ZOZOBRA CONSTANTE
(Castronuevo de los Arcos)
¡Qué terrible tiene que ser convivir perennemente con un pasado nefasto al que no se sabe dar carpetazo para seguir adelante!
¡Qué triste cuando el pensamiento se contamina con las situaciones negativas de la vida o los errores que cometen los demás para echarlo siempre en cara a la menor ocasión!
¡Qué triste tener una vida tan ingrata, tan vacía, tan sin aliciente como para congraciarse o regodearse con las acciones nocivas que se hayan producido y no aprender de ellas para revertirlas en positivas y que las siguientes veces simplemente se puedan recordar como algo anecdótico que pasó y se le puso remedio a tiempo!
¡Qué triste es convivir con quien no sabe ser alegre ni dar una palmada en la espalda, ni reírse de sí mismo porque, aunque no se quiera, acaba contagiándonos de tristeza y de su misma pesadumbre, y eso es algo que poco a poco cercena el alma hasta convertir en negro lo blanco, hasta vivir en un mundo paralelo que se quedó anclado en un pasado infeliz por no tener la fuerza ni el coraje ni el valor suficiente para seguir adelante, ni tampoco para ver la belleza de cada día, extraer la parte positiva y contagiarla de paso a los demás!
¡Qué triste pasar por esta vida sin apreciar las bondades de una existencia en paz, careciendo de objetivos, de metas, de aficiones, de compromisos con uno mismo mientras transcurren horas huecas e infinitas de indiferencia y tedio!
¡Qué triste languidecer poco a poco sin paladear los mil sabores que regala la existencia cuando se aparca la indolente indiferencia y se aprende
a descubrir este inconmensurable regalo llamado vida!
¡Qué triste escuchar improperios constantes hacia los demás cuando todavía no se ha hecho un ejercicio serio de introspección para arrojar de uno mismo todas las miserias que provocan tales injurias!
¡Qué triste no saber perdonar, ni olvidar para seguir adelante y preferir un enconamiento voraz que destruye el alma a un reencuentro con la paz que la permita descansar!
Qué triste existir sin vida, convivir con miedo, despertar cada mañana sin estímulo alguno, rechazar los encantos que acarrean las horas, ser ciego a la luz del sol, a la belleza del cielo y de la tierra. Qué penoso, qué lamentable vivir una existencia que, siendo pasajera, se desperdicie como agua en una cesta, por no ser consciente de que cada hora de cada día es único y no ha de volver.
Mª Soledad Martín Turiño