LEYENDA DE MOLACILLOS Y LA INFANTA
(Molacillos)
Punto de partida, muerte del Valderaduey; fiel vasallo por su perenne tributo a su señor río Duero.
Dirección, aguas arriba; por donde se caminará sin descanso y a buen paso durante dos horas. Pasadas éstas, se enfilará hacia el nordeste desde donde se divisará un lugar de empinada estructura natural donde hace muchos años, muchos más de los que sumarían cuatro loros y de los más viejos, que vivía una bella y no poco poderosa Reina Mora con toda su familia, defendida y admirada por todos sus caballeros, que no eran pocos ni tampoco nada débiles, pues contaba cada uno con un buen número de infanzones a su mando, todos valientes, preparados y bien armados.
Dicha Reina Mora tenía varios hijos que había engendrado de su difunto Rey, Señor y Esposo. Según unos, tenía cuatro Infantas y seis Infantes. Según otros, un Infante menos. Todos: Reina, Infantes e Infantas y Caballeros vivían en este lugar fortalecido por la naturaleza y que todos llamaban “Teso de la Mora”.
La bella Reina Mora educaba personalmente a sus hijas y, seguía tan de cerca todos sus pasos, que cualquier indicio de preocupación era descubierto sin esfuerzo por la misma. Sabía perfectamente todos los gustos de cada una de ellas, comprendía sus distintas formas de ser, admiraba cada una de sus cualidades y censuraba cariñosamente sus debilidades, y aunque a todas las quería por un igual y las cuidaba con el mismo esmero, de una era de la que más locura de madre podía recibir; pero bien se recataba ella de exteriorizarlo entre las otras. Tanto fue así, que sus Caballeros de confianza, los de más confianza le solían comentar: -¡Cuán sois Vos querida por Sus hijas, por todas sus hijas y de todas por un igual!
¡Aunque también no es menos que Vos le correspondéis igual y en la misma medida!
La hija predilecta (secretamente) de la Reina Mora era joven, tan joven, que aún no se había hecho mujer. Era también alegre y divertida, soñadora, tan optimista, que jamás alguien la llegó a ver con pena. Era amante de largos paseos y le gustaba mucho el campo. Adoraba a las mariposas, tanto, que su pelo negro azabache lo adornaba con lacillos de colores blanco y rosa. Cuando su madre, la Reina Mora, le preguntaba que por qué se colocaba tantos lacillos en el pelo, ella le contestaba alegremente.- ¡Con mis lacillos prendidos en el pelo me imagino que llevo rodeada mi cabeza de bellas
mariposas!.
En todos los lugares del entorno era conocida la alegre y bella Infanta por el nombre de Lacillos, tanto, que sus hermanas las Infantas ya no la llamaban de otra manera, y su madre, la Reina Mora, terminó por resignarse y llamarla también por ese mismo nombre, pues de otro modo la jovencita y bella Infanta a nadie contestaba.
El lugar predilecto por la Infanta “Lacillos” en sus paseos por el campo, era una tranquila y cristalina parte del río Valderaduey, plateado remanso donde las diversas flores silvestres solían inclinarse para calmar su sed, y la hierba, verde verde, parecía
devorarlo sin piedad.
Tanto era el tiempo que la Infanta Lacillos pasaba en este tranquilo remanso del río Valderaduey, que las gentes del Valle lo comenzaron a llamar Molacillos, nombre que a buen seguro lleva consigo cierta nota con signo “moro”.
Y no queriendo entrar en disputa sobre la veracidad de esta historia, deduzco, y me atrevo a afirmar, que fue de este modo como surgió el nombre del pueblo al que, aún hoy, se le sigue llamando MOLACILLOS.
Molacillos, a siete de septiembre del año 1982.
Guillermo ACEVEDO ÁLVAREZ