Cuentos e historias de nuestra Tierra del Pan, Alba y Aliste VIII - Visita al Castillo de Alba
Cuento con origen : Muelas del Pan
Han pasado muchos años desde que Morena Nieves y Pelorrizo anduviesen por estas tierras. Ellos se han hecho mayores, pero otros niños han venido. La Plaza del Descubrimiento sigue siendo donde, de tarde en tarde, aparece el hada madrina de los niños de nuestros cuentos y que es la protectora del barrio.
Un día, antes de que llegara la maldita pandemia del Coronavirus, estaban jugando en la Plaza Toño Domcóes, un niño de origen iberoamericano nacido en España. También estaban allí unos niños hispanoalemanes que habían venido desde Alemania a pasar las vacaciones de Semana Santa con sus abuelos. Estos niños se llamaban: Max Alensxanderberg, Leonie Bentermann y Luis Paul von Westfalen. Todos ellos eran compañeros de la misma guardería. También estaban unos amigos suyos vecinos de la provincia de Valladolid. El mayor se llamaba Emilio de Arroyoseco, otra niña llamada Elvira de Toro y otro más pequeño llamado Arturo de la Table. Todos ellos jugaban alegremente en la Plaza sin pensar que les sucedería una gran aventura... Las madres de los niños los vigilaban desde la cercanía y parloteaban entre ellas sin darse cuenta que el tiempo podía pasar sin moverse y que no se percatarían de una ausencia momentánea. En esto, llegó un microbús como por arte de birlibirloque y se paró ante ellos. El hada madrina dijo con voz cariñosa, pero autoritaria: “¡Ea, niños, que nos vamos de excursión! ¡Todos al autobús!”. El hada madrina se sentó al volante y el autobús se puso en marcha sin que sus ruedas ni motor hiciesen el menor ruido y ya con todos los niños y niñas dentro.
Unos instantes después estaban en la Plaza Mayor de Muelas del Pan, donde las personas mayores que dirigirían la excursión estaban esperando. Allí estaba el Doctor Bentermann, que era el responsable de seguridad, sanidad y guía que explicaría los detalles de la excursión. Era políglota, hablaba varios idiomas aparte del alemán, español y esperanto. Conocía bien su misión; parecía severo, pero en realidad era una persona extremadamente amable y segura de sus actos. Todos los niños sintieron de inmediato un gran respeto y admiración por él y se predispusieron a guardar disciplina y atención. También estaba la guardesa, Dona Mayte Pelaydián, licenciada en Ciencias Físicas pero que, para la ocasión hacia, como si dijéramos de Tagesmutter o Guardesa. La choferesa, es decir, el hada madrina, dijo: ya estamos todos. De momento iremos a visitar los burritos de raza Zamorano-leonesa de Villalcampo. Se pusieron en marcha y en un instante el autobús se puso en las eras del pueblo donde había una feria de burros en los cuales se podían montar los niños y personas mayores. Todos se montaron cada uno en un burro. El Doctor Bentermann a la cabeza, la guardesa a la cola y el responsable de la feria de los asnos en el lateral. Tenían que dar un paseo hasta la parte arriba de las eras. Después el alcalde del pueblo les invitaría a un refresco con aceitunas sevillanas. Todos los señoritos parecían caballeros montantes. Toño Domcóes, Max, Luis Paul, Leonie, Emilio, Elvira y Artur se lo estaban pasando en grande. No menos disfrutaban el Doctor Bentermann y la Sra. Mayte Pelaydián. Las gentes de Villalcampo los contemplaban y se alegraban mucho de que gentes forasteras disfrutasen de sus animales y costumbres. La verdad es que la comitiva de burros alrededor de las eras de Villalcampo era un auténtico espectáculo. Mientras los burros desfilaban la banda de músicos local “Los Campusinos” tocaban aires locales que hacían el encanto de propios y extraños.
