PREGUNTAS DEL AYER
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Muy a menudo, casi sin querer, el recuerdo me lleva a unos cuantos años atrás y surgen cuestiones a las que me gustaría hallar respuesta; supongo que todos llegamos a un momento en la vida (cuando ya hemos gastado tres cuartas partes de ella) en que necesitamos recordar, hacer balance y ser conscientes de que no hay mucho tiempo más que perder; por eso me pregunto:
¿Dónde estará la cigüeña aquella que bajaba al rio cada día para buscar alimento y llevarlo a sus polluelos hasta lo alto del campanario?
¿Dónde estarán las chicharras que cantaban al atardecer cuando empezