PEQUEÑOS RUISEÑORES    (Muelas del Pan)

Ahora que he llegado a la tercera edad, lo recuerdo como si fuera hoy mismo, aquella historia Yo era una niña de cinco años y un primo, que me acompaña en este recuerdo, tenía diez años.

Mi primo dijo: “Ven, saldremos del pueblo hacia el campo donde hay un zarzal y te enseñaré una cosa; es una sorpresa. Ya lo verás cuando lleguemos”,

Entonces llegamos donde estaba el zarzal y allí, muy escondido, había un nido con tres pajaritos. Mi primo dijo: “son ruiseñores”. Los tomó con mucho cuidado del nido y me los entregó. La alegría para mi fue inmensa. ¡Que sorpresa! Yo los llevé en mis manos como si fuera un tesoro, (que en verdad lo era), pero no me daba cuenta que los padres nos seguían, piando en todo momento como si llorasen. Volaban sobre nuestras cabezas sin dejar de llorar. Lloraban de dolor, pero yo no me daba cuenta. ¡Lo sé ahora después de tantos años! Cuando llegué a mi casa le pedí a mi madre una caja de cartón de esas donde vienen los zapatos para guardar los pajaritos. La caja de cartón la dejé sin la tapa, dejé una lata con agua y alpiste de esos que se encuentran en los cardos para que los pajaritos pudieran comer. Dejé la caja sobre un lugar abierto a donde podrían volar. Ya la noche extendió su manto después de un luminoso día de principios del mes de junio. La luna, como farola de la noche, proyectaba las sombras sobre paredes y matorrales. Sólo recuerdo esta última estampa.

Al día siguiente fui a ver mi tesoro. ¡Que sorpresa! los pajaritos ya no estaban. Nunca supe a ciencia cierta que pudo suceder, si alguna alimaña los devoró o sus papás se los llevaron al amanecer. Quedé muy triste y nunca olvidaré la pequeña experiencia de tener en mis manos aquellos pequeños ruiseñores sacados por mi primo del zarzal.


Josefina Pelayo Fernández