ENCUENTRO EN LA PENÍSULA (INGRID Y MANOLO)
(Muelas del Pan)
I
Ingrid nació un día del 23 de Septiembre de 1980 en la aldea bajo-sajona de Mellendorf. Su padre era albañil y su madre, la señora, Frau Mühler, se dedicaba al cuidado de una tienda de comestibles situada en la calle principal de la aldea.
Por aquellos años ya empezaba a extenderse la ciudad de Hannover por su extrarradio. A su influencia no escapó Mellendorf. Aquel trabajo pacífico de aldea al que estaba acostumbrado el señor Mühler comenzó a desaparecer en la medida que la influencia de la gran ciudad se acercaba a la aldea. Las tareas vecinales que se le encomendaban comenzaron a ser cada vez más espaciadas. En su lugar se vieron aparecer, más y más, grúas titanes que desfiguraban la tranquilidad de Mellendorf. Aquello ya no era trabajar de albañil, aquello era la construcción masiva de casas adosadas que iban ocupando las gentes de la gran ciudad.
La tienda de comestibles también sufrió las consecuencias de estos cambios. Muy cerquita de allí surgió un hipermercado cuyo nombre era, aproximadamente como “Lindensage” y que rimaba con la cantidad de tilos que abundanan en la zona. Esto conllevó, poco a poco, la pérdida de la clientela, no porque la gente del lugar dejase de ir, sino que con la llegada de nuevos forasteros se fueron marchando a otros lugares, de la pequeña tienda llamada “Am Brunnen” porque muy al lado de la misma existía un pozo con un brocal muy bonito adornado con rosales y que en tiempos no muy lejanos era todavía lugar de reunión de las gentes de Mellendorf, y que era la que la señora Mühler regentaba.
Todo este trastocamiento de vida creó una viva inquietud en la familia Mühler hasta tal punto que desearon emigrar del lugar. Desdoblaron el mapa de Europa y quisieron saber cómo eran las tierras del sur. Muchos días duró la meditación. Lo primero que hay que hacer, pensaron el matrimonio Mühler y su hija Ingrid, es tomarse unas vacaciones e ir a conocer esas tierras del sur. Solamente así podremos percatarnos de si nos gustan o no.
Quiero resaltar que Ingrid Mühler era estudiante de filología hispánica en la universidad de Baja Sajonia y que, aquel año, terminaría tercero. Esto era un motivo más para ir hacia el sur y practicar in situ sus conocimientos de la lengua de Cervantes. Tendrían todo el verano por delante, por eso, tan pronto terminó el curso, el señor y la señora Mühler aparcaron su actividad y se dirigieron a una agencia de viajes para buscar las playas del sur, pero, previamente, también querían conocer algo de Francia, por lo que harían una escala en París de algunos días.
Llegado el momento un taxi los acerco hasta el aeropuerto de Langanhagen, desde donde de buena mañana, partía un avión que enlazaría con París. No era una partida definitiva, era, solamente, un viaje de vacaciones. Pero algo notaron cuando el avión, haciendo una semicurva para tomar la dirección hacia el oeste, les permitió ver alejarse el Steinhuder Meer y la nebulosa de la ciudad de los reyes en medio de la bruma y, todo esto, pensaron, en algún momento podría ser la última visión de la planicie sajona. No obstante desecharon estos pensamientos de nostalgia con la alegría de ver pronto París y otros acentos.
Antes del mediodía ya habían aterrizado en el aeropuerto de Le Burget y un autobús les había trasladado a un hotel cercano a la Gare de Lyon. Estaban ansiosos por conocer la Ville Lumière por lo que nada más comer comenzaron a deambular por las calles y ver cuán diferente era la ciudad de su lugar. Algo que les extrañó muchísimo fue el aspecto multicolor de los habitantes de París. Aquello era una ciudad cosmopolita y multisocial, pues al lado de engalanados caballeros y señoritas se veían gentes con ropas que dejaban mucho que desear. El aspecto de las calles parecía carecer de la impecabilidad germana. Luego los puestos de flores, las peluquerías y las tiendas. Aquello, sin ser el sur, ya tenía carácter latino.
La escala en París no llegó a tres días, pero tuvieron tiempo de visitar Les Invalides, la Tour Eiffel, el Tombeau de Napoleón, Le Marché aux Fleurs, las orillas del Sena, Nôtre Dame, el Palacio de las Naciones y, especialmente el mercado de libros en los quais del Sena, donde pudieron adquirir ejemplares rarísimos de libros españoles, entre ellos el Buscón Pablos y un Romancero Zamorano.
