LA FUENTE DORMIDA
(Muelas del Pan)
I
Hace ya muchos años, muchos, nací en una aldea ribereña con los peñascales que forman el arribanzo del río Esla. Allí se desarrolló mi niñez enmarcada dentro de las costumbres que imponía la forma de vivir de entonces.
Teniendo muy pocos años me veía obligado a cuidar del ganado. A veces algunas ovejas; otras veces algunas vacas, pero, generalmente, cuidaba de una pareja de caballos. Una yegua negra de estirpe árabe y un caballo percherón de grandes patas propias de esa raza. La yegua era muy mansa y obedecía a la más mínima llamada. El percherón, algo mozo en aquella época, era un poco más díscolo y había que enseñarle hierba para que se acercara.
Pues bién, en aquella época, ya del siglo pasado, yo solía ir con estos animales a un lugar llamado “El Cardadal” donde había una fuente en el ribazo de una montaña, ya cercana al valle, donde bebían los pastores y otras personas que por allí pasaban. Era una fuente que cuidaban todos para que se mantuviese limpia y el arroyuelo que formaba iba a parar a una “poza” donde solían bañarse las pastoras y los pastores. Bueno. Más bien las niñas pastoras y los niños pastores que solían ser zagales como de mi edad en el momento en que emanan estos recuerdos.
Quiero resaltar que las niñas pastoras mojaban sus pies en el arroyuelo formado por la salida de las aguas de la fuente en el que de forma habitual bebían las alondras. Había un dicho que recordaba que si una moza mojaba sus pies en aquel lugar algún día encontraría un novio noble. Son cosas que se decían.
Aunque no tenga importancia quiero resaltar que en aquella poza había cangrejos de los autóctonos que ya no existen. Allí aprendimos a nadar la mayor parte de los chicos del pueblo, salvo los que aprendieron a hacerlo en “El pozo Hondo de la Salina”, un lugar más tenebroso en el que solamente los más valientes se atrevían a meterse.
Y así fueron pasando los años hasta que un día llegó en el que la mayor parte de las gentes del pueblo emigraron. Eran los famosos años del desarrollo en España. A mi también me toco marchar.
II
Años después quise retornar al pueblo. Una tía mía me invitó a pasar el fin de semana en su casa. Me dijo que para la hora de la cena me esperaba.
Iba yo con un coche de la época para darme el postín por mi pueblo. Llegué a la ciudad de Zamora y me entretuve poco, pues deseaba llegar a la aldea. Comí en una de las múltiples casas de comidas que existían y existen en la capital de la provincia. Nada más tomar café tomé mi cuatrorruedas y me dirigí al pueblo con ansias de llegar. Quería enseñarles los nuevos caballos a mi tía y a los pocos viejos que todavía por allí quedaban.
No pude resistir pararme en la Fuente de la Salud que queda junto a la carretera y en la que una reina portuguesa hacía su viacrucis cada año para curarse de una terrible enfermedad que tenía. Como es obligado bebí de dicha fuente. En la reverberación del sol que venía de los álamos del soto se reflejaba una irisación en el chorreo de los borbotones.
Parecióme ver a la Virgen de la Salud en aquella irisación y como si me avisara de un posible peligro. ¡Cuidado, ten cuidado! Pero no. Eran palabras humanas las que oía. Era una persona de la Granja de El puerto que avisaba a una niña que tuviese cuidado con el perro que la podía morder.
Seguí mi camino hacia la aldea atravesando todo el monte que llamaban del Concejo y que estaba lleno de encinas y robles. La carretera parecía ser una gran avenida dentro del bosque. A los lados todo tupido bosque.
Al llegar a la altura de “El Cardadal” todavía el sol tendría más de tres horas de duración. Decidí apartarme de la carretera y visitar la fuente. Aparqué el vehículo en las cercanías y me allegué hasta ella. Allí estaba como en mis tiempos niños brotando y dejando escapar un hilo que ya no llegaba hasta la poza. El hilillo se sumía en un gramedo a pocos metros de distancia.
IIII
No pude resistir intentar beber un trago. La verdad es que las libélulas y otros bichos que siempre se deslizan sobre la superficie estaban allí. En el fondo de la fuente, siempre fría y atrayente, había otros habitantes. Por eso tomé el pañuelo, que no estaba estrenado y, a modo de filtro, me sirvió para calmar una sed que no emanaba del estómago.