Al final del paseo habían preparado unas mesas y allí estaba el alcalde de la villa con su concejal de festejos que les soltó un discurso y les habló de lo buenos que eran los burros y para lo que siempre habían servido. Acto seguido, el refresco, y todos los niños se lanzaron como leones. Otros niños de otra excursión, hicieron lo mismo. Los otros niños venían de Galicia y su madrina era una Meiga de Monforte de Lemos que conducía un autobús amarillo.
La Meiga de Monforte, al igual que la Meiga o hada Madrina de Valladolid estuvieron junto al alcalde y el Concejal de Festejos en la entrega de réplicas de asnos de la raza zamorano-leonesa que le entregaron a cada niño. A las hadas madrinas les entregaron una réplica de mayor tamaño. En contrapartida el alcalde de Villalcampo recibió una estampa del Conde de Lemos, padrino de Cervantes y la de Valladolid le entregó una réplica de la estatua en miniatura que Cervantes tiene en la Plaza de la Universidad de Valladolid. Al final del acto la banda de “los Campusinos” tocaron “El Bolero de Algodre” que emocionó a todos los presentes.
Una vez acabada la ceremonia y parabienes, el hada madrina dijo a los niños “¡Ea, al autobús!” y ella, como choferesa y ya todos dentro, se dirigió a través de los campos hasta la llamada “Fabrica” por los campusinos, que no eran otras personas que las gentes de Villalcampo y la fábrica un antiguo molino que llamaban “Molino de Corcovado o Venta de los Huevos junto a la vecina aldea de Bermillo del Alba. Una vez llegados se enfilaron a la Nacional 122 y se allegaron hasta la Fuente Fría que se encontraba en un pueblo llamado Fonfría. Una vez en la Fuente Fría el hada arrugó el autobús para hacer sitio y los niños se dirigieron a la fuente. Allí había toda clases de peces de colores; ranas verdes, de verde mate, renacuajos, carpas de colores, sardas de las antiguas del embalse, bogas y hasta sanguijuelas por si había alguien con una herida mala para que le chupara la sangre. Todos los niños metían la mano y querían hacerse con los renacuajos, pero el alguacil del pueblo estaba allí con una vara y les permitía ver pero no hacer. Todos los niños lo aceptaban, mas de mala gana Toño Domcoés , Luis Paul y Aturo que, a toda costa, querían coger renacuajos. Pero, amigo, estaba allí el señor de la vara. Tuvieron que resignarse y aguantar. El hada madrina, para que se calmaran, les trajo un helado de pirulí para cada uno de ellos y les permitió que se lavaran las manos y los berretes después de haber chupado el helado.
Después de haberse solazado todos un poco montaron todos en el autobús para dirigirse al Castillo de Alba en cuya aldea hay un castillo en ruinas que fue propiedad de los Condes de Alba y Aliste. No tardaron en llegar y pudieron comprobar que era una aldea muy bonita, las ruinas del castillo imponentes y la vista del brazo del Embalse del Esla que ocupaba el valle del río Aliste maravillosa. Aquello parecía un mar con todas las pasarelas de que estaba dotado: la Pasarela de Muga de Alba, la de Losacino, el Puente de Vide. Aquello parecía un fiordo bordeado de encinas y jarales rebosantes de flores blancas. Todo estaba muy bonito, pero había que visitar el castillo y escuchar el habla del viento que siempre iba acompañada de historias y palabras.
El hada los llevó a todos hasta allí y les permitió que hicieran una pregunta en algunos de los huecos del castillo por donde entraba el aire. Las personas mayores estaban exentas de tal menester. Empezó haciendo una pregunta Emilio Arroyoseco y planteó quienes eran los Conde de Alba y Aliste. La respuesta del viento fue la siguiente;
Eran gestes importantes
De los que mandaban antes
Y aunque, parece sencillo,
Eran dueños del Castillo,
Por defenderlo, a veces,
Lucharon con portugueses.
