DE CÓMO UN ZAGAL SE CONVIRTIÓ EN ARZOBISPO
(Molacillos)
Si quieres oír la historia de un hombre que nacido del pueblo ascendió hasta codearse con los más altos cargos de la sociedad de su momento presta atención lector que voy a empezar mi relato.
Esta historia que ahora se viene a mi memoria la oí yo cuando aun era rapaz en una de esas frías noches de finales de septiembre, cuando los trabajos en el campo ya eran más ligeros y nos juntábamos la mocedad en la cocina de alguna casa para echar un parlao o algunos bailes, para oír las historias de nuestros mayores y para ver a las mozicas que acudían a tal relevante acto.
Pues bien, un día la tía Antonia, mientras remendaba las medias mil veces zurcidas nos contó esta historia, real a su entender sobre un zagal que llegó a obispo y que sufragó una nueva iglesia para tan miserable pueblo.
“Lo que vos voy a contar ahora tenedlo por cierto aunque no lo aparente, y es que hubo un tiempo en el que la tortilla se dio la vuelta y un hombre que salió de entre nosotros subió a lo más alto y conoció al mismísimo rey de España, este buen hombre fue don Andrés y nació aquí n´este mismo pueblo.
Todo comenzó un frío día otoñal, el último de noviembre, día de San Andrés, en una miserable casa de barro de esas de antes, con una cocina que hacía las veces de comedor, en torno a la cual estaban las alcobas y detrás el comedero donde dormía el burro y las pitas, si es que las había. En una de estas alcobas, mal adecentada, en la que entraba el frío de la noche por las buracadas tablas del sobrao carcomidas por el coronjo y mientras las bratas corrían por el suelo de barro pisado, en esta probe morada nació un criajo al que llamaron Andrés, como el santo del día, algo a lo que acostumbraban antaño.
Su padre era criao, y pasaba tol día con las mecas por los praos y eran muchas las noches que quedaba a dormir con ellas, su madre le lavaba la ropa a los amos por lo que le daban algunos cuartos de vez en cuando y algún trozo de oveja las fiestas mayores. Entre tanta miseria, sus hijos empezaban a trabajar desde mu jóvenes pa poder comer, aprendiendo el oficio de pastor, asin que ya con 7 años, Andrés empezó de zagal con su padre y ya a los once o doce años quedaba muchas veces solo con las ovejas en los praos que estaban aquí, a la vera el pueblo.
Uno de estos días que Andrés estaba con las ovejas, sentado sobre una piedra en los Salgaos mientras con una cacha dibujaba garabatos en el suelo, se le acercó un hombre montado sobre su caballo que al ver al zagal le preguntó:
-¿Qué escribes en el suelo?
El rapaz le respondió que el no sabía escribir, como tampoco sabían los sus padres, sin embargo sobre la tierra había escrito sin apercibirse: “YO OBISPO O PAPA EN ROMA”. Pues resultó que aquel caballero era, ni más ni menos, que el Marqués de Villagodio, que sobre su caballo estaba recorriendo las sus tierras. El marqués entonces, al oír las palabras de Andrés quedó maravillado ante lo que el pensó que era un milagro divino, asín que marchó an ca´l zagal y le pidió a sus padres que le dieran a su hijo pa poderlo educar, sus padres con mucho gusto despidieron al muchacho, que iba tener una vida mucho mejor en el palacio del marqués. Fue así como este buen rapaz marchó a estudiar a los mejores colegios de la capital y con el paso de los años se hizo cura y llegó hasta Arzobispo de una gran ciudad, antaño mora, que llaman Valencia.
Sin embargo nunca se olvidó Andrés de su pueblo y de su familia y cuando estos le hablaban de lo necesitados que estaban pronto se prestaba a ayudarlos. Así cuando le llegaron noticias al arzobispo de la situación del puente que daba acceso al pueblo muy desmejorado por las fuertes riadas del Araduey, el mismo costeo la reparación del puente e hizo colocar en él su escudo para que sus paisanos vieran que no estaban desamparados y que contábamos con su protección. Conocía también don Andrés como la iglesia, que antaño estaba donde hoy está la casa consistorial y que estaba hecha de adobe como las casas, estaba al punto de arroñarse, fue entonces cuando se propuso construir un nuevo templo en su pueblo natal y así surgió esta iglesia tan grande que tenemos en el pueblo y que no la hay igual en los alrededores.
En agradecimiento a sus padres adoptivos construyó bajo la iglesia un panteón para ellos, donde hoy reposan sus huesos.
Más no vos puedo contar de don Andrés Mayoral, na más puedo decir, que deseando ver esta nueva iglesia, se puso en camino hacia su pueblo trayendo consigo un hermoso reloj que debía completar la obra, sin embargo la muerte puso fin a su viaje y no pudo cumplir su deseo, así como tampoco pudo entregar este su último regalo a sus paisanos ya que el reloj se perdió nel camino. Cada domingo que voy a misa sigo mirando a este nuestro buen patrón arrodillado en su oración eterna y le pido a Dios que un milagro como este vuelva a suceder y que alguno de vosotros que ahora me escucháis podáis llegar a lo más alto en esta vida.”
Poco tiene de real esta bonita historia que hacía soñar a los más humildes en una época en la que era tan difícil ascender en la escala social, esta historia que aun cuentan orgullosos los naturales de Molacillos, no es más que un hermoso cuento. La verdad es que nació este ilustre personaje en una familia acomodada, su padre Pedro Mayoral, provenía de una familia que gozaba de estabilidad económica y poseía diversas posesiones y rentas, y su familia disfrutaba del patronazgo de la capellanía perpetua de Nuestra Señora de la Concepción y de las Benditas Ánimas del Purgatorio, de la que sería capellán don Andrés Mayoral y desde donde empezó su carrera. Su madre, Catalina Alonso de Mella, por su parte pertenecía a una familia acomodada de la Tierra del Vino que poseía también importantes rentas y bienes, así como una Capellanía en Moraleja del Vino.
Por otro lado, uno de sus hermanos y primogénito de esta madre, don Ambrosio Mayoral emparentado con la familia San Pedro de Coreses, con importantes posesiones, que fue regidor de Zamora, amasó importantes bienes y fue uno de sus hijos, don Andrés Javier José Mayoral, el primer marqués de Villagodio, pero eso ya es otra historia.
Acabo este relato dándoles las gracias a todas aquellas personas que comparten su tiempo conmigo y me transmiten sus vivencias e historias, en especial a don Gerardo Martín Prieto, que en la sacristía de la iglesia del pueblo tantas historias nos contó cuando éramos niños.
Manuel