HISTORIAS DE MI ALDEA (I)
(La Tía Funga)
(Muelas del Pan)
Mi aldea era, allá por los años 50-60 del pasado siglo, un prototipo de aldea típica de las soledades castellanas. Era una aldea no tan pequeña, pues por aquel entonces podía tener mil seiscientos vecinos censados y otro montón que no lo estaban. Ello se debía a que allí, en su término, se construyó un gran pantano, mejor dicho, un embalse con su correspondiente central eléctrica. Le dieron el rimbombante nombre de “Saltos del Duero” y, todavía hoy, a media España y la otra mitad les suena el nombre. Allí se inició el comienzo del andar de la España moderna de manos del rey Alfonso XIII y del Directorio de Primo de Rivera. Los ríos Esla y Duero guardaban un enorme potencial de hidrocaballos, convertidos en kilowatios, que harían mover las máquinas de la España inquieta, de la sedienta de luces como Madrid, Bilbao y otros muchos lugares. España se cubrió de cables de acero y cobre que llevaron las fuerzas de las energías zamoranas al resto del país.
Y allá, en la aldea que cubría de riqueza a media España, florecía la pobreza y atraía a más pobres todavía. En este devenir surgieron allí muchos personajes. Nosotros, los niños de entonces, vivimos todo eso sin ser conscientes del momento histórico que nuestra aldea había vivido desde los años ’30.
Tan pobres éramos como los demás que vinieron desde lejos a comer un trozo de pan a la luz de la gran riqueza que allí se generó. Pero seguimos siendo pobres, pues las plazas y callejuelas del pueblo seguían luciendo con bombillas mortecinas mientras en la Ría del Nervión y en la Puerta del Sol lucían potentes farolas cuyo sustento nacía en nuestra aldea.
Los niños, al atardecer, jugaban en esas plazas y callejuelas a los temas tradicionales. Las personas mayores sufrían la miseria, la pobreza de la que los niños no eran conscientes.
Cuantos personajes había por allá, unos gallegos, otros asturianos, otros andaluces, muchos vascos, algunos catalanes. Todos estaban allí por la fiebre del oro invisible que es la electricidad. Y había mucha pobreza y muchos personajes…
Uno de estos personajes era la Tía Funga. La llamaban así porque hablaba fungo, es decir, por la nariz, como los ricos y bien educados franceses, pero la gente no comprendía y se reía…
Un día de esos, en un atardecer cualquiera, los niños jugaban en una plaza iluminada a medias, con aquellas luces mortecinas. Y la cruzó la Tía Funga que venía tapada con un mantón con flecos, bajita ella y sin meterse con nadie. Los niños, desconociendo la malicia de la que están dotados, comenzaron a gritar: “Funga”, “Funga” “Funga” y le hicieron corro avergonzándola. La tía Funga, persona amable y respetuosa donde las hubiere, se sintió ofendida y gritó: Basta ya, basta ya, por favor! Y ella se escapó por una de las callejuelas asustada, quizás llorando.
Los malvados niños siguieron jugando ignorando el mal que habían hecho. Éramos niños de entre seis y ocho años. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y de cuyo episodio me quedó una impresión profunda que jamás he podido olvidar después de tantos años pasados. Aquella noche era una noche de verano de luna llena y, siempre que veo la luna llena, me viene a la memoria lo acontecido en aquel entonces en Muelas del Pan, hoy pueblo olvidado, donde la España moderna comenzó su andadura.
Josefina Pelayo Fernández