Cuentos e historias de nuestra Tierra del Pan, Alba y Aliste IV - La fuente fría
Cuento con origen : Muelas del Pan
LA FUENTE FRÍA
(IV)
Era uno de esos días en que ni es primavera ni finales del invierno. Cierto que la primavera cronológica había llegado, pues era un 22 de marzo y era el primer día de la estación de las flores. No en vano ya las acacias comenzaban a mostrar sus brotes y los almendros, que siempre son muy madrugadores, estaban desprendiendo ya sus flores. Los arroyuelos estaban henchidos de aguas cristalinas y las hierbas acuáticas flotaban en su discurrir a través del murmullo de la soledad de los campos. De vez en cuando por la carretera corrían ráfagas de viento y las nubes soltaban algún que otro chaparrón.
La verdad es que hacía un tiempo inquieto y cambiante, pero era el día 22 en que se celebraba la Feria de Fonfría, lugar éste en que hay una fuente de agua gélida, tanto en el buen tiempo como en el malo, de ahí que sus primeros pobladores, los que se asentaron junto a la fuente, lo llamaron el lugar de la Fuente Fría, posteriormente devino a llamarse Fonfría, donde cada mes se celebra una feria de ganado, de telas, de zapateros, de hortelanos, de cacharreros o alfareros y también vienen saltimbanquis, gentes de teatro, predicadores y mirones en general.
Pues, Walter y Luisito, que habían pedido permiso a sus padres para ir a la feria, se encontraban a medio camino en una casilla de peones camineros que la llaman de Cotama y allí mismo les sorprendió un formidable chaparrón. Se refugiaron en la casilla, que era la casa del peón caminero cuyo trabajo consistía en arreglar la carretera en un tramo bastante dilatado. Durante el tiempo en que duró el chaparrón la señora de la casa y el propio caminero les ofrecieron unas sillas, un poco de chorizo para que pudieran proseguir el camino y un poco de jariguay para calmar la sed.
Entretanto, allá en la urbe de Pucela era otro día y Pelorrizo junto con su hermana Morena Nieves, estaban esperando la hora de merendar para hacerlo, como siempre, en la Glorieta del Descubrimiento. Aquel día sus papás habían salido de viaje y el bocata se lo preparó una tía de ambos. Así que se fueron a la Glorieta. Hacía un día, pues de esos que hace en marzo, lo que se dice un poco chungo. Unas veces llovía, otras hacía sol y otras chaparroneaba. Cuando estaban merendando en su banco habitual, vino una ráfaga acompañada de hojas sueltas de los sauces llorones y cerraron los ojos. Cuando la ráfaga pasó y de nuevo los abrieron, vieron sentada, en su mismo banco una dama de ojos azules y muy bien vestida. Saludó a Morena Nieves y a Pelorrizo. Morena Nieves enseguida se percató de que se trataba de su hada madrina por la forma de mirar y que se le había presentado en múltiples ocasiones de diversas formas. Después del saludo les dijo: “ ¿queréis hoy mismo vivir otra aventura?” . Ni que decir tiene que los niños se sintieron muy contentos y asintieron. Bien, dijo, y moviendo su varita mágica en el aire, ¡Zassss…! Se vieron transportados a un lugar donde había una casilla de camineros llamada Cotama, en cuyo momento Walter y Luisito se estaban disponiendo a montar en sus cabalgaduras, una yegua negra y un caballo apercheronado de gran porte. Al verse entre sí todos se reconocieron y se saludaron con gran alegría. Como todos querían ir a la feria les invitaron a montarse cada uno acompañado del otro. A Morena nieves le tocó montarse en las ancas de la yegua negra y a Pelorrizo en las ancas del percherón. Era bastante antes de media mañana y la villa de Cerezal de Aliste quedaba a un paso a un lado de la carretera. Había bastante gente del pueblo que también iba a la feria y se unieron todos haciéndose un grupo de caminantes y cabalgantes que con chascarrillos y hablares se les hizo a todos más corto el camino. El tiempo se apaciguó y salió en sol que hasta casi molestaba. Todos los cerezalinos estaban asombrados del color de piel que presentaban Pelorrizo y Morenanieves, pues aunque habían ido a la escuela y habían leído que había gentes de diferente color a ellos no los habían visto nunca hasta ese momento. Hubo algunos, mas por curiosidad que por otra cosa, que les ofrecieron chorizo y queso de cabra y oveja y así se acercaban a ellos y les hacían preguntas. Pelorrizo, que era muy dicharachero, les contaba más de lo que le preguntaban. Morena Nieves solamente les respondía que ella iba a la feria porque quería conseguir comprar un vestido blanco para más así hacer resaltar su belleza de princesa.
Entre todos estos hablares, y como aquel que dice, en un tris, se encontraron en Fonfría donde se toparon con muchas vacas, burros pelones, cerdos, corderos, cabras y ya con muchísimos tenderetes de los diferentes feriantes montados. Morena Nieves y Pelorrizo tenían sed, pues el aire marceño del camino les había secado un poco las gargantas. También a Walter y Luisito, por lo que decidieron beber agua de la Fuente Fría, que en realidad estaba gélida. Bebieron y quedaron satisfechos. Pero en la piloncha por bajo de la fuente había un animal acuático que los miraba con ojos saltones, era una rana y Morena Nieves se asustó, y mucho más cuando dicho animal decía: “kvak, cra, kvak, cra”, que por lo visto es una forma de saludar de dichos animales según su lenguaje y con independencia de la hora que sea. Los demás, al ver el susto de Morena Nieves le dijeron que no tuviera miedo, que sólo era una rana amiga. Y ella se apaciguó.
Todo el mundo les preguntaban que de dónde venían y que iban a hacer allí. Ellos respondían que de Pucela, pero que antes de más lejos, de un país muy lejano que ellos no conocían. Pelorrizo decía que quería comprar un tostón y ella que quería comprar un vestido blanco.
Había por allí un sirviente del conde de Paradela, una pequeña ciudad portuguesa a poco más de legua y media de distancia, que escuchaba la conversación y se dio cuenta de que había una historia de tiempos remotos en la que se decía que una princesa mora color de aceituna vendría algún día por los contornos de las tierras del condado buscando un príncipe que le regalase un vestido blanco.
Tenemos que decir que este conde era uno de los descendientes de Lucía, una de las tres cristianas cautivas que un día una reina mora las cautivó en la Fuente Fría , pero que el buen rey moro de allí las sacó y a su mismo padre se las entregó por lo que adquirieron rango de nobleza.
El sirviente fue a Paradela y comunicó al conde lo visto. Éste, que recordaba muy bien la historia de las tres cautivas, mandó a una sirvienta que fuese al arca de la alcoba que estaba junto al dormitorio principal y sacase de ella y lo trajera un vestido blanco alcanforado de tiempos de su antepasada Lucía porque la verdadera dueña del vestido estaba en Fonfría y había que entregárselo. Ajaezaron sus caballos y poco rato después el conde, un joven de ojos azules y pelo rubio, junto con su séquito, se allegó hasta donde estaba Morena Nieves rodeada de multitud de curiosos. El conde se apeó de su caballo y, con las ceremonias debidas que son propias de la nobleza, le entregó un maletín en el cual estaba el vestido blanco y le rogó que lo guardara como oro en paño para el día de su boda en la cual, el conde, esperaba estar presente. Dicho esto se despidió de Morena Nieves con los mismos respetos y reverencias y regresó a su condado de Paradela a sabiendas de que había dado cumplimiento a una leyenda de siglos.
Morena Nieves se aferró a su maletín y estaba deseando regresar a Pucela para estrenarlo y ver como le sentaba. Hay que decir que este vestido estaba elaborado de un paño especial que se adaptaba a cualquier cuerpo de princesa tanto a lo ancho como a lo largo por lo que, cuando Morena Nieves lo estrenara, le quedaría como fundido.
Entretanto Pelorrizo se había ido a la sección de los marranos y se fijó en un tostón de tres semanas que era blanco con rayas marrones. Le gustó y quiso comprarlo, pero no tenía dinero. El marranero al ver la aflicción del pobre chico le preguntó por la causa y Pelorrizo se la aclaró. Este feriante en marranos era de la Villa de Alcañices y ese mismo día, antes de salir de allí, como era su costumbre, había ido a rezar a la virgen de la Villa, que es una de las siete Hermanas de la Frontera, y le pareció percibir que la virgen le había dicho que ese mismo día tendría que hacer como regalo un cerdito en la feria de Fonfría. Se había olvidado, pero al ver a Pelorrizo se dio cuenta de que allí tenía que cumplir. Metió el cerdito en un cajón de madera y se lo entregó a Pelorrizo diciéndole: “yo ya he cumplido, ahora haz tú lo que según tu conciencia te dicte”.
Dio las gracias y prometió que nunca olvidaría tal regalo ni el nombre de las Siete Hermanas de la Frontera. Acompañado de Walter y Luisito fueron a buscar a Morena Nieves a la cual encontraron enseguida al ver el tumulto de gente. Junto a ella esta el hada madrina vestida de pastora que indicó a los cuatro que era hora de regresar.
La gente les seguía, pero la pastora, haciendo un gesto bondadoso, pero autoritario, les hizo pararse y así siguieron hasta las afueras del pueblo donde estaban los caballos de Walter y Luisito. La pastora les indicó que regresaran ya hacia su pueblo, pues si no la noche les sorprendería. Lo que hicieron cual si de una orden se tratara.
Ya perdidos de vista, la pastora utilizó su varita mágica y ¡Zaassss! Retrotransportó a Morena Nieves y Pelorrizo a la Glorieta del Descubrimiento junto al banco de donde habían partido. Ella con su maletín del precioso vestido blanco y él con caja de madera en la cual se encontraba en marranito blanco con estrías marrones.
Antes de que pasaran dos minutos vino a buscarlos la tía de ambos y les abroncó porque aún no habían acabado de merendar. Ellos quisieron explicarle lo acontecido, pero la tía estaba un poco enfadada y no se avenía a razones. Les dio tiempo de coger el maletín y la caja. Cuando la tía escuchó gruñir se enfadó lo suyo.
Todo ello lo llevaron al Bar la Parada. El marranito lo escondieron en el piso de arriba y el maletín en un rincón de la cocina hasta que vinieran sus padres que se habían ido de fin de semana.
No hemos vuelto a ver a Pelorrizo ni a Morena Nieves y no sabemos qué ha pasado con el tostón ni con el vestido. Cuando los veamos ya les preguntaremos.
(IV)
Era uno de esos días en que ni es primavera ni finales del invierno. Cierto que la primavera cronológica había llegado, pues era un 22 de marzo y era el primer día de la estación de las flores. No en vano ya las acacias comenzaban a mostrar sus brotes y los almendros, que siempre son muy madrugadores, estaban desprendiendo ya sus flores. Los arroyuelos estaban henchidos de aguas cristalinas y las hierbas acuáticas flotaban en su discurrir a través del murmullo de la soledad de los campos. De vez en cuando por la carretera corrían ráfagas de viento y las nubes soltaban algún que otro chaparrón.
La verdad es que hacía un tiempo inquieto y cambiante, pero era el día 22 en que se celebraba la Feria de Fonfría, lugar éste en que hay una fuente de agua gélida, tanto en el buen tiempo como en el malo, de ahí que sus primeros pobladores, los que se asentaron junto a la fuente, lo llamaron el lugar de la Fuente Fría, posteriormente devino a llamarse Fonfría, donde cada mes se celebra una feria de ganado, de telas, de zapateros, de hortelanos, de cacharreros o alfareros y también vienen saltimbanquis, gentes de teatro, predicadores y mirones en general.
Pues, Walter y Luisito, que habían pedido permiso a sus padres para ir a la feria, se encontraban a medio camino en una casilla de peones camineros que la llaman de Cotama y allí mismo les sorprendió un formidable chaparrón. Se refugiaron en la casilla, que era la casa del peón caminero cuyo trabajo consistía en arreglar la carretera en un tramo bastante dilatado. Durante el tiempo en que duró el chaparrón la señora de la casa y el propio caminero les ofrecieron unas sillas, un poco de chorizo para que pudieran proseguir el camino y un poco de jariguay para calmar la sed.
Entretanto, allá en la urbe de Pucela era otro día y Pelorrizo junto con su hermana Morena Nieves, estaban esperando la hora de merendar para hacerlo, como siempre, en la Glorieta del Descubrimiento. Aquel día sus papás habían salido de viaje y el bocata se lo preparó una tía de ambos. Así que se fueron a la Glorieta. Hacía un día, pues de esos que hace en marzo, lo que se dice un poco chungo. Unas veces llovía, otras hacía sol y otras chaparroneaba. Cuando estaban merendando en su banco habitual, vino una ráfaga acompañada de hojas sueltas de los sauces llorones y cerraron los ojos. Cuando la ráfaga pasó y de nuevo los abrieron, vieron sentada, en su mismo banco una dama de ojos azules y muy bien vestida. Saludó a Morena Nieves y a Pelorrizo. Morena Nieves enseguida se percató de que se trataba de su hada madrina por la forma de mirar y que se le había presentado en múltiples ocasiones de diversas formas. Después del saludo les dijo: “ ¿queréis hoy mismo vivir otra aventura?” . Ni que decir tiene que los niños se sintieron muy contentos y asintieron. Bien, dijo, y moviendo su varita mágica en el aire, ¡Zassss…! Se vieron transportados a un lugar donde había una casilla de camineros llamada Cotama, en cuyo momento Walter y Luisito se estaban disponiendo a montar en sus cabalgaduras, una yegua negra y un caballo apercheronado de gran porte. Al verse entre sí todos se reconocieron y se saludaron con gran alegría. Como todos querían ir a la feria les invitaron a montarse cada uno acompañado del otro. A Morena nieves le tocó montarse en las ancas de la yegua negra y a Pelorrizo en las ancas del percherón. Era bastante antes de media mañana y la villa de Cerezal de Aliste quedaba a un paso a un lado de la carretera. Había bastante gente del pueblo que también iba a la feria y se unieron todos haciéndose un grupo de caminantes y cabalgantes que con chascarrillos y hablares se les hizo a todos más corto el camino. El tiempo se apaciguó y salió en sol que hasta casi molestaba. Todos los cerezalinos estaban asombrados del color de piel que presentaban Pelorrizo y Morenanieves, pues aunque habían ido a la escuela y habían leído que había gentes de diferente color a ellos no los habían visto nunca hasta ese momento. Hubo algunos, mas por curiosidad que por otra cosa, que les ofrecieron chorizo y queso de cabra y oveja y así se acercaban a ellos y les hacían preguntas. Pelorrizo, que era muy dicharachero, les contaba más de lo que le preguntaban. Morena Nieves solamente les respondía que ella iba a la feria porque quería conseguir comprar un vestido blanco para más así hacer resaltar su belleza de princesa.
Entre todos estos hablares, y como aquel que dice, en un tris, se encontraron en Fonfría donde se toparon con muchas vacas, burros pelones, cerdos, corderos, cabras y ya con muchísimos tenderetes de los diferentes feriantes montados. Morena Nieves y Pelorrizo tenían sed, pues el aire marceño del camino les había secado un poco las gargantas. También a Walter y Luisito, por lo que decidieron beber agua de la Fuente Fría, que en realidad estaba gélida. Bebieron y quedaron satisfechos. Pero en la piloncha por bajo de la fuente había un animal acuático que los miraba con ojos saltones, era una rana y Morena Nieves se asustó, y mucho más cuando dicho animal decía: “kvak, cra, kvak, cra”, que por lo visto es una forma de saludar de dichos animales según su lenguaje y con independencia de la hora que sea. Los demás, al ver el susto de Morena Nieves le dijeron que no tuviera miedo, que sólo era una rana amiga. Y ella se apaciguó.
Todo el mundo les preguntaban que de dónde venían y que iban a hacer allí. Ellos respondían que de Pucela, pero que antes de más lejos, de un país muy lejano que ellos no conocían. Pelorrizo decía que quería comprar un tostón y ella que quería comprar un vestido blanco.
Había por allí un sirviente del conde de Paradela, una pequeña ciudad portuguesa a poco más de legua y media de distancia, que escuchaba la conversación y se dio cuenta de que había una historia de tiempos remotos en la que se decía que una princesa mora color de aceituna vendría algún día por los contornos de las tierras del condado buscando un príncipe que le regalase un vestido blanco.
Tenemos que decir que este conde era uno de los descendientes de Lucía, una de las tres cristianas cautivas que un día una reina mora las cautivó en la Fuente Fría , pero que el buen rey moro de allí las sacó y a su mismo padre se las entregó por lo que adquirieron rango de nobleza.
