VUELTA A CASA POR NAVIDAD
(Castronuevo de los Arcos)
Ya se van marchando los hijos, hermanos, padres y amigos que recibimos hace unos días con la ilusión y la alegría incontenida porque hacía tiempo que no disfrutábamos de su presencia. Los padres, ya mayores, vinieron de los pueblos a la ciudad para pasar el invierno a casa de los hijos y, de paso, someterse a las revisiones médicas, vacunarse contra la gripe y pasar la Navidad con sus hijos y nietos, evitando los rigores del invierno en unos pueblos poco acondicionados para soportar el frio.
Otros más jóvenes llegaban de los más diversos lugares de este mapa globalizado, donde ya no hay fronteras y el tiempo se mide en horas de viaje y no en kilómetros de distancia. Venían cargados con pesadas maletas, mochilas y un montón de historias a la espalda de un año vivido lejos, en la soledad de otro país, jóvenes con la experiencia de haber superado un cambio horario, nuevos amigos, diferentes costumbres y un mar de razas dispares con las que conviven a diario muchos hijos de la generación más formada de España, que han tenido que salir de su país para encontrar un futuro que el suyo no les ofrecía, debido en gran parte a la corrupción de políticos deshonestos que llevaron a esta tierra a una situación intolerable de crisis, cuyas consecuencias aún sufrimos y que tardará en recuperarse ¡quién sabe cuánto tiempo más! Estos chicos pagaron el alto precio de irse, dejando atrás familias, tradiciones, futuro, lágrimas… y se marcharon buscando estabilidad, trabajo, y que se materializara ese sueño que les habían vendido de que con la preparación que llevaban se los rifarían fuera, ya que su propio país no les ofrecía opciones ni alternativas.
Ahora vuelven unos días por Navidad, regresan diferentes, desubicados, algo culpables porque allí han encontrado un acomodo grato y se plantean muchas preguntas. Ahora ya no son de aquí ni tampoco de allí, del otro lado del mundo. Han pasado los años y se van aposentando; algunos incluso empiezan a formar familias y piensan ya en echar raíces fuera; otros, dudan si será momento de regresar a un país donde tienen que empezar desde cero y con todo ese bagaje de vivencias retornan a sus antiguas casas, con sus familias que les notan extraños, mayores, adultos, dubitativos, desorientados.
Las fechas navideñas tienen su propio ritmo, un ritmo frenético, las calles están repletas de gente, además hay que ver a los amigos que también han regresado estos días. La casa se adorna con esmero, se ponen los mejores manteles, la vajilla que solo se luce en ocasiones especiales, celebramos las consabidas cenas, comidas de la Navidad, las madres preparan para los hijos sus platos preferidos, y les dan las recetas para que ellos cocinen allí esos mismos menús que tanto les gustan; queremos pasar el mayor tiempo posible con ellos, pero el tiempo se escurre de las manos como agua en una cesta; los días transcurren rápidamente y quedan por hacer muchas cosas que se habían proyectado antes de llegar: ver esa película especial que nos emocionó un día, salir a tomar un café e intercambiar confidencias, comprar regalos, hacer alguna escapadita corta, ver a esa parte de la familia con los que nunca estamos…. Eran tantas cosas para hacer en tan poco tiempo que muchas de ellas se quedan fuera, pendientes para otro año, ¡quién sabe cuándo!
Los días de Navidad acaban y con ellos llega la despedida; los manteles se guardan en el cajón de siempre perfectamente lavados y planchados hasta el próximo año, la vajilla buena vuelve a su lugar, se recogen las sillas supletorias que habíamos colocado porque no cabíamos todos en las habituales, los adornos, árboles y belenes vuelven a ocupar su sitio en el altillo o en el trastero y, de nuevo, regresa la calma que se había perdido.
Los aeropuertos, estaciones de trenes y autobuses se llevaron a los seres queridos de nuevo a su lugar y con ellos facturaron nuestras lágrimas, los abrazos eternos, las miradas envolventes, las palabras que no se dijeron,
el tiempo que se fue sin retener las historias que prometimos contarnos… y así nos disponemos para retomar una vida de ausencia, de miradas perdidas, de melancolía, de echar de menos a los que están lejos hasta que el alma duele porque el alma no sabe de aceptaciones incoherentes, de conformismos o de temas no resueltos; el alma sufre, el cuerpo se resiente y más pronto unos, otros más tarde, cultivan unas cuantas arrugas en la cara como testimonio de una separación dolorosa e inevitable.
Mª Soledad Martín Turiño