Quise descansar un rato junto a la fuente. Mientras descansaba y el sol pegaba de lleno, vi venir una pastora por la parte del Valle de los Asnos. Delante de ella venía otro pastor. Vinieron ambos hacia la fuente y él se inclinó bebiendo de forma descomunal sin poner pañuelo alguno. Dije ¡Hola!, pero no recibí respuesta. Agotó casi media fuente y se marchó.
Poco después llegó la pastora con su ganado. Como había pasado un cierto tiempo, la fuente se había rellenado. Hizo la misma faena. Se arrodilló y, a grandes sorbos casi agotó la fuente. También la saludé y, al igual que el pastor, tampoco me contestó. El rebaño que traía la pastora, que era de alta como dos mujeres al igual que el pastor que era de alto como dos hombres, no balaba. Eran ovejas blancas y marrones y pasaban por encima de los juncos y los zarzales sin que sus lanados se deteriorasen.
Quiero decir que cuando bebí de la fuente vi una piedra rodada de forma tornasolada que me llamó la atención y la metí en un bolsillo de la camisa. Con la luz del sol irradiaba unos destellos preciosos. Por eso la guardé.
IV
El sol todavía estaba en lo alto y me tumbé junto al césped de la fuente. Debí dormir un buen rato porque cuando me desperté ya se empezaba a poner el sol rojo por Aliste. Tenía sed de haber roncado algo. Bueno…junto a una fuente…pero ¡Oh! ¡La fuente se había tapado! Allí había solamente el gramedo verdoso y el valle y los juncales solitarios. ¡Como podía ser!
Sin comprender me dirigí al coche porque se me haría tarde y mi tía me estaría esperando. Al llegar al coche e ir a arrancarlo, sentí un calor tremendo en mi bolsillo de la camisa. Metí la mano y vi la piedra tornasolada todavía húmeda. Me entró un escalofrío y, mirándola como testimonio de que no había soñado, la lancé y vino a caer al lado de un tomillo. En ese momento una alondra se levantó en vuelo vertical y el tomillo pareció que iba a arder. Me marché de allí. No comprendía nada.
V.
Llegué a casa de mi tía ya de noche, pues me entretuve aún algo saludando a conocidos con los que me crucé en la calle.
Mi tía estaba impaciente esperándome y ya me tenía preparada la cena. Me preguntó por las incidencias del viaje. Yo no quería contarle lo de la fuente, pero era tan insistente que no pude evitar eludir el hacerlo.
Me puso unas riquísimas sopas de ajo que me acompañó a degustarlas. Cuando llegué al tema de la fuente me dijo que el pastor gigante se dedica a asustar a la gente y que es el Gigante del Valle de Joyalada, pero que si no ve temor no contesta. Que eso le ha pasado ya a mucha gente. En cuanto a la pastora gigante no es otra que la Diosa Gebra que cuida el soto del mismo nombre y que suele secar las lágrimas de aquel a quién el gigante haya asustado. Parece ser, dijo mi tía, que son marido y mujer, pero que ella es estéril y es una gran persona. El gigante no es malo, pero se regocija asustando a los pastores. Las ovejas no son otra cosa que visiones que ellos meten en la cabeza de quienes le ven por cuya razón no dejarán jirones en las zarzas, ya que no son reales.
Ya, tía, pero ¿Y la fuente? – La fuente ya hace muchos años que se secó a fue colmatada por la tierra al no cuidarla los pastores. Ya, tía, ¿pero y la piedra tornasolada? – Bien, eso es el testimonio de que algún día la fuente existió y con el paso de los años muchas otras gentes la volverán a encontrar.
Vale, tía, me convence todo eso. Sabes tía que la sopa está muy buena. ¡Naturalmente! la he preparado con especial esmero para ti, pero cómela pronto que tengo unos torreznos que te vas a chupar los dedos. Ah! y para mañana, que es la fiesta del pueblo, he matado una gallina que ha dejado de poner y otras cosillas que harán las delicias de tu paladar.
Vale, tía, ¡Eres una persona encantadora!
Luis Pelayo Fernández