Cuentos e historias de nuestra Tierra del Pan, Alba y Aliste V - Caravana a Riofrío de Aliste
(Muelas del Pan)
CARAVANA A RIOFRÍO DE ALISTE
(V)
La primavera había llegado y en el Bar La Parada querían tener un día de asueto, pues era de esos establecimientos que no descansan nunca. Una de las razones del descanso estribaba en que Morena Nieves estaba un poco pachucha por causa de ese polen de primavera que ataca a las gentes menuditas. Fuera por eso o por otras razones lo cierto es aquel día lo tomaron como descanso.
Era un sábado 19 de abril. Los árboles hacían reventar sus brotes y los rosales enseñaban ya el germen de sus futuras rosas en los jardines de la Glorieta del Descubrimiento. Aquel día Morena Nieves no fue al banco de la merienda donde solía ir con Pelorrizo. Ese día lo acompañaron Yénerie y su hermana Ludovika. Los tres se sentaron en el banco habitual de la plaza.
Estaban dando cuenta de sus bocatas con la alegría habitual que estos menesteres se hacen cuando, en el banco de al lado vieron una señorita con un traje elegantísimo del color de la bandera dominicana. Yénerie y Ludovika se sorprendieron en gran manera, no así Pelorrizo que ya estaba habituado al tema e intuyó que aquella tarde se le presentaba otra de sus aventuras.
Y así fue. Esta vez la dama no llevaba la varita, pero dio un golpe de manos, una palmada, y…¡Zassss! Ellos cerraron los ojos y se sintieron como aerotransportados. Notaban que el aire zumbaba en sus frentes y no podían abrir los ojos.
Esta misma palmada la sintieron Walter y Luisito que estaban limpiando la cuadra de la yegua negra y el caballo percherón. También al sonido cerraron los ojos y sintieron como volaban sin atreverse a abrir los ojos.
Instantes después todos los cinco estaban apoyados, como en fila india, sobre las protecciones del Malecón o quai de Vegalatrave, a pocos metros de la villa. El Embalse del Esla, en su ramal de la Ría de Río Aliste, estaba a rebosar y el oleaje batía de forma no tan suave contra las paredes del malecón. Todos estaban maravillados de aquel bravo pequeño mar que semejaba ser un fiord noruego.
Todos ellos, sin hablar entre sí, se percataron que de la parte de la villa se acercaba un tropel de gente con cinco hermosos caballos. Al frente de todos estaba el burgomaestre de Vegalatrave que, al llegar, saludó a todos muy cortésmente, aunque no pudo impedir su extrañeza al ver el color de algunos de los allegados. Dijo: “ Esta noche he tenido un sueño en el cual se me ha ordenado prestar los cinco caballos que la villa posee y que pertenecen a la guardia municipal. Sé que se dirigen a Riofrío de Aliste donde hoy mismo habrá una concentración de mujeres. Les presto los caballos para que se dirijan allí. De alguna manera me los harán volver”. Dicho esto retornó hacia la villa y les deseó un feliz viaje a Riofrío, no sin antes ayudar a todos a montarse en los corceles. Todos montaron a la escarranchola o a horcajadas menos Yéneríe que lo hizo a la sentada, pues tan grandes eran los asientos de los caballos que no hubiera podido hacerlo de otra manera. Y así se despidieron, dando las gracias por tan grande amabilidad y favor.
La comitiva se dirigió hacia Riofrío pasando por el lugar de Puercas de Aliste y, un rato después, por Abejera de Aliste. Cuando iban llegando a este pueblo notaron que les seguía una caravana de autobuses atartanados, algunas motos y mucha gente a pie. Como los caballos iban en formación frontal hicieron el ademán de colocarse en fila india, pero los seguidores les indicaron que siguieran como estaban.
Y así, sobre las once de la mañana, hacían su entrada en la muy noble y renombrada ciudad de Riofrío de Aliste. Allí estaba el alcalde con su séquito esperándoles en traje de pana gala. Hemos de decir que por otras entradas a la ciudad seguían llegando autobuses e infinidad de mujeres solteras.
Como el alcalde pensara que los de los caballos encabezaban la caravana, les rogó sentarse en la mesa presidencial mientras el resto se iban acomodando en las mesas preparadas al efecto para la fiesta y en cuyo centro se dejaba ver una estupenda pista de baile.
El alcalde dio a todos la bienvenida y deseó que tal acontecimiento fuera fructífero para todos. La razón de la fiesta era que habiendo hasta más de cien solteros en la pequeña ciudad y habiendo pocas mujeres en la misma, el ayuntamiento había organizado una “caravana de mujeres solteras” para que allí, pudieran encontrar su pareja.
Estando en esto, y ya al final del discurso, vino un mozo de muy bien ver y que era el cabrero de las cabras del común, se acercó al señor alcalde y le rogó si él también podría participar de la fiesta, ya que era soltero y quería encontrar su oportunidad. El alcalde le dio autorización para llevar las cabras al corral comunal y la venia para que pudiera asistir a la fiesta. El cabrero dio las gracias y por el rabillo del ojo se notó que miró con especial atención a Yénerie y, ella, dándose cuenta, se ruborizó un montón.
Llegó la hora de la comida, que era amenizada por tamboriles y dulzainas de las bandas de los pueblos de la redonda, y todos se pusieron a comer.
Para el conjunto de la gente había habilitado el concejo varios barriles de aceitunas negras, otros tantos de escabeche, algunas tortillas gigantes, vino en cantidad, más limonada, agua de la Sierra de la Culebra y varios barriles de cerveza.
Para la mesa presidencial, en la cual se encontraban nuestros amigos, había ensalada de los valles alistanos, algunas aceitunas para poder picar, escabeche para quien quisiera, rebanadas de chorizo, tortilla, morcillas de la localidad, hermosotes filetes de ternera alistana, vino de Toro y de los Arribes, gaseosa, limonada y agua de la Sierra de la Culebra.
Hemos de decir que antes de comenzar a comer el cura de la ciudad lanzó un discurso, bendiciendo la comida, y aseverando que aquel encuentro era para encontrar la media naranja y que no había que desvirtuarla desviándola hacia posiciones obscenas.
Dicho esto todos comieron cuanto quisieron y había. Pelorrizo se puso, lo que se dice, las botas. Yénerie comió no mucho, Ludovika pensó que por un día tampoco podía sentir mal viendo, sobretodo, esas carnes que no engordan. Walter y Luisito tampoco se quedaron atrás.
Ya cuando empezaban los bostezos, los dulzaineros y tamboriteros arrecieron su elenco de piezas y tocaron jotas alistanas, de Villaseco y Villalcampo, La Sanabresa, el bolero de Algodre y otras muchas más. La pista se llenó y todos se pusieron a bailar.
El mozo y hermoso cabrero tan pronto tuvo la oportunidad pidió baile a Yénerie; el hijo de alcalde bailó con Ludovika, Pelorrizo les contaba sus aventuras a las niñas de la localidad; Walter y Luisito dieron vueltas alrededor viendo el ambiente. Todo ello duró un buen rato y las parejas se iban afianzando. Como los dulzaineros y tamborileros también tenían que comer, se colocó un tocadiscos con altavoces y canciones melódicas de tal manera que la conversación y el roce se facilitase.
Iba cayendo la tarde y pronto asomó por allí la Dama Dominicana con su precioso vestido con los colores de la bandera. Se hizo notar y Ludovika, Yénerie, Pelorrizo, Walter y Luisito se acercaron a ella porque habían entendido que les llamaba.
La dama agradeció al alcalde de Riofrío de Aliste su cortesía y le rogó que los cinco caballos se los hiciese llegar al alcalde de Vegalatrave. Le rogó, asimismo, que no se molestase en acompañarlos, pues tenían otro medio de transporte para regresar.
Dicho esto se alejaron hasta perderse del tumulto y, dando una palmada, todos los niños desaparecieron. Walter y Luisito se encontraron de nuevo en la cuadra con las herramientas en la mano y que la estaban limpiando cuando oyeron la palmada. Se tocaron sus barrigas para constatar si lo que habían vivido era un sueño o era realidad. Notaron que sus panzas estaban llenas y dijeron: “Pues no ha estado mal”.
En la Glorieta del Descubrimiento se encontraron Ludovika, Yénerie y Pelorrizo sentados todos en el mismo banco, con sus bocatas en la mano, y la impresión de que habían tenido un sueño.
Por allí apareció la Mami y, al ver que no habían terminado el bocata se enfadó un tanto diciendo. Está visto que para que haya apetito hay que trabajar. No se os puede dar ni un día libre.
Quisieron explicarle que ya habían comido, pero ante el temor de que nos les creyese optaron por callar.
Se dirigieron a La Parada porque al día siguiente habría que reabrir y era necesario preparar algunas cosas.
Ellos, todos, estaban contentísimos de la experiencia vivida en Riofrío, especialmente Pelorrizo por haber montado tan hermoso caballo blanco y haber podido contar aventuras a las niñas del lugar.
Y aquí se acaba el cuento de hoy. Esperemos que la Dama, hada madrina de Morena Nieves nos brinde otro día la oportunidad de vivir más aventuras y deseamos que a Morena Nieves se le pase ese catarrillo primaveral.
Estulano