UNOS CUANTOS CONSEJOS

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos


• “Evita la controversia si no lleva a ninguna parte”.
• “Practica la moderación antes que el desenfreno”.
• “Lucha para sentirte orgulloso de ti mismo”.
• “Trabaja sin descanso y aporta algo bueno a la sociedad”.
• “Rodéate de amigos que estimulen tu crecimiento personal y a los que ayudes en sus momentos difíciles”.
• “Procura ser feliz con lo que tienes”.
• “Pide ayuda cuando la precises y di “no lo sé” con humildad cuando desconozcas una materia”.
• “Habla poco y sé preciso; la charlatanería suele hermanarse con la incompetencia”.
• “Respeta a los mayores, aprende de los que saben, escucha a todo el mundo y nunca menosprecies a nadie”.
• “Recuerda de dónde vienes, y mantén unida a la familia”.

Aquella mañana, Raúl junto con sus tres hermanas están deshaciendo la casa familiar. Su madre había fallecido y debían venderla y repartir las ganancias porque ya no era necesario mantener un piso en aquella ciudad que ninguno habitaba y solo constituía un motivo de gasto.

Iban y venían abriendo cajones, sacando ropa, eligiendo muebles, y haciendo cuatro partes para que cada uno, a su elección, se llevara aquellos enseres guardados durante años por sus padres. Como suele ocurrir, aparecieron cosas que ya no recordaban. Su madre había conservado en un viejo baúl la infancia de sus hijos; allí estaban los primeros cuadernos de caligrafía, los dibujos infantiles, pequeños juguetes y recuerdos de cuatro infancias que ahora observaban el contenido del arcón con una sonrisa, descubriendo aquella faceta de su madre que todos desconocían, ya que en sus últimos años se había convertido en una mujer ruda, amargada y triste que, sin embargo, tenía un corazón ¡tal vez arrugado por tanta soledad y por tantas penas!

Las mujeres se dispersaron por diferentes habitaciones secándose las lágrimas sin querer ser vistas por los demás. Fueron apareciendo facturas, cartas antiguas, papeles viejos que ya no tenían sentido… todo para tirar. Sin embargo, Raúl encontró un sobre lacrado sin destinatario que despertó su curiosidad; lo abrió sin romper el lacre ya que lo reconoció como de su padre y, al desdoblarlo, comprobó que era una carta dirigida a él, el hijo mayor, que su padre había escrito hacía más de treinta años, ya que al final tuvo la precaución de firmar añadiendo la fecha, como si se tratara de un documento notarial. En realidad, había escrito con su letra menuda y aquellos trazos perfectos una serie de consejos que dejaron perplejo a su hijo. Nunca podría imaginar que su padre, un hombre sencillo, de campo, sin mayor instrucción que la aprendida de la vida, hubiera pensado y escrito aquellos diez consejos que valían su peso en oro. Se hizo muchas preguntas al mismo tiempo: por qué no le dio su padre aquel sobre cuando se fue de casa para estudiar, por qué aquel hombre, siempre exigente, no le habló de su existencia… sin embargo, lo comprendió todo porque falleció repentinamente debido a una enfermedad que, cuando dio la cara, resultó demasiado tarde para hacerle frente.

Tal vez fuera la creencia de que había tiempo suficiente, o quizás en su estado de dolor y angustia olvidara aquella epístola… el caso es que Raúl la encontró, y se apresuró a guardarla sin enseñarla a sus hermanas; era la última conexión entre su padre y él y necesitaba releerla a solas y exprimir todo su contenido.

Pasaron varios días antes de que la casa se vaciara por completo; luego, otros dueños la adquirieron y los cuatro hermanos se despidieron como desconocidos para acudir cada uno a reanudar sus respectivas vidas en las que apenas existía conexión entre ellos.

Raúl leyó y leyó aquella carta; aprendió de memoria aquellos diez consejos ¿por qué diez?, y tuvo una inspiración. Sin decirlo, su padre le había preparado para la vida, pero había comprendido que su vida no tenía sentido sin el calor de su familia como indicaba el último consejo.

Se acercaba la Navidad y, aprovechando esos días festivos, decidió reunir a sus hermanas y pasar juntos las fiestas. No fue fácil porque cada una vivía en un lugar diferente, apenas conocía a sus cuñados y sobrinos, pero, debido a su insistencia favoreciendo la reunión, lo logró. Al principio todos se sintieron algo incomodos, eran extraños que se sentaban ante una mesa para comenzar una relación que nunca había existido; solo los unió la infancia y ese fue el inicio de las conversaciones: el punto de encuentro de donde partieron para, poco a poco, descubrirse, conocerse y aprender a quererse.

Han trascurrido tres años desde aquella Navidad y, curiosamente, un sobrino está viviendo con Raúl ya que estudia en la misma ciudad y aprovechó la oferta de su tío de utilizar su casa evitando un colegio mayor o un alquiler. Se llevan muy bien, casi como si fueran padre e hijo; y en varias ocasiones sus padres van a visitarles o es Raúl quien lleva a su sobrino a verlos. Con las otras hermanas ha intentado continuar la relación, pero solo una de ellas la ha mantenido; la otra, vive en el extranjero y es más complicada.

Un día se acercó al cementerio que llevaba años sin visitar. Al llegar al panteón de sus padres, meditó en silencio; luego depositó un beso sobre el frio mármol y solo dijo dos palabras: “Gracias padre”

Mª Soledad Martín Turiño