EL CARNERO TESTÓN
(Muelas del Pan)
Un fin de semana de principios del mes de Abril de este año, 2022, mis hijos querían hacer una excursión y dejaron a mi cargo tres de mis nietos, Adriano, que es el mayor, Juana, una niña un tanto revoltosa, ambos de Arroyo de la Encomienda, y Germánico que, aprovechando las vacaciones de Semana Santa y que vive en Dortmund, también, pues le encanta estar con sus primos.
Afortunadamente, son niños bastante disciplinados, aunque no del todo, y les gusta conocer cosas nuevas, sobre pueblos, arroyos y campiñas.
Decidí, pues, darles un paseo por la Tierra de Campos vallisoletana y enfilé mi haiga por las llanuras del norte de la capital.
Salimos de Pucela por la A-60 y tuvimos la suerte de ver despegar un avión de pasajeros que salía del aeropuerto de Villanubla. Esto les gustó mucho a los niños, que dijeron que frenara el haiga, no se nos viniera encima el avión. La verdad es que nos pasó casi al ras, pero nosotros seguimos y pasamos La Mudarra, que parece un campo petrolífero con tantas torretas de alta tensión. El pequeño Germánico preguntó si eran pozos de petróleo. Después de aclarado, siguió mirando por la ventanilla sin hacer más preguntas. Adriano me dijo que prestase atención a la conducción, que por Tierra de Campos hay muchas liebres y, a veces, saltan a la carretera asustadas por el tráfico y las puedes atropellar. No sé si la observación era para proteger a las liebres o para evitarnos un accidente. Juana se fijaba en el verdor de los campos y en el predominante color de las amapolas y el amarillo de otras flores. Tomaba fotos con su móvil. La verdad es que hace fotos muy bonitas. Si acaso se imprime este cuento, me gustaría que fuese acompañado por alguna de sus fotos.
Al llegar a Medina de Rioseco, llamada pomposamente “La Ciudad de los Almirantes” (de Castilla), tomamos el camino de Tamariz de Campos y pudimos ver el final del Canal de Campos y el Valle del Sequillo, que estaba más que seco y más parecía un regato sin agua que un río. El canal lo observamos después de salirnos de la carretera y allegarnos hasta el lugar donde está el Acueducto del Sequillo del Canal de Castilla, ramal de Campos. Todo lo encontraron los niños muy bonito. Mientras ellos observaban la campiña, yo me dedique a coger unos espárragos trigueros que por esa zona abundan. Llené de ellos una buena cesta que la mujer siempre lleva en el maletero para cuando va a buscar níscalos. Tras un breve descanso, desandamos el camino y volvimos a la VA-920 camino de Tamariz de Campos, un pueblo bordeado por el Sequillo. Seguimos un algo el camino y llegamos al merendero de El Tejar, que está a las orillas del Sequillo al norte del pueblo. Allí dimos cuenta de unos sándwiches o entrepanes que nos habían preparado la abuela de los chiquillos, a los que dieron rápida solución. Allí había una pareja un tanto mayor que entabló conversación con los niños. Yo les pregunté qué pueblo había por allí cercano y me indicaron que “el pueblo del carnero”, que se llama Moral de la Reina. Lo del carnero nos dijeron que era porque había sucedido una reciente historia con un carnero testón, que había embestido, como embiste un toro, a su dueño. Nos chocó sobremanera. Nos despedimos de la pareja y nos dirigimos a Moral de la Reina, que se encuentra a escasos kilómetros de Tamariz de Campos. Casi todo el tiempo, la carretera local seguía el mismo curso que un arroyo que se llama Arroyo Madre. Debe de ser porque cuando diluvia, a veces, se desborda y se sale de madre. Al llegar a Moral de la Reina se le une otro que viene por su derecha, llamado Arroyo de Pinilla, y ambos abrazan el pueblo.
Al llegar al casco urbano, nos adentramos en él por la Calle Estación y, pasando el parque infantil, donde los niños quisieron jugar un ratito, seguimos adelante por la Calle Real y nos paramos frente al Teleclub en la Calle de San Miguel. Pero aquel día no se veía gente y no pudimos preguntar dónde se encuentra el corral del Señor Candymann, que es el dueño del carnero según nos contó la pareja del Merendero de El Tejar en Tamariz de Campos. El caso es que la historia es como, aproximadamente, se narrará.
El Señor Candymann suele pasar largas temporadas en Moral de la Reina, pero también en la ciudad de Valladolid. Cuando está en Moral, uno de sus entretenimientos es darle de comer al carnero, gordote, con ojos saltones, con los cuernos retorcidos y lanudo. Muchas veces, el Señor Candymann se sienta en su corral-finca y observa como el carnero corre o anda por el corral y, cuando lo llama, el carnero acude a él como un perrito. Cuando se va a Valladolid le deja comida y agua en abundancia, y le dice adiós al carnero sin más problemas. Pero hete aquí que, un día, el Señor Candymann se encontró indispuesto y tuvo que ir a urgencias y no pudo despedirse del carnero.
Afortunadamente, la dolencia no fue de mayor gravedad y, al cabo de unos días, previo reposo e indicaciones médicas, el Señor Candymann deseó volver a Moral de la Reina, más que nada, para poder ver y acariciar a su carnero.
Y así fue. Pero, sucedió que parecía que el carnero se había molestado por su ausencia y porque no le hubiera dejado el heno y el agua acostumbrados. Sin embargo, lo primero que hizo el Señor Candymann fue rellenar la pesebrera y la pila del agua. Desde luego, el carnero comió y bebió a su gusto y se fue al descampado del corral.
El Señor Candymann se alegró infinito de ver a su carnero. Pero éste, desde lo más alejado del corral, inició una carrera como en plan de ataque y se lanzó contra su dueño, que, aunque se apartó un pelín, recibió un buen testarazo. No contento el carnero, comenzó a recular para tomar bríos y se volvió a lanzar sobre su dueño que daba voces de “¡Para, para!”. Pero, el carnero no paraba. De tal suerte que, a trancas y barrancas, pudo refugiarse y a los gritos acudió alguna persona que lo socorrió y lo tuvieron que llevar al hospital.
El Señor Candymann no podía comprender el porqué el carnero le atacó y estaba más preocupado por esta causa que por los dolientes golpes recibidos. Una vez repuesto, siguió unos días en Valladolid, donde yo, en persona, pude escuchar su testimonio de la agresión del carnero. La verdad es que a todos los que escuchábamos nos movía su relato a la hilaridad, pero la cosa fue seria.
Ya llegado el atardecer, regresamos a la capital y los niños me decían: “¡Abuelo, ve con cuidado no nos vaya a salir un carnero por el camino!”.
Ni nos salieron carneros ni nos salieron liebres. Llegamos a Medina de Rioseco y nos paramos en uno de los cafés, en las cercanías del embarcadero de la Dársena, donde yo tomé una buena copa de vino de Ribera de Duero y los niños unos refrescos que agradecieron mucho.
Con los espárragos trigueros que llevaba en la cesta, mi señora preparó unas buenas tortillas que nos supieron a gloria.
Una hija del Señor Candymann, llamada como su madre, nos dio las últimas noticias sobre el carnero: En estos momentos, es cuidado por una persona y se cuida muy mucho esta de tomar confianzas con el carnero. Pero, lo que sí es cierto es que, a pesar de la pena que le produce, el Señor Candymann no quiere saber nada de su carnero. Aunque, inevitablemente, a veces, pregunta a su familiar que tal le va.
L. Pelayo, Muelas del Pan y Moral de la Reina, Abril de 2022