El sirviente fue a Paradela y comunicó al conde lo visto. Éste, que recordaba muy bien la historia de las tres cautivas, mandó a una sirvienta que fuese al arca de la alcoba que estaba junto al dormitorio principal y sacase de ella y lo trajera un vestido blanco alcanforado de tiempos de su antepasada Lucía porque la verdadera dueña del vestido estaba en Fonfría y había que entregárselo. Ajaezaron sus caballos y poco rato después el conde, un joven de ojos azules y pelo rubio, junto con su séquito, se allegó hasta donde estaba Morena Nieves rodeada de multitud de curiosos. El conde se apeó de su caballo y, con las ceremonias debidas que son propias de la nobleza, le entregó un maletín en el cual estaba el vestido blanco y le rogó que lo guardara como oro en paño para el día de su boda en la cual, el conde, esperaba estar presente. Dicho esto se despidió de Morena Nieves con los mismos respetos y reverencias y regresó a su condado de Paradela a sabiendas de que había dado cumplimiento a una leyenda de siglos.
Morena Nieves se aferró a su maletín y estaba deseando regresar a Pucela para estrenarlo y ver como le sentaba. Hay que decir que este vestido estaba elaborado de un paño especial que se adaptaba a cualquier cuerpo de princesa tanto a lo ancho como a lo largo por lo que, cuando Morena Nieves lo estrenara, le quedaría como fundido.
Entretanto Pelorrizo se había ido a la sección de los marranos y se fijó en un tostón de tres semanas que era blanco con rayas marrones. Le gustó y quiso comprarlo, pero no tenía dinero. El marranero al ver la aflicción del pobre chico le preguntó por la causa y Pelorrizo se la aclaró. Este feriante en marranos era de la Villa de Alcañices y ese mismo día, antes de salir de allí, como era su costumbre, había ido a rezar a la virgen de la Villa, que es una de las siete Hermanas de la Frontera, y le pareció percibir que la virgen le había dicho que ese mismo día tendría que hacer como regalo un cerdito en la feria de Fonfría. Se había olvidado, pero al ver a Pelorrizo se dio cuenta de que allí tenía que cumplir. Metió el cerdito en un cajón de madera y se lo entregó a Pelorrizo diciéndole: “yo ya he cumplido, ahora haz tú lo que según tu conciencia te dicte”.
Dio las gracias y prometió que nunca olvidaría tal regalo ni el nombre de las Siete Hermanas de la Frontera. Acompañado de Walter y Luisito fueron a buscar a Morena Nieves a la cual encontraron enseguida al ver el tumulto de gente. Junto a ella esta el hada madrina vestida de pastora que indicó a los cuatro que era hora de regresar.
La gente les seguía, pero la pastora, haciendo un gesto bondadoso, pero autoritario, les hizo pararse y así siguieron hasta las afueras del pueblo donde estaban los caballos de Walter y Luisito. La pastora les indicó que regresaran ya hacia su pueblo, pues si no la noche les sorprendería. Lo que hicieron cual si de una orden se tratara.
Ya perdidos de vista, la pastora utilizó su varita mágica y ¡Zaassss! Retrotransportó a Morena Nieves y Pelorrizo a la Glorieta del Descubrimiento junto al banco de donde habían partido. Ella con su maletín del precioso vestido blanco y él con caja de madera en la cual se encontraba en marranito blanco con estrías marrones.
Antes de que pasaran dos minutos vino a buscarlos la tía de ambos y les abroncó porque aún no habían acabado de merendar. Ellos quisieron explicarle lo acontecido, pero la tía estaba un poco enfadada y no se avenía a razones. Les dio tiempo de coger el maletín y la caja. Cuando la tía escuchó gruñir se enfadó lo suyo.
Todo ello lo llevaron al Bar la Parada. El marranito lo escondieron en el piso de arriba y el maletín en un rincón de la cocina hasta que vinieran sus padres que se habían ido de fin de semana.
No hemos vuelto a ver a Pelorrizo ni a Morena Nieves y no sabemos qué ha pasado con el tostón ni con el vestido. Cuando los veamos ya les preguntaremos.
Estulano