El hada dijo, a ver el siguiente. Y no era él, sino la, pues le tocaba el turno a Elvira de Toro. Se acerco al agujero y preguntó:
¿Qué dijo la gente aquella
De las chicas y doncellas.
¿Acaso las maltrataban
o quizás abandonaban?
Les enseñaron esgrima,
Tuvieron hada madrina
Y si hubo impertinentes
¡Se les rompieron los dientes!
A ver el siguiente, que correspondía a Antonio Domcóes, el cual preguntó tan pronto estuvo ante el agujero donde corría el viento y dijo:
¿Hubo aquí algún dominicano? Y el viento le respondió al instante y sin dudar de forma segura y rápida:
En los tiempo del arcano
Hubo aquí un dominicano
Que de muy buena mañana
Se comía las bananas
A pares con ambas manos.
Era moreno y bailón,
De los Condes atracción
Y amigo de castellanos.
A ver, el siguiente, dijo el hada madrina, que se nos viene la noche encima y el viento se va a arroncar. Y pasó Max Alexanderberg y preguntó:
¿En aquella época había aquí dinosaurios u otros animales y bichitos de la prehistoria y se comían a los humanos? Contestó el viento:
En los tiempos del castillo
Ya no había esos bichillos;
Sólo estaba el ser humano
Acompañado por lobos,
Ovejas como terceros,
Y comían los corderos
Y raposos como antaño.
El siguiente, mandó el hada madrina, y le toco el turno al señorito Arturo de la Table quién preguntó:
Yo me apellido “de la Table”, ¿Por un casual, había aquí una mesa redonda de piedra? ¿Qué pasó con ella? El viento respondió: En efecto:
En los tiempos del arcano
Abundaban los enanos
Y bailaban en la mesa,
Mas un día se inclinaron
Y junto con ella rodaron,
Y allá en el fondo quieta
Quedó, sobre los enanos,
Que se murieron ahogados
Y nunca más regresaron.
A ver, que se nos va el día y aún quedan dos por preguntar. Las personas mayores y responsables no pueden preguntar. Y vino Inés Bentermann que preguntó:
Óyeme, tú que eres viento:
¿Es cierto que eres violento?
Nunca lo he sido, ¡Pardiez!
Sólo tumbo la idiotez
Cuando el hombre no es atento
Por ahorrarse los cimientos,
Y a veces alguna miés.
Por eso estate tranquila
Porque defiendo la vida.
Y ya le llegó el turno al más pequeño de todos que era el niño Luis Paul von Westfalen quien preguntó como balbuceando, pues todavía no hablaba muy bien: ¡Oye viento tú estás siempre allí? – El viento respondió.
Nunca me alejé de allí,
Siempre me veras aquí.
Y si me buscas allá
También me verás acá.
Si subes a la colina
Sentirás mi brisa fina,
Y si desciendes al valle
Siempre te besará el aire.
Todavía dieron una vuelta por los alrededores del Castillo de Alba que esta ya todo muy en ruinas, pero que guardaba el aspecto señorial de una antigua fortaleza. El alcalde de Losacino de Alba les hizo entrega de una leyenda del castillo que el hada madrina guardó en su avantal para, algún día, leérsela a los niños. Se despidieron del alcalde y les dijeron que estaban muy contentos todos por las respuestas del viento.
El autobús enfiló directamente hacia la Nacional 122 y, a continuación a la autovía de Valladolid y en unos instantes se plantaron en la Glorieta del Descubrimiento. Allí se bajaron todos. El autobús lo plegó el hada madrina y lo metió en un bolsillo y desapareció dejando a todos los niños, a la Guardesa y al Doctor en el lugar donde los habían recogido. El Doctor Bentermann y la Guardesa Pelaydián le habían pedido que los dejase en Valladolid. El reloj marcaba la misma hora que cuando partieron y las mamás no se enteraron de la aventura que habían vivido los niños, salvo cuando llegaron a casa y ellos se la contaron. Cada mamá dijo: ¡Hay que ver qué imaginación tienes! pero, cuando les enseñaron la réplica del borriquito, empezaron a dudar si sería verdad, pues los otros niños también la tenían y ellas no habían visto a nadie que se las diera. La que menos se lo creyó de todas fue la mamá de Toño Domcóes.
