EL ALCALDE DE SAN ROMÁN    (Zamora)

Hoy, 8 de Mayo, dando mi paseo habitual por las calles de la ciudad del Pisuerga, recordé que era la fiesta de mi pueblo, San Román del Valle. Como era un poco pronto decidí ir a comprar el periódico de la provincia, La Opinión/El Correo de Zamora. En efecto, allí venían dedicadas unas líneas a la romería de la Virgen del Valle la cual se viene celebrando desde tiempos inmemoriales el segundo domingo de Mayo. La romería se celebra a la vera de los restos del antiguo monasterio situado en el término de San Román del Valle.

Quiero decir que esta romería afecta no solamente a San Román, sino a otras siete localidades del valle que están situadas en la provincia de Zamora y de León. Los pueblos que participan en este acontecimiento anual son: Villabrázaro, Paladinos del Valle, La Torre del Valle, Pobladura del Valle, San Adrián del Valle, Audanzas del Valle, Maire de Castroponce y Fresno de la Polvorosa.

Como siempre hay sus tradiciones y, en esta ocasión, la romería ha estado animada por una misa cantada con cargo a la Banda del Maestro Lupi, de la ciudad de los condes, habrá habido, según dice la Opinión, un vino español y una procesión por el pueblo acompañada por el grupo Doña Urraca de Zamora. Se habrán repartido avellanas y otras chucherías propias de la tradición.

Toda esta lectura me ha traído a la memoria cosas de mi pueblo. En San Román del Valle no solamente tiene lugar la tradicional romería, sino que, en tiempos posteriores a la guerra, era tradicional hacer “comedias” a cuya representación venían vecinos de los pueblos del contorno. Dentro de esos pueblos los hay de todas las clases. Tienen fama los de San Adrián de ser un poco brutos y los de La Torre, quizás, aún un poco más. A los de La Torre los llamaban “adobes”. Otros pueblos tenían otros calificativos similares como es el caso del San Román donde reciben el nombre de raposos. Esta forma de conocer a la gente de los pueblos es muy corriente en la provincia de Zamora, así Muelas del Pan es conocido por el pueblo de los cacharreros, a los de San Cristóbal de Entreviñas los llaman vilortos, a los de Villaseco del Pan los llaman cucaños, de Moreruela de los Infanzones se dice que hay más gente de mano suelta que vecinos tiene el pueblo, a los de Almaraz de Duero los llaman borrancíeganos, a los de Videmala de Alba, guímaros. Dicho de otra manera, que no se suelen emplear el gentilicio habitual que les correspondería, sino el que les viene más a pelo según la gente que los conoce. Esto ya viene de antaño. Recordemos, por no ir más lejos, que a una determinada aldea, que se cita en la ingeniosa obra de Don Quijote de la Mancha, ya se la denominada el pueblo de los del rebuzno por sus vecinos y esto collevó peleas tremendas entre ambos pueblos. (Léase Don Quijote de la Mancha).

El caso es que un día se representaba en San Román “El Conde de Montecristo” y ya iba la obra bastante avanzaba cuando, por la cuesta que va en dirección de San Adrián y se llega hasta el pueblo, un grupo de mozos de la citada aldea venían, con retraso, a ver la representación. Entraron en “el teatro” con un cierto alboroto interrumpiendo el normal desarrollo de la obra. Exigían que se comenzase de nuevo para poder verla completa. El alcalde de San Román, que siempre era el mismo, pues era el único militante del Movimiento del pueblo, se levantó de su asiento y, con voz autoritaria, conminó a los de San Adrián a que regresaran de inmediato a su pueblo por la misma cuesta por la que habían llegado a San Román. Era el alcalde, según dice la gente una excelente persona, pero con un alto sentido de la autoridad y nadie le contradecía.

Otro día de romería, allá por años catapún, estaba la fiesta en su esplendor. Un señor de Pobladura del Valle había traído unas bicicletas para alquilarlas a los chicos a tanto la hora. Uno de los chicos se debió pasar del tiempo y no tenía más dinero para pagar. El buen señor de Pobladura que como buen mercader no cedía, empezó a blasfemar y a exigir que se le pagara. Y decía, ¡Me caguënzeus” que no me marcho de aquí sin cobrar! Lo de “megüenzeus” lo repetía una y otra vez. Tal fuera el escándalo que preparara que llegó a oídos del alcalde de San Román el cual se llegó hasta el alquilador de bicicletas. Sin mediar palabra le arreó un par de bofetadas y dijo: ¡La única persona aquí que puede decir “mecagüenzeus” soy yo que soy el alcalde. Tome usted sus bicicletas y no aparezca más por aquí, lo que el buen señor hizo sin rechistar.

Parece ser que otro día el alcalde de San Román tenía dificultades para que la pareja, (no recuerdo si de mulas, burros o vacas), para desatascar el carro lleno de abono que quería sacar del corral. Todo eran blasfemias y palabrotas malsonantes. El carro no salía. Sucedía que el cura del pueblo vivía colindante y estaba oyendo todo y sufría ante tales atronamientos. Era una tapia la que los dividía. Finalmente el cura se asomó y dijo: ¡Calla hombre, no hables así que ahora voy y te ayudo!

El cura se arremangó la sotana y pasó al corral del vecino. El alcalde preguntó: ¿Y ahora qué hacemos? ¡Pues nada hombre, como en Fuenteovejuna! Entonces tomaron la tralla y ambos, mirándose el uno al otro al unísono dijeron: ¡Cagüenzeushostias! El carro salió pitando sin mayores problemas.

Como el alcalde de San Román se arrogaba para él el solo derecho de decir palabrotas, la gente de aquella época resultó ser la más modosita y urbana de la zona. Sin embargo los de San Adrián y los de La Torre, siguieron siendo brutos y adobes.

Al leer esta noticia de la romería de la Virgen del Valle he evocado estos recuerdos y las caras de aquellos paisanos que conocí en mi juventud. Vaya en su recuerdo la narración de estas anécdotas del alcalde de mi pueblo y, perdonad, si al recordar estas cosas se me salta una lágrima.


Garcilaso del Valle 2005