UNA CITA CON EL RECUERDO
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Ha transcurrido toda una vida, más de cincuenta años que se han perdido en el tiempo forjando vidas paralelas o divergentes en lugares distintos. Nuestro vínculo común: el pueblo de nuestra infancia, la escuela donde acudíamos como punto de encuentro para formarnos, los maestros que hicieron lo posible juntando en la misma clase a niños de distintas edades que instruyeron lo mejor que supieron, con métodos educativos ahora en desuso, memorizando sin comprender, o aprendiendo a la fuerza con el temor de recibir un golpe si no se cantaban correctamente las tablas de multiplicar o las reglas de ortografía.
Entonces vivir era sinónimo de trabajar y aquellos niños de antaño era lo que veíamos en casa, a nuestros padres, abuelos o hermanos… todo discurría por el cauce de las tareas, incluidas las normas de urbanidad que eran el santo y seña de un régimen dictatorial que las tenía por bandera aplicándolas sobre todo en las escuelas; esas reglas se aprendían y debían ponerse en práctica: respeto a los mayores por el hecho de serlo, levantarse cuando entraba un adulto en la escuela, rezar antes de entrar, besar la mano del sacerdote…y con más dureza para las mujeres: velarse al entrar en la iglesia, cubrirse los brazos, ser fiel al manual de la buena esposa… y un larguísimo etc.
Hoy, transcurrida media centuria, aquellas niñas de la escuela de pueblo que entonces jugábamos en la calle, porque ni siquiera disponíamos de un simple patio, nos hemos ido dispersando por diferentes lugares de la geografía. Se han hecho intentos de reunirse para celebrar los quintos, pero resulta difícil que todos se junten; así que cuando se produce el milagro de coincidir dos amigas de entonces es como hermanar sentimientos, unir soledades y aunar evocaciones de lo que vivimos un día; surge entonces una complicidad especial y los recuerdos se derraman en un flujo continuo. No importa que ahora los rostros estén ajados por el tiempo, o que resulte difícil reconocerse en un primer momento, lo que de verdad importa es la comunión de esas dos almas que vivieron y sufrieron los mismos hechos, se criaron de forma parecida y nacieron en el mismo lugar que las marcó para siempre.
He tenido la fortuna de recuperar a alguna de esas niñas de entonces precisamente ahora, casi rozando la prematura ancianidad, y he rejuvenecido mentalmente, confortada por tantos sentimientos comunes y por sentir un arropo especial que se valora más precisamente cuando han transcurrido tantos años. En nuestro repaso de recuerdos, recalamos en los valores que nos inculcaron entonces y de los que carece la sociedad actual: en el respeto, los principios, el comportamiento o la cultura del esfuerzo que constituyeron esas normas básicas inculcadas a fuego y que aún perduran en muchas de las personas de nuestra generación. ¡Algo se salvó de aquella época teñida en tonos tan grises!
Entonces vivir era sinónimo de trabajar y aquellos niños de antaño era lo que veíamos en casa, a nuestros padres, abuelos o hermanos… todo discurría por el cauce de las tareas, incluidas las normas de urbanidad que eran el santo y seña de un régimen dictatorial que las tenía por bandera aplicándolas sobre todo en las escuelas; esas reglas se aprendían y debían ponerse en práctica: respeto a los mayores por el hecho de serlo, levantarse cuando entraba un adulto en la escuela, rezar antes de entrar, besar la mano del sacerdote…y con más dureza para las mujeres: velarse al entrar en la iglesia, cubrirse los brazos, ser fiel al manual de la buena esposa… y un larguísimo etc.
Hoy, transcurrida media centuria, aquellas niñas de la escuela de pueblo que entonces jugábamos en la calle, porque ni siquiera disponíamos de un simple patio, nos hemos ido dispersando por diferentes lugares de la geografía. Se han hecho intentos de reunirse para celebrar los quintos, pero resulta difícil que todos se junten; así que cuando se produce el milagro de coincidir dos amigas de entonces es como hermanar sentimientos, unir soledades y aunar evocaciones de lo que vivimos un día; surge entonces una complicidad especial y los recuerdos se derraman en un flujo continuo. No importa que ahora los rostros estén ajados por el tiempo, o que resulte difícil reconocerse en un primer momento, lo que de verdad importa es la comunión de esas dos almas que vivieron y sufrieron los mismos hechos, se criaron de forma parecida y nacieron en el mismo lugar que las marcó para siempre.
He tenido la fortuna de recuperar a alguna de esas niñas de entonces precisamente ahora, casi rozando la prematura ancianidad, y he rejuvenecido mentalmente, confortada por tantos sentimientos comunes y por sentir un arropo especial que se valora más precisamente cuando han transcurrido tantos años. En nuestro repaso de recuerdos, recalamos en los valores que nos inculcaron entonces y de los que carece la sociedad actual: en el respeto, los principios, el comportamiento o la cultura del esfuerzo que constituyeron esas normas básicas inculcadas a fuego y que aún perduran en muchas de las personas de nuestra generación. ¡Algo se salvó de aquella época teñida en tonos tan grises!
Mª Soledad Martín Turiño