EL CIEGO DE MONUMENTA
(Muelas del Pan)
Hace ya muchos años vivía un matrimonio en Muelas del Pan. Él era ciego y se llamaba Miguel su señora, una mujer muy menuda, se llamaba Matilde. Este matrimonio era muy conocido en la localidad y en los pueblos del entorno. No tenían ningún tipo de recursos salvo el saber del Sr. Miguel que consistía en poder tocar un acordeón como de fuelle que hacía acompañar a sus coplas de ciego en las fiestas de los pueblos. Vivían en el Barrio de Toledo, muy cerca del Barrio de Zamora sobre una colina que comenzaba en “El Arco”, que tenía forma de “H” y en cuyo arqueado había una leyenda que decía “Onor a Franco”, la “H” que le falta la ponía el propio arco, de ahí su forma. Pues bien en este arco comienza la loma sobre la cual se sitúan el Barrio Toledo y el Barrio Zamora, loma que viene a morir a la fuente de Valdemolinos después de dejar a un costado la fuente y laderón de Moramiana. La casa del Sr. Miguel y la Sra. Matilde era harto pequeñita y construida de adobes y barro. En ella tuvieron un hijo que emigró muy pronto a Barcelona y alcanzó el grado de policía municipal de la Guardia Montada, muy famosa en la Ciudad Condal y una de sus enseñas, pues en todas las grandes ocasiones y eventos excepcionales desfila por las grandes vías de la urbe. Este hijo del Sr. Miguel y la Sra Matilde vivía en los pisos adosados a las caballerizas y era el encargado de cuidar los caballos de la Policía Montada de Barcelona de la que, como hemos dicho, él mismo formaba parte y su caballo era el más lozano y mejor cuidado, aunque también al resto de ellos los cuidaba muy bien, pues, años después, tuve la ocasión de comprobarlo estando yo ya en Barcelona, y todos ellos llegaron a familiarizarse conmigo y se dejaban acariciar. ¡Eran lindos caballos!
El Sr. Miguel “El Ciego” era oriundo de un pueblo sayagués, llamado Monumenta y que es una pedanía del ayuntamiento de Luelmo. Desde los altos de Muelas del Pan se divisan las casas de Luelmo y el humo de sus chimeneas al atardecer. Monumenta queda un pelín más allá.
Cuando yo conocía al señor Miguel y a la señora Matilde su hijo de Barcelona ya no estaba allí. Era un matrimonio muy apreciado por mi padre que les ayudaba en cuanto podía dentro de sus posibilidades. Una de estas posibilidades era prestarles un caballo para trasladarlos a los pueblos de la redonda en los cuales el señor miguel tocaba su acordeón y cantaba coplas, entre ellas la del “Crimen de Ricobayo”. Constituía una atracción para la fiesta. Las gentes le pagaban más bien en especias, es decir: con tocino, chorizo, panes, grano y cosas similares.
Bueno, pues Pepe, mi padre, les prestaba el caballo para llevar los utensilios, consistentes en el acordeón y algunos talegos o sacos. Como el caballo había que regresarlo mandaba con ellos a su hijo hasta el pueblo donde había fiesta y regresaba a Muelas hasta que las fiestas acabaran en cuyo momento volvía a ir el chaval para poder traer el pago de la actividad del Sr. Miguel.
Los pueblos a los que solían ir eran: Almaraz de Duero, Villaseco, El Campillo, Almendra, Valdeperdices, Andavías y Montamarta. En más de una ocasión iban a Villalcampo y Cerezal de Aliste. Por supuesto también a Ricobayo, pero hasta allí no necesitaban ayuda, bien por la cercanía o porque siempre había gente dispuesta a ayudarlos.
Recuerdo en una ocasión en que era la fiesta de Andavías, allá por el final del verano. Hubo una duda: por qué camino ir. El Sr. Miguel decía que por el camino de Andavías. La señora Matilde prefería ir por el camino de Valdeperdices porque decía que era mejor senda. Tenía razón la señora Matilde. Fuimos por el camino de Almendra hasta un poco más allá del Hoyo del Alcornocal, subiendo el cual, se apartaba el camino de Valdeperdices.
Tengo que decir que en la ida el señor Miguel iba montado sobre el caballo o la yegua y la señora Matilde y yo, andando. Yo tiraba del ramal, poco a poco, pues ella, como ya he dicho antes era menudita y algo débil. En Valdeperdices hacíamos un pequeño alto y la gente salía a saludarnos. Después del descanso atravesábamos el Arroyo del Roble y ya, de una tirada, hasta Andavías que quedaba muy cerca después de haber subido la cuesta. Una vez allí les dejaba los bártulos, ellos ya conocían a la gente y los chavales gritaban: ¡Ya ha venido el tío Miguel El Ciego!
Yo regresaba con la cabalgadura en mucho menos tiempo del que tardábamos en ir. En cosa de una hora y media estaba de nuevo en casa. Dos o tres días después habría de regresar a Andavías a recogerlos, salvo que por alguna circunstancia viniese un carro de Andavías a Muelas y los trajese.
Yo emigré a Barcelona, como ya dije antes. Al Sr. Miguel ya no lo volví a ver más. A la Sra. Matilde la visité muchas veces en la casa-cuartel de la Policía Montada y siempre que iba su hijo el guardia me invitaba a comer. Me hice amigo del nieto de la señora Matilde y esa amistad duró hasta que, en algún momento abandoné Barcelona en busca de singladuras desconocidas.
He querido dejar constancia de la vida honesta y humilde del señor Miguel y la señora Matilde, pues su bondad quedó impresa en mi recuerdo. Cada vez que visito mi pueblo, Muelas del Pan, mis ojos no pueden por menos mirar el atardecer del sol que, desde la iglesia de Santiago Apóstol se oculta por el Barrio Toledo.
Estulano