro carpintero y donde conocía un alcornoque o sofrero, como los llamaban ellos, centenario y hueco por dentro en cuyo habitáculo se entraba holgado y con una gran abertura, desde donde gustaba contemplar el embalse y la Villa de la Flor.
Antes de llegar al lugar, y mientras se dirigía, observó un movimiento entre las jaras y, sin temor, se dirigió para ver qué es lo que se movía. Vio solamente que entre la espesura desapareció un animal como si fuera una cabra, pues no pudo ver más que el pelo. Corrió un poco más, pero se le perdió. Un poco sobresaltado intentó escudriñar, pero ya no vio nada. Le extrañó mucho que una cabra anduviera por allí sola y se quedó pensativo. Mientras pensaba, miraba al suelo y vio allí algo como un envoltorio de papel bien liado, a modo de una hoja envuelta y atado con una cuerdecita de lino. Lo desenvolvió y vio como un poema escrito en letras góticas. Había un título que decía: "Leyenda de San Julián y de Santa Basilisa".
Quiso empezar a leerlo de inmediato, pues a Ludoviket le gustaba leer todo cuanto iba a parar a sus manos. Pero decidió que iría a su cobijo del sofrero y allí lo leería tranquilamente. Mientras se dirigía al escondrijo recordaba que su madre le había contado en muchas ocasiones la leyenda de San Julián y de Santa Basilisa, pero a modo de cuento, nunca lo había visto versificado, como parecía estar en el pergamino que había encontrado. Olvidóse de coger pájaros u otras cosas y se adentró, sin más tardanza, en el hueco del alcornoque. Las nubes de la Sierra de la Culebra se iban levantando más y más; Las olas de la superficie del embalse parecían embravecerse por el suave viento que poco a poco aceleraba. Ludoviket no se apercibía de nada de esto, pues la curiosidad de lo que podría haber en el pergamino le hacía olvidar el entorno. Metió una piedra en el interior del alcornoque para que le sirviera de asiento y desplegó el papel en el cual pudo leer lo que dice:
"LEYENDA DE SAN JULIAN Y DE SANTA BASILISA"
Era Hijo de noble familia y por la caza aguerrido.
Muy hábil con la ballesta, con las armas muy lucido
y con los lazos, por suerte, bien siempre le tiene ido.
Un día de sol radiante, entre los montes perdido,
un ciervo de tierna piel ante su arco ha aparecido.
Julián tensa la ballesta, el ciervo se ve afligido
y no comprende el acoso que por Julián es seguido.
¿Por qué me acosas así, si de ti nada he pedido?
- Líbrate de hacerme daño, porque sino te has perdido,
líbrate de hacerme daño, te lo digo muy afligido,
porque si tu flecha me mata algo más habrás herido.
Tú a tus padres matarás, no lo tomes en olvido.
Y por muy lejos que vayas el hecho será cumplido.
Más el dardo al aire iba, y en el aire hubo un silbido,
y del ciervo el corazón en dos lo tiene partido.
Atónito queda Julián de lo que el ciervo le ha dicho.
Al mismo tiempo decide dejar sus padres y nido,
que no quiere que acontezca ni que se cumpla el destino
guardado para sus padres del animal susodicho.
Nada a nadie Julián dice, él solo toma el camino.
Y llega a tierras ignotas, condado desconocido.
Situado está el condado en las tierras de occidente,
donde cristianos pelean contra los moros de oriente.
Se alista en primera línea y jefe le han nominado,
que el conde, por su valor, gran confianza le ha tomado.
El conde, muy agradecido, no sólo le hizo caudillo,
lo casó con viuda noble y le regaló un castillo.
Anchos montes de encinares el castillo poseía,
un río de limpias aguas y llanos de nombradía.
Basilisa, su mujer, muy prendado lo tenía,
Él se entretiene en la caza y muy felices vivían.
El tiempo va pasando y el sol se va acercando a la vertical. Las nubes de la Sierra de la Culebra se van tornando a obscuras; la brisa arrecia cada vez más y el oleaje del embalse forma capas de espuma blanca. Ludoviket se restriega los ojos y continúa con la lectura del pergamino que dice así:
Entretanto los sus padres buscándolo se afligían,
no quieren perder al hijo y por todas partes iban.
