SEMANA SANTA ATÍPICA EN MI PUEBLO

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Pienso mucho en mi querido Castronuevo, siempre solitario y ahora desértico, sin un alma que transite por sus calles, sin un coche que cruce la carretera, sin ninguna distracción para esa gente que ve pasar la vida sentada en un sillón junto a la ventana; personas mayores en su mayoría que en estos momentos están más solas que nunca. Pienso en lo largos que serán sus días, monótonos e iguales, sin nadie que les visite ni a quien visitar, con las puertas cerradas y viviendo una soledad complicada, porque la mayoría de los mayores de mi pueblo no tienen ordenador, ni Internet y la comunicación con sus seres queridos se reduce a alguna llamada telefónica y poco más. Pienso en las muchas personas que con la edad arrastran achaques diarios que van paliando cuando salen a la calle, con el paseo rutinario carretera arriba, cuesta abajo hasta el rio o, simplemente, perdiéndose en el campo más cercano a su casa y que, seguramente, se intensifiquen con esta paralización obligada en sus vidas, porque supongo que tendrán miedo o pensamientos negativos como nos pasa a los demás,

Nos han robado la libertad, nos van quitando poco a poco la sonrisa, estamos más solos que nunca e incluso nos impiden eso que va en nuestra cálida sangre mediterránea: el acercamiento, los abrazos, la aproximación, la efusividad... todas estas sensaciones que nos surgen de manera espontánea hemos de dejarlas a buen recaudo dentro de casa hasta el día en que por fin este maldito virus se haya extinguido dejando tras de sí una huella tan brutalmente dura.

En el pueblo ni un solo sonido, ni siquiera la campana de la iglesia que permanece muda desde hace días ya que no se celebran oficios religiosos y el templo está cerrado, ni una risa de alguien, ni pisadas por la calle, todo está tan mudo que parece estar muerto. En estas pequeñas villas castellanas cualquier acontecimiento que sirva para cambiar el ritmo de sus vidas es muy bienvenido, por eso se esperan con ansia festividades como esta Semana Santa que no va a ser, ya que significa un tiempo de reencuentro, de salidas de procesiones, de asistencia a los oficios religiosos..., y en mi pueblo se vive con un especial recogimiento; aquí no hay saetas que perturben el silencio, ni procesiones verbeneras; aquí hay luto, devoción, fervor..., se recuerda a los difuntos y alguna lágrima escapa detrás de la imagen que recorre algunas calles del pueblo.

Hoy, que no hay Semana Santa en mi Castronuevo, recuerdo a mis convecinos de una forma especial y los tengo presentes en mi pensamiento por si pudiera mitigar un poco la soledad de esas personas que conozco desde niña y que, sin saberlo, me enseñaron a querer el pedazo de tierra donde ellos viven ahora y yo tanto recuerdo desde la distancia.

Esta primavera estará verdeando los campos y la ladera de la villa; en las vegas resurgirán unos colores increíbles de lozanía y frescura en los sembrados que se alimentan con el agua del Valderaduey a través de los canales que han construido los propios agricultores; los campos estarán rebosantes de vida, el cielo eternamente azul, pero solo se podrá apreciar a través de las ventanas de las pocas gentes que aún permanecen allí para disfrutarlo.

Hoy, día en que celebramos una Semana Santa atípica, nos conformaremos con visionar las conmemoraciones que nos ofrezca la televisión, aunque sean enlatadas, y con la imaginación formaremos parte de esos penitentes y cofrades engalanados con estameña, caperuzas, cirios, mantillas y faroles que, con paso solemne y marcial, desfilan tras las imágenes y hoy, en este día tan atípico, tal vez miremos un segundo a los ojos del Cristo crucificado para pedirle perdón por nuestros egoísmos, codicias y pequeñas mezquindades y, al mismo tiempo y a pesar de todo, le daremos las gracias porque este virus ha permitido reconciliarnos con nosotros mismos, reflexionar sobre el sentido real de las cosas, valorar lo importante y apreciar algo que dábamos por hecho, un bien mucho más importante que todas las posesiones, que es la libertad.
Mª Soledad Martín Turiño