MIMBRES EN VAL DE MADEROS
Relato con origen : Muelas del Pan
Corría el año, más o menos, de 1955. En aquellos tiempos la aldea de Muelas del Pan se desenvolvía bastante bien. Eran años en los que la empresa Iberduero estaba afianzando las bases del aliviadero de la presa del Esla, lo que llamaron posteriormente, “La Cazuela”. Hacía falta mucho material de piedra para el hormigonado. Por esa razón las pequeñas empresas que había en el pueblo, entre ellas la de mi padrino Lobo, utilizando sus mulas y carros recogían piedra por la zona del monte y daban trabajo a todas las mozas y mozos del pueblo. Las mulas servían para sacar la piedra de las empinadas laderas y amontonarlas en el llano del monte. Después vendrían los camiones de Redín que las transportarían hasta las inmediaciones de La Cazuela para mezclarlas con el clinque ya hecho cemento y hormigonar miles y miles de toneladas para la gigantesca obra. En este contexto de superactividad había muchos bares y tascas en el pueblo y, por lo menos, dos cafeterías. Estoy hablando de La Montañesa y de la de la señora Filita.
Como había tanta gente en el pueblo, los campos al atardecer eran como senderos de paseo. La historia de hoy se refiere a la primavera tardía de ese año. Los guindales de Val de Maderos ya coloreaban y había cangrejos en Maribáñez. Era una tarde de sol maravillosa y por las Revueltas de la Carretera había cantidad de personas del pueblo disfrutando. Los niños, después de la salida de la escuela, solían ir a merendar por esos lados del pueblo. Así lo hicimos mi primo Antonio, mi hermano Walter “Mundín” y quien escribe que soy yo. Nuestra merienda consistía en un pedazo de pan y queso de oveja de la fábrica del Tío Juanelas, también algo de queso de cabra que no sé quién lo fabricaba. La satisfacción de la sed la dejábamos reposar en la Fuente de El Juncal.
Aquella tarde hubiera sido como otras muchas, feliz y cansada de tanto corretear. Pero se dio una circunstancia desgraciada. Mi primo Antonio divisó un nido de pega sobre la cúspide de un álamo blanco. Mi hermano era harto irresponsable y no tenía miedo de nada. Hacía un ligero viento y el álamo se mecía hacia uno y otro lado en varios metros. Mi primo Antonio, más irresponsable que mi hermano, encismó a éste para que subiera hasta donde estaba el nido. Yo temía que mi hermano se cayera del árbol y ocurriera una desgracia por lo que pedía a Antonio que dejara de encismar a mi hermano, pero no me hicieron caso ninguno de los dos. Me vi impotente para convencerles de que desistieran, pero no hubo manera. Pensé que aquello merecía un castigo. Mi hermano subió al nido y encontró urraquillos en chichas, es decir pegos sin plumas todavía. Mientras él “Mundín” subía y bajaba, yo me allegué hasta el mimbral y me hice con una buena vara.
Cuando ya los dos, decepcionados por no haber cogido pegos subieron a la carretera vieja, yo les estaba esperando. Yo estaba muy enfadado por la tontería del uno y el encimismamiento del otro. Así que tan pronto llegaron, los puse delante de mí, dí dos mimbrazos en el suelo y les dije: ¡Se acabó la excursión! ¡Vamos a ver al Tío Rufino! No se lo querían tomar en serio, pero al primer golpe de mimbre el las posaderas tomaron precaución. Así les llevé hasta la casa de mi tía María, esposa de Rufino como si fueran dos borriquillos trotones.
El Tío Rufino estaba sentado en el banco de piedra que hay junto a la Casa Chiquita donde vivían. Antonio y Walter “Mundín” se quejaron ante él de que yo les venía mimbreando y castigando como si fueran animaluchos. El Tío Rufino calló durante unos instantes y preguntó. ¿Y tú, Luisito que dices? Entonces yo le conté las barrabasadas que habían hecho Mundín y Antonio. Él, mi tío Rufino,dijo: Tenías que haberles dado más mimbrazos. Como castigo mandó al día siguiente a Antonio a desyerbar a Patalamula y a Mundín a que llenara la tinaja que había en la casa con pequeños botijos de agua traídos desde la Fuente de la Charca que existe junto al molino de los Colagones. Aquella noche mi tía María me invitó a cenar ancas de rana con pan de hogaza.
Como había tanta gente en el pueblo, los campos al atardecer eran como senderos de paseo. La historia de hoy se refiere a la primavera tardía de ese año. Los guindales de Val de Maderos ya coloreaban y había cangrejos en Maribáñez. Era una tarde de sol maravillosa y por las Revueltas de la Carretera había cantidad de personas del pueblo disfrutando. Los niños, después de la salida de la escuela, solían ir a merendar por esos lados del pueblo. Así lo hicimos mi primo Antonio, mi hermano Walter “Mundín” y quien escribe que soy yo. Nuestra merienda consistía en un pedazo de pan y queso de oveja de la fábrica del Tío Juanelas, también algo de queso de cabra que no sé quién lo fabricaba. La satisfacción de la sed la dejábamos reposar en la Fuente de El Juncal.
Aquella tarde hubiera sido como otras muchas, feliz y cansada de tanto corretear. Pero se dio una circunstancia desgraciada. Mi primo Antonio divisó un nido de pega sobre la cúspide de un álamo blanco. Mi hermano era harto irresponsable y no tenía miedo de nada. Hacía un ligero viento y el álamo se mecía hacia uno y otro lado en varios metros. Mi primo Antonio, más irresponsable que mi hermano, encismó a éste para que subiera hasta donde estaba el nido. Yo temía que mi hermano se cayera del árbol y ocurriera una desgracia por lo que pedía a Antonio que dejara de encismar a mi hermano, pero no me hicieron caso ninguno de los dos. Me vi impotente para convencerles de que desistieran, pero no hubo manera. Pensé que aquello merecía un castigo. Mi hermano subió al nido y encontró urraquillos en chichas, es decir pegos sin plumas todavía. Mientras él “Mundín” subía y bajaba, yo me allegué hasta el mimbral y me hice con una buena vara.
Cuando ya los dos, decepcionados por no haber cogido pegos subieron a la carretera vieja, yo les estaba esperando. Yo estaba muy enfadado por la tontería del uno y el encimismamiento del otro. Así que tan pronto llegaron, los puse delante de mí, dí dos mimbrazos en el suelo y les dije: ¡Se acabó la excursión! ¡Vamos a ver al Tío Rufino! No se lo querían tomar en serio, pero al primer golpe de mimbre el las posaderas tomaron precaución. Así les llevé hasta la casa de mi tía María, esposa de Rufino como si fueran dos borriquillos trotones.
El Tío Rufino estaba sentado en el banco de piedra que hay junto a la Casa Chiquita donde vivían. Antonio y Walter “Mundín” se quejaron ante él de que yo les venía mimbreando y castigando como si fueran animaluchos. El Tío Rufino calló durante unos instantes y preguntó. ¿Y tú, Luisito que dices? Entonces yo le conté las barrabasadas que habían hecho Mundín y Antonio. Él, mi tío Rufino,dijo: Tenías que haberles dado más mimbrazos. Como castigo mandó al día siguiente a Antonio a desyerbar a Patalamula y a Mundín a que llenara la tinaja que había en la casa con pequeños botijos de agua traídos desde la Fuente de la Charca que existe junto al molino de los Colagones. Aquella noche mi tía María me invitó a cenar ancas de rana con pan de hogaza.
Estulano