LA BUXACA
Relato con origen : Muelas del Pan
Bueno, esta historia no es una historia propia de Vadillo de La Guareña, pero tiene una relación con dicho pueblo. Después de dar algunos detalles de la situación del mismo entraré de lleno en la narración cuyos hechos tuvieron lugar en la ciudad de Barcelona allá por el año 1958.
Vadillo de La Guareña es un pueblecito, más que pueblo una aldea, situado en la provincia de Zamora en la actual Comunidad Autónoma de Castilla y León. Rondará, si no calculo mal, los 300 habitantes. Como bien dice su apellido está a las orillas del río Guareña. Bueno, en realidad el Guareña tampoco es un río a ciencia cierta. Más bien es un riachuelo. Su nombre es más conocido por la feracidad de sus vegas que por el agua que lleva. A lo que vamos. Vadillo de la Guareña pertenece a la comarca de Fuentesaúco, sí, esa comarca tan famosa por los riquísimos garbanzos, pero también por los pepinillos, lentejas y otras legumbres y hortalizas. Limita Vadillo de La Guareña con varios pueblos a saber: La Bóveda de Toro, Fuentelapeña, Castrillo de La Guareña, Alajeos y Castronuño, estos dos últimos ya en la provincia de Valladolid.
Vadillo de La Guareña hace su vida comercial con las ciudades de Zamora, Salamanca y Valladolid, aunque, también, hay importantes relaciones con Toro, esa ciudad de donde Cristóbal Colón llevaba el vino para cruzar sin sed los mares hacia América.
Bien la historia de “La Buxaca” sucedió de la siguiente manera y, como digo más arriba, allá por los años 1958.
Trabajaba yo como dependiente de un surtidor de gasolina situado en el Arco del Triunfo al final del Salón de Víctor Pradera, un poco antes del comienzo del Paseo de San Juan y en la confluencia de la Calle Vilanova. Hacia la izquierda, y mirando a la entrada del metro estaba la calle Trafalgar y la Ronda de San Pedro. Por allí pasaban los tranvías que iban a San Adrián de Besos y Badalona, es decir, los tranvías 42,70 y 71. Después los cambiaron por los autobuses Ferguson. También pasaban los tranvías 29, 39 y 49. El 29 era el de circunvalación, el 39 iba hasta la Plaza Rovira y el 49 hasta la Plaza de Ibiza. Era uno de esos ratos en que no había mucha clientela. Como me aburría solía comprar tebeos del Guerrero del Antifaz o El Jabato. También compraba la prensa vespertina que en aquel entonces se centraba en “La Prensa” y “El Noticiero Universal”. Por las mañanas había otros periódicos como “Solidaridad Nacional”, “La Vanguardia Española” y “El Diario de Barcelona”. También había otros como “El Correo Catalán” y “Telexpres”, (Telestel más tarde). El quiosco estaba junto a la entrada del metro de la estación “Triunfo”. Cuando había hecho mis compras en el mismo, y dispuesto a regocijarme con la lectura, observé que una señora bajaba precipitadamente las escaleras y en su andar se le iban escapando cosas del bolso. La llamé, pero la señora no me oyó. Recogí de lo que perdía: un pañuelo y una cartera en la cual llevaba la documentación y una cierta cantidad de dinero. Corrí hacia adentro, pero ya no me fue posible alcanzarla. Volvía al surtidor donde ya dos o tres vehículos estaban esperando. Me excusé aclarando las razones de mi tardanza y les enseñé la cartera y el pañuelo. También les pregunté qué debería de hacer con aquello. Me aconsejaron que lo mejor era que lo entregase en la comisaría más cercana. Me proporcionaron sus nombres por si fuera necesario hacer de testigos.
Había allí al lado un señor que era el encargado de recoger recados para camionetas de alquiler que paraban a lo largo de la acera frente al colegio “Pere Vila”. Tenía confianza yo con este señor y le dejé encargado durante el tiempo que yo tardase en ir y volver de la comisaría. Para ello tomé un taxi de aquellos cuadrados que había entonces y me dirigí a la calle Lauria donde estaba la comisaría más cercana. En el Camino el hombre me preguntó la razón por la cual iba a la comisaría; también me dijo que mi acento le resultaba familiar y que de donde era. Le dije que de un pueblecito de Zamora cerca de la capital. El hombre se alegró mucho y me dijo que él era de un pueblo llamado Vadillo de La Guareña. Yo también me alegré de encontrarme con un señor paisano. Llegamos a la comisaría, le dije que esperara el taxi y entrase conmigo.
En la comisaría comenzaron a rellenar unos papeles y estando en esto, llego una señora con otro taxista para denunciar que, en el metro, le habían substraído la cartera. Después de constatar sus datos comprobaron que la cartera que reclamaba era la que yo había llevado. Le preguntaron el contenido y todo coincidía. No faltaba nada. Por todo ello la señora, que era una mujer de Riells del Fay, me quiso premiar, cosa que yo no acepté. Los dos taxistas se saludaron y se dijeron: ¡Hola paisano! Supe después que el otro taxista era de un pueblo llamado Otero de Bodas.
Desde aquel día tuve dos nuevos clientes paisanos que muchas veces me invitaban a un “tallat” en “Can Felip”, es decir, en el Bar Triunfo situado en la Avenida de Vilanova a escasos metros del puesto de gasolina.
La señora de Riells del Fay de tarde en tarde pasaba por las cercanías y se pasaba a saludarme y siempre me decía: “com va aixó, noi”. Yo le contestaba, “muy bien señora, muy bien. Y me daba un duro para que me tomase un “tallat”. Bueno, quiero aclarar que en aquel año tenía yo la edad de catorce años. Y esto es todo sobre la historia de La Buxaca.