Un día, antes de que llegara la maldita pandemia del Coronavirus, estaban jugando en la Plaza Toño Domcóes, un niño de origen iberoamericano nacido en España. También estaban allí unos niños hispanoalemanes que habían venido desde Alemania a pasar las vacaciones de Semana Santa con sus abuelos. Estos niños se llamaban: Max Alensxanderberg, Leonie Bentermann y Luis Paul von Westfalen. Todos ellos eran compañeros de la misma guardería. También estaban unos amigos suyos vecinos de la provincia de Valladolid. El mayor se llamaba Emilio de Arroyoseco, otra niña llamada Elvira de Toro y otro más pequeño llamado Arturo de la Table. Todos ellos jugaban alegremente en la Plaza sin pensar que les sucedería una gran aventura... Las madres de los niños los vigilaban desde la cercanía y parloteaban entre ellas sin darse cuenta que el tiempo podía pasar sin moverse y que no se percatarían de una ausencia momentánea. En esto, llegó un microbús como por arte de birlibirloque y se paró ante ellos. El hada madrina dijo con voz cariñosa, pero autoritaria: “¡Ea, niños, que nos vamos de excursión! ¡Todos al autobús!”. El hada madrina se sentó al volante y el autobús se puso en marcha sin que sus ruedas ni motor hiciesen el menor ruido y ya con todos los niños y niñas dentro.
Unos instantes después estaban en la Plaza Mayor de Muelas del Pan, donde las personas mayores que dirigirían la excursión estaban esperando. Allí estaba el Doctor Bentermann, que era el responsable de seguridad, sanidad y guía que explicaría los detalles de la excursión. Era políglota, hablaba varios idiomas aparte del alemán, español y esperanto. Conocía bien su misión; parecía severo, pero en realidad era una persona extremadamente amable y segura de sus actos. Todos los niños sintieron de inmediato un gran respeto y admiración por él y se predispusieron a guardar disciplina y atención. También estaba la guardesa, Dona Mayte Pelaydián, licenciada en Ciencias Físicas pero que, para la ocasión hacia, como si dijéramos de Tagesmutter o Guardesa. La choferesa, es decir, el hada madrina, dijo: ya estamos todos. De momento iremos a visitar los burritos de raza Zamorano-leonesa de Villalcampo. Se pusieron en marcha y en un instante el autobús se puso en las eras del pueblo donde había una feria de burros en los cuales se podían montar los niños y personas mayores. Todos se montaron cada uno en un burro. El Doctor Bentermann a la cabeza, la guardesa a la cola y el responsable de la feria de los asnos en el lateral. Tenían que dar un paseo hasta la parte arriba de las eras. Después el alcalde del pueblo les invitaría a un refresco con aceitunas sevillanas. Todos los señoritos parecían caballeros montantes. Toño Domcóes, Max, Luis Paul, Leonie, Emilio, Elvira y Artur se lo estaban pasando en grande. No menos disfrutaban el Doctor Bentermann y la Sra. Mayte Pelaydián. Las gentes de Villalcampo los contemplaban y se alegraban mucho de que gentes forasteras disfrutasen de sus animales y costumbres. La verdad es que la comitiva de burros alrededor de las eras de Villalcampo era un auténtico espectáculo. Mientras los burros desfilaban la banda de músicos local “Los Campusinos” tocaban aires locales que hacían el encanto de propios y extraños.
Al final del paseo habían preparado unas mesas y allí estaba el alcalde de la villa con su concejal de festejos que les soltó un discurso y les habló de lo buenos que eran los burros y para lo que siempre habían servido. Acto seguido, el refresco, y todos los niños se lanzaron como leones. Otros niños de otra excursión, hicieron lo mismo. Los otros niños venían de Galicia y su madrina era una Meiga de Monforte de Lemos que conducía un autobús amarillo.