Volvieron a tomar el avión y se dirigieron al aeropuerto de El Prat, (Muntadas), para conocer algo de la Costa Brava en sus cercanías.
II
Manuel Larrinoa Junot era un chileno nacido en una gran finca, que allí llaman parcelas y que no era otra cosa que una estancia, rancho o cortijo cerca de Valdivia y estudiaba en la Universidad de Santiago de Chile. Sus padres, él de origen español vasco de la villa de Irún y su madre de la ciudad francesa de Grenoble, habían conocido el bienestar económico durante la época de Salvador Allende, pero un día todo se torció. Su padre era simpatizante socialista, que no militante, y un buen día, o mejor un mal día, dejó de venir por casa tras el asalto al palacio presidencial. Mucha gente fue detenida e introducida en un campo de futbol. Después de aquello nadie volvió a ver al padre de Manolo.
Manolo y su madre alquilaron un piso en Santiago. Él acabo sus estudios de medicina y la estancia la alquilaron. Con esos réditos se permitían llevar una vida sosegada y tranquila. El régimen no les molestó y tenían un status social bastante elevado por lo que el sistema nunca les negó el pasaporte. Él solicitó prácticas en España y le fueron concedidas en el ámbito de intercambio entre universidades y acuerdos bilaterales entre los dos países hermanos. Se hizo acompañar de su madre.
Ellos estaban casi en la certeza de que su padre habría sido asesinado por la dictadura, pues nunca, durante muchos años, dio señales de vida. No aparecía en las listas de los detenidos. Aquella atmósfera de duda hacía inviable seguir viviendo en Chile. Un buen día partieron del aeropuerto de Santiago de Pudahuel y tomaron el vuelo hasta el aeropuerto bonaerense de Ezeiza y, desde allí, vía Río de Janeiro, se llegaron hasta Madrid donde él ejercería las prácticas según los acuerdos de intercambio.
Durante el curso universitario ejercitó esas prácticas con muy buena nota por lo que decidió quedarse en España, de momento, como médico interino residente por haber conseguido una plaza a ese nivel. Su madre siguió a su lado. Seguían conservando la nacionalidad chilena y estuvieron inscritos como residentes provisionales en España en el consulado de su país.
III
En Barcelona Ingrid y sus padres se entretuvieron algunos días y aprovecharon para visitar lugares de la Costa Brava, el Barrio Gótico, el Ensanche, el templo de La Sagrada Familia, el Parque de la Ciudadela y un sinfín de cosas más que les permitió hacerse una idea de la grandeza de Cataluña y de España.
Finalmente tomaron un tren que les condujo a Madrid donde, también, visitaron cantidad de cosas sin que entre ellas faltara una ojeada al Mueso del Prado, unos paseos por El Retiro, unas fotos a la Puerta de Alcalá y una pequeña gira hasta los Jardines de Aranjuez. Tampoco olvidaron La Granja de Segovia y otras cosas que ningún turista curioso debe de olvidar.
Les habían hablado de una casa rural donde podrían disfrutar del llano castellano y fueron a parar a un pueblecito de la provincia de Valladolid cuyo nombre no me viene ahora a la memoria.
Quisieron pasar unos días en la ciudad del Pisuerga y conocer un poco su historia y monumentos; su gastronomía y la forma de ser de sus gentes. Visitaron el museo de pintura policromada, la catedral y su archivo diocesano; subieron en la “Leyenda del Pisuerga” un barquito que permite disfrutar de las orillas del río sin pisarlas; Visitaron las maravillas románicas de Palencia y de Zamora, en fin, visitaron casi, Castilla del Norte entera.
Tal fue la impresión que les causó la llaneza de sus gentes, la austeridad de sus monumentos, la tranquilidad de la vida y el bien sonar de la lengua castellana, que se plantearon quedarse.
Aún tuvieron que regresar a Mellendorf para arreglar papeles y deshacerse, allí, de sus bienes, pues Ingrid aprovechó la estancia en Valladolid para inscribirse en la UVA y seguir en Pucela la continuidad de sus estudios de filología hispánica dentro del programa Erasmus al que consiguió acceder.
IV
Manolo y su madre decidieron quedarse de forma definitiva a vivir en España y, también, se quedaron en Valladolid. Aunque tuvieron que desplazarse a Chile para deshacerse de sus bienes de tal manera que no tuvieron dificultades para adquirir una vivienda en Valladolid. Manolo, después del tiempo reglamentario como MIR adquirió una especialización y montó una clínica privada que es muy renombrada en la ciudad. Se compraron, también, una casa adosada en una localidad donde los viñedos y el balar de las ovejas conforman el encanto de la campiña. Allí pasan los fines de semana, salvo cuando salen de excursión, hablamos del momento, a algún lugar cercano, generalmente hasta Zamora, Miranda do Douro, la montaña palentina o el Lago de Sanabria, Según la época.
V
Ingrid y sus padres, los cuales quedaban en una buena situación económica, pues no solamente la venta de sus posesiones en Mellendorf les permitió comprar en el mismo lugar en que Manolo había comprado la casa adosada, sino que, también, por los años trabajados en su país tenían una buena prejubilación con la cual podían vivir holgadamente.
Ni que decir tiene que Manolo e Ingrid se conocieron en unos de los muchos paseos que ambos disfrutaban por los caminos de los majuelos en compañía, él, de su madre e Ingrid de sus padres. Allí se fraguó una profunda amistad que más adelanta acabaría en noviazgo y, finalmente, en matrimonio.
Los padres de Ingrid, como aquel que dice, casa con casa de la casa de Manolo por lo que conversan muy a menudo con la señora Junot, madre de Manolo. Ya hace algún tiempo que llegaron y se han acostumbrado a la llanura castellana y a la recia forma de hablar de sus habitantes. Casi, casi, ya no se les nota el deje teutón. Sin embargo la señora Junot no ha perdido un ápice de su acento de Valdivia.
Manolo y Ingrid se casaron y ahora tienen un hijo vallisoletano. Se llama José Larrinoa Mühler. Asiste ya a la guardería y lo llaman Pepín, unos, y otros Larry. Sus padres han contratado a una chica ecuatoriana para que lo cuide durante las horas de trabajo de sus padres, Ingrid dirige, en estos momentos, un laboratorio de idiomas en una de las céntricas calles de la ciudad de Valladolid.
Los domingos por la mañana, a eso de las doce, vemos a Manolo y a Ingrid pasear con su hijo en el cochecito por las calles del Campo Grande. Otras veces los vemos en el Parque de la Rondilla donde se mezclan en su andar con españoles e inmigrantes que abundan en la zona. Se encuentran bien en ese ambiente y recuerdan soles lejanos y noches prolongadas, pero se sienten bien.
Los padres de Ingrid, de vez en cuando, viajan a Mellendorf al cual encuentran desconocido por los cambios. Pero regresan enseguida.
La señora Junot se encuentra como en Valdivia y le gusta ver pasar los atardeceres entre los viñedos de su pequeña localidad donde ahora vive.
Es decir, en estos momentos todos se encuentran integrados en la sociedad vallisoletana y, sin haber perdido su personalidad, se sientes españoles de pleno derecho.
VI
Quiero hacer una aclaración: a la señora y señor Mühler les conocí yo hace muchos años siendo emigrante español en Mellendorf. Vivía yo, por aquel entonces, en una casa del Camino de los Tilos, (Lindenweg). El Lebensmittelsmarkt, (tienda de comestibles), “Am Brunnen”, quedaba a pocos metros de mi casa. Por esa razón hacía allí mis compras. Era uno de los clientes de la señora Mühler y amigo de la familia.
Por esa razón, de vez en cuando solía visitar Mellendorf. En una de esas visitas había nacido Ingrid por lo que la conozco desde siempre. Cuando vinieron a Valladolid ella me presentó a su marido Manolo y en estos momentos, también, soy amigo de él y del pequeño Larry, al cual le suelo comprar alguna chuchería en el kiosco de la esquina cuando los encuentro por el Parque de la Rondilla.
Creo, sinceramente, que la tierra ya era redonda antes de aparecer el hombre y las fronteras surgieron con la iniquidad y el desamor. Como eso no es de reglamento para los grandes corazones no hay lugar al racismo y sí para recibir a nuestros hermanos, vengan de donde vengan, con los brazos abiertos. ¡Bienvenidos a Valladolid y España!
Luis Pelayo Fernández