Recorren muchos países y, preguntando, seguían
dónde puede estar Julián que por ser hijo no olvidan.
La guerra vuelve al condado que ataca la morería,
vuelve Julián en defensa de toda la cristianía.
Y se presentan sus padres y a su mujer requerían,
le preguntan por Julián si visto, quizás, le había.
Y le narran la leyenda de aquel hijo, que un buen día,
se les marchó de su casa sin dejar rastro ni guía.
Basilisa sabedora de la historia y cacería,
Pues por boca de Julián la historia ya conocía.
Basilisa se cerciora que allí sus suegros tenía
y los manda agasajar, fuera de sí de alegría.
Y sin mediar más palabras su misma cama ofrecía,
la que comparte el esposo cuando en casa convivía.
Ese día, muy temprano, se levanta Basilisa
a dar las gracias a Dios por la suerte concedida.
Muy gozosa ante el altar se mostraba Basilisa,
Pues la palabra del ciervo ya jamás será cumplida.
Desea ver a Julián para darle la noticia
de la estancia de sus padres mientras acaba la misa.
En aquel mismo momento retorna Julián a casa
Tras cabalgar varios días desde el campo de batalla.
Quiere ver a su mujer antes de colgar las armas;
se adentra en la habitación, pues la supone acostada.
Los ojos se le obnubilan al ver que en su propia cama
cree ver un adulterio y su honra mancillada.
La daga saca al instante y ambas cabezas separa
de los cuerpos, que tranquilos, la desgracia le deparan.
Sale a la calle de rojo goteándole la daga,
de pronto ve a Basilisa, pues la misa es acabada...
Responde ya, Basilisa, ¿Quién descansa en nuestra cama?
-Tus propios padres, Julián, que desde tierras lejanas
llegaron a este castillo después de muy larga andada
y para honrarlos mejor les dejé la propia cama.
Al oír Julián la historia al instante se desmaya
y al castillo en parihuelas lo llevan como en volandas.
Es tan grande lo sufrido que a reanimarle no acaban,
y pasaron varios días hasta recobrar la calma.
Se confiesa parricida, maldice la noramala,
no encuentra en el vasto mundo tierra para ser morada.
Maldice al ciervo y ser hijo de los padres que él amaba,
maldice la profecía que por desgracia es colmada.
Basilisa a los ancianos los entierra en fe cristiana,
mientras a Julián consuela de su desgracia inhumana.
-Todo fue equivocación horrible y predestinada,
Dios perdona, ya que al hombre no puede ser evitada.
- Te agradezco, amada mía, tus palabras de consuelo,
más no acepto las disculpas, que el asesino está dentro;
dentro de mi corazón, mi descontrol y mis celos,
mi humilde ruindad humana, no la predicción del ciervo.
Basilisa, te abandono, no puedo vivir sereno,
he de purgar el pecado que me sofoca en lo interno.
Tengo que hacer penitencia, tengo que marcharme lejos,
Hasta que Dios me perdone con una señal sin velo.
Queridísimo Julián, fue tu brazo, bien es cierto,
más mi falta de atención fue la causa de los hechos.
Y, puesto que ambos culpables, somos igualmente de reos,
déjame que te acompañe donde llegue tu destierro.
Compartí felicidad, compartí contigo lecho,
quiero, también, compartir esa pena de tu pecho.
De corazón, Basilisa, acepto tu ofrecimiento,
que las penas compartidas pregona mejor el viento.
El sol no va a llegar a la vertical, pues las nubes algodonadas de la Sierra de la Culebra se han convertido en nubarrones. Ludoviket, ensimismado con la lectura del pergamino y la leyenda de San Julián y Santa Basilisa, no se percata de ello. Se refriega una y más veces los ojos y prosigue en la lectura. Ha olvidado que tiene que ir donde su padre cuando el sol llegue a la vertical, y que su hermano se ha ido a la Solana de Valcuevo y tienen que encontrarse en el cruce de la encina vieja para ir a comer. Ajeno a todo, él prosigue la lectura en la que ya Julián y Basilisa se disponen a purgar el crimen hasta que haya "una señal sin velo" y que dice así:
A la mañana siguiente, vestidos con tosco atuendo,
emprendieron el camino por los campos, en silencio.
Más antes de abandonar sus posesiones, primero,
repartieron sus riquezas entre los pobres y siervos.
Muchas jornadas de sendas y caminos pedregosos,
hollaron Julián y ella, junto con prados hermosos.
Y en la senda de Santiago hallaron un ancho río,
bravo, de pujantes aguas, crecidas y remolinos.
El Esla, que así se llama, lo cruzan los peregrinos
y muchos, por su bravura, no llegan a su destino.
Piensa Julián que le guían desde lo alto el camino,
y que allí puede ayudar caminante y peregrino.
Y allí piedra a piedra a Pedro una iglesia ha construído,
junto con un hospital de asistencia al peregrino.
Una barca se ha comprado soslayando los peligros,
que quien a Santiago va tiene que cruzar el río.
A San Pedro, que es la iglesia, le ponen el apellido
de la Nave, por la barca con que Julián cruza el río.
En noche de invierno cruda, tras un día muy movido,
a las tantas la mañana oye Julián un gemido.
Sale Julián de su lecho llamado por los quejidos
Y a la puerta misma estaba un hombre muy malherido.
Lleno de llagas y hielo ya medio muerto de frío,
era un leproso, y al verlo, al interior lo ha metido.
Enciende fuego al instante y lo frota con cariño
por intentar reanimar aquel cuerpo entumecido.
Basilisa ropas secas, más un caldo le ha servido,
Pero ya no entra en calor el leproso peregrino.
Ya lo meten en la cama, lo tratan con mucho mimo,
las guedejas del cabello cuida Julián sin remilgos.
Al cabo de unos minutos se transforma el peregrino
en santo resplandeciente que estas palabras le dijo:
"Desde el cielo a mi me mandan y a comunicarte he venido
que tu penitencia basta por el crimen cometido.
Y que tú, junto a tu esposa, y ya por siempre reunidos,
Gozaréis la paz eterna con nos en el paraíso.
Pasada la Epifanía, después de escuchar lo dicho,
A Dios entregan el alma como San Gabriel predijo.
Alfonso tercero el Magno, allá por el siglo nono.
Vio la ermita, y su leyenda, grabola en su ser más hondo.
En su lugar levantó este templo de leyenda
en cuyo interior se guarda un sarcófago de piedra;
donde descansan los santos de San Pedro de la Nave,
Que es de estilo visigótico y en España joya clave.
Ludoviket se quedó pensativo por el desarrollo de la leyenda y mirando hacia el exterior donde ya caía una lluvia copiosa. Como no veía el sol, decidió quedarse un poco más hasta que cesara la lluvia, Antes de comenzar a llover Walter ya había regresado, sin haber cogido nada, donde su padre. Resultó que los buitres fueron a posarse alrededor de la encina y no pudo bajar hasta que no se marcharon de nuevo. Pepe, a causa de la lluvia había hecho una especie de cabaña para protegerse y poder comer sin mojarse. Ambos estaban refugiados en la cabaña de hojarasca esperando a Ludoviket que no venía. Fueron a buscarlo al alcornoque de La Caprillada donde lo encontraron dormido a causa del ronroneo de la lluvia. Así lo hallaron y estaba soñando en aquel momento que un ciervo se asomaba por ranura del alcornoque y que le lamía la cara con la lengua. Sin embargo, al despertarse, vio que era Walter que lo estaba despertando con un trapo mojado. Su padre, al contrario de otras veces, no lo riñó por haberse dormido, pues fue mayor la alegría de encontrarlo sano que el enfado que anterior- mente le había provocado.
Todos contentos fueron a comer a la cabaña mientras la lluvia iba aflojando poco a poco. Después de comer arrancaron todavía un poco más de leña hasta hacer un buen montón para, otro día, ir a recogerla con el carro. Al atardecer, antes de la puesta del sol, regresaron a casa todos muy contentos, pero especialmente Ludoviket por haber encontrado el pergamino de a leyenda en verso de San Julián y de Santa Basilisa.
Estulano