La Meiga de Monforte, al igual que la Meiga o hada Madrina de Valladolid estuvieron junto al alcalde y el Concejal de Festejos en la entrega de réplicas de asnos de la raza zamorano-leonesa que le entregaron a cada niño. A las hadas madrinas les entregaron una réplica de mayor tamaño. En contrapartida el alcalde de Villalcampo recibió una estampa del Conde de Lemos, padrino de Cervantes y la de Valladolid le entregó una réplica de la estatua en miniatura que Cervantes tiene en la Plaza de la Universidad de Valladolid. Al final del acto la banda de “los Campusinos” tocaron “El Bolero de Algodre” que emocionó a todos los presentes.
Una vez acabada la ceremonia y parabienes, el hada madrina dijo a los niños “¡Ea, al autobús!” y ella, como choferesa y ya todos dentro, se dirigió a través de los campos hasta la llamada “Fabrica” por los campusinos, que no eran otras personas que las gentes de Villalcampo y la fábrica un antiguo molino que llamaban “Molino de Corcovado o Venta de los Huevos junto a la vecina aldea de Bermillo del Alba. Una vez llegados se enfilaron a la Nacional 122 y se allegaron hasta la Fuente Fría que se encontraba en un pueblo llamado Fonfría. Una vez en la Fuente Fría el hada arrugó el autobús para hacer sitio y los niños se dirigieron a la fuente. Allí había toda clases de peces de colores; ranas verdes, de verde mate, renacuajos, carpas de colores, sardas de las antiguas del embalse, bogas y hasta sanguijuelas por si había alguien con una herida mala para que le chupara la sangre. Todos los niños metían la mano y querían hacerse con los renacuajos, pero el alguacil del pueblo estaba allí con una vara y les permitía ver pero no hacer. Todos los niños lo aceptaban, mas de mala gana Toño Domcoés , Luis Paul y Aturo que, a toda costa, querían coger renacuajos. Pero, amigo, estaba allí el señor de la vara. Tuvieron que resignarse y aguantar. El hada madrina, para que se calmaran, les trajo un helado de pirulí para cada uno de ellos y les permitió que se lavaran las manos y los berretes después de haber chupado el helado.
Después de haberse solazado todos un poco montaron todos en el autobús para dirigirse al Castillo de Alba en cuya aldea hay un castillo en ruinas que fue propiedad de los Condes de Alba y Aliste. No tardaron en llegar y pudieron comprobar que era una aldea muy bonita, las ruinas del castillo imponentes y la vista del brazo del Embalse del Esla que ocupaba el valle del río Aliste maravillosa. Aquello parecía un mar con todas las pasarelas de que estaba dotado: la Pasarela de Muga de Alba, la de Losacino, el Puente de Vide. Aquello parecía un fiordo bordeado de encinas y jarales rebosantes de flores blancas. Todo estaba muy bonito, pero había que visitar el castillo y escuchar el habla del viento que siempre iba acompañada de historias y palabras.
El hada los llevó a todos hasta allí y les permitió que hicieran una pregunta en algunos de los huecos del castillo por donde entraba el aire. Las personas mayores estaban exentas de tal menester. Empezó haciendo una pregunta Emilio Arroyoseco y planteó quienes eran los Conde de Alba y Aliste. La respuesta del viento fue la siguiente;
Eran gestes importantes
De los que mandaban antes
Y aunque, parece sencillo,
Eran dueños del Castillo,
Por defenderlo, a veces,
Lucharon con portugueses.
El hada dijo, a ver el siguiente. Y no era él, sino la, pues le tocaba el turno a Elvira de Toro. Se acerco al agujero y preguntó:
¿Qué dijo la gente aquella
De las chicas y doncellas.
¿Acaso las maltrataban
o quizás abandonaban?