Vadillo de La Guareña es un pueblecito, más que pueblo una aldea, situado en la provincia de Zamora en la actual Comunidad Autónoma de Castilla y León. Rondará, si no calculo mal, los 300 habitantes. Como bien dice su apellido está a las orillas del río Guareña. Bueno, en realidad el Guareña tampoco es un río a ciencia cierta. Más bien es un riachuelo. Su nombre es más conocido por la feracidad de sus vegas que por el agua que lleva. A lo que vamos. Vadillo de la Guareña pertenece a la comarca de Fuentesaúco, sí, esa comarca tan famosa por los riquísimos garbanzos, pero también por los pepinillos, lentejas y otras legumbres y hortalizas. Limita Vadillo de La Guareña con varios pueblos a saber: La Bóveda de Toro, Fuentelapeña, Castrillo de La Guareña, Alajeos y Castronuño, estos dos últimos ya en la provincia de Valladolid.
Vadillo de La Guareña hace su vida comercial con las ciudades de Zamora, Salamanca y Valladolid, aunque, también, hay importantes relaciones con Toro, esa ciudad de donde Cristóbal Colón llevaba el vino para cruzar sin sed los mares hacia América.
Bien la historia de “La Buxaca” sucedió de la siguiente manera y, como digo más arriba, allá por los años 1958.
Trabajaba yo como dependiente de un surtidor de gasolina situado en el Arco del Triunfo al final del Salón de Víctor Pradera, un poco antes del comienzo del Paseo de San Juan y en la confluencia de la Calle Vilanova. Hacia la izquierda, y mirando a la entrada del metro estaba la calle Trafalgar y la Ronda de San Pedro. Por allí pasaban los tranvías que iban a San Adrián de Besos y Badalona, es decir, los tranvías 42,70 y 71. Después los cambiaron por los autobuses Ferguson. También pasaban los tranvías 29, 39 y 49. El 29 era el de circunvalación, el 39 iba hasta la Plaza Rovira y el 49 hasta la Plaza de Ibiza. Era uno de esos ratos en que no había mucha clientela. Como me aburría solía comprar tebeos del Guerrero del Antifaz o El Jabato. También compraba la prensa vespertina que en aquel entonces se centraba en “La Prensa” y “El Noticiero Universal”. Por las mañanas había otros periódicos como “Solidaridad Nacional”, “La Vanguardia Española” y “El Diario de Barcelona”. También había otros como “El Correo Catalán” y “Telexpres”, (Telestel más tarde). El quiosco estaba junto a la entrada del metro de la estación “Triunfo”. Cuando había hecho mis compras en el mismo, y dispuesto a regocijarme con la lectura, observé que una señora bajaba precipitadamente las escaleras y en su andar se le iban escapando cosas del bolso. La llamé, pero la señora no me oyó. Recogí de lo que perdía: un pañuelo y una cartera en la cual llevaba la documentación y una cierta cantidad de dinero. Corrí hacia adentro, pero ya no me fue posible alcanzarla. Volvía al surtidor donde ya dos o tres vehículos estaban esperando. Me excusé aclarando las razones de mi tardanza y les enseñé la cartera y el pañuelo. También les pregunté qué debería de hacer con aquello. Me aconsejaron que lo mejor era que lo entregase en la comisaría más cercana. Me proporcionaron sus nombres por si fuera necesario hacer de testigos.
Había allí al lado un señor que era el encargado de recoger recados para camionetas de alquiler que paraban a lo largo de la acera frente al colegio “Pere Vila”. Tenía confianza yo con este señor y le dejé encargado durante el tiempo que yo tardase en ir y volver de la comisaría. Para ello tomé un taxi de aquellos cuadrados que había entonces y me dirigí a la calle Lauria donde estaba la comisaría más cercana. En el Camino el hombre me preguntó la razón por la cual iba a la comisaría; también me dijo que mi acento le resultaba familiar y que de donde era. Le dije que de un pueblecito de Zamora cerca de la capital. El hombre se alegró mucho y me dijo que él era de un pueblo llamado Vadillo de La Guareña. Yo también me alegré de encontrarme con un señor paisano. Llegamos a la comisaría, le dije que esperara el taxi y entrase conmigo.
En la comisaría comenzaron a rellenar unos papeles y estando en esto, llego una señora con otro taxista para denunciar que, en el metro, le habían substraído la cartera. Después de constatar sus datos comprobaron que la cartera que reclamaba era la que yo había llevado. Le preguntaron el contenido y todo coincidía. No faltaba nada. Por todo ello la señora, que era una mujer de Riells del Fay, me quiso premiar, cosa que yo no acepté. Los dos taxistas se saludaron y se dijeron: ¡Hola paisano! Supe después que el otro taxista era de un pueblo llamado Otero de Bodas.
Desde aquel día tuve dos nuevos clientes paisanos que muchas veces me invitaban a un “tallat” en “Can Felip”, es decir, en el Bar Triunfo situado en la Avenida de Vilanova a escasos metros del puesto de gasolina.
La señora de Riells del Fay de tarde en tarde pasaba por las cercanías y se pasaba a saludarme y siempre me decía: “com va aixó, noi”. Yo le contestaba, “muy bien señora, muy bien. Y me daba un duro para que me tomase un “tallat”. Bueno, quiero aclarar que en aquel año tenía yo la edad de catorce años. Y esto es todo sobre la historia de La Buxaca.
Estulano