Les enseñaron esgrima,
Tuvieron hada madrina
Y si hubo impertinentes
¡Se les rompieron los dientes!
A ver el siguiente, que correspondía a Antonio Domcóes, el cual preguntó tan pronto estuvo ante el agujero donde corría el viento y dijo:
¿Hubo aquí algún dominicano? Y el viento le respondió al instante y sin dudar de forma segura y rápida:
En los tiempo del arcano
Hubo aquí un dominicano
Que de muy buena mañana
Se comía las bananas
A pares con ambas manos.
Era moreno y bailón,
De los Condes atracción
Y amigo de castellanos.
A ver, el siguiente, dijo el hada madrina, que se nos viene la noche encima y el viento se va a arroncar. Y pasó Max Alexanderberg y preguntó:
¿En aquella época había aquí dinosaurios u otros animales y bichitos de la prehistoria y se comían a los humanos? Contestó el viento:
En los tiempos del castillo
Ya no había esos bichillos;
Sólo estaba el ser humano
Acompañado por lobos,
Ovejas como terceros,
Y comían los corderos
Y raposos como antaño.
El siguiente, mandó el hada madrina, y le toco el turno al señorito Arturo de la Table quién preguntó:
Yo me apellido “de la Table”, ¿Por un casual, había aquí una mesa redonda de piedra? ¿Qué pasó con ella? El viento respondió: En efecto:
En los tiempos del arcano
Abundaban los enanos
Y bailaban en la mesa,
Mas un día se inclinaron
Y junto con ella rodaron,
Y allá en el fondo quieta
Quedó, sobre los enanos,
Que se murieron ahogados
Y nunca más regresaron.
A ver, que se nos va el día y aún quedan dos por preguntar. Las personas mayores y responsables no pueden preguntar. Y vino Inés Bentermann que preguntó:
Óyeme, tú que eres viento:
¿Es cierto que eres violento?
Nunca lo he sido, ¡Pardiez!
Sólo tumbo la idiotez
Cuando el hombre no es atento
Por ahorrarse los cimientos,
Y a veces alguna miés.
Por eso estate tranquila
Porque defiendo la vida.
Y ya le llegó el turno al más pequeño de todos que era el niño Luis Paul von Westfalen quien preguntó como balbuceando, pues todavía no hablaba muy bien: ¡Oye viento tú estás siempre allí? – El viento respondió.
Nunca me alejé de allí,
Siempre me veras aquí.
Y si me buscas allá
También me verás acá.
Si subes a la colina
Sentirás mi brisa fina,
Y si desciendes al valle
Siempre te besará el aire.
Todavía dieron una vuelta por los alrededores del Castillo de Alba que esta ya todo muy en ruinas, pero que guardaba el aspecto señorial de una antigua fortaleza. El alcalde de Losacino de Alba les hizo entrega de una leyenda del castillo que el hada madrina guardó en su avantal para, algún día, leérsela a los niños. Se despidieron del alcalde y les dijeron que estaban muy contentos todos por las respuestas del viento.
El autobús enfiló directamente hacia la Nacional 122 y, a continuación a la autovía de Valladolid y en unos instantes se plantaron en la Glorieta del Descubrimiento. Allí se bajaron todos. El autobús lo plegó el hada madrina y lo metió en un bolsillo y desapareció dejando a todos los niños, a la Guardesa y al Doctor en el lugar donde los habían recogido. El Doctor Bentermann y la Guardesa Pelaydián le habían pedido que los dejase en Valladolid. El reloj marcaba la misma hora que cuando partieron y las mamás no se enteraron de la aventura que habían vivido los niños, salvo cuando llegaron a casa y ellos se la contaron. Cada mamá dijo: ¡Hay que ver qué imaginación tienes! pero, cuando les enseñaron la réplica del borriquito, empezaron a dudar si sería verdad, pues los otros niños también la tenían y ellas no habían visto a nadie que se las diera. La que menos se lo creyó de todas fue la mamá de Toño Domcóes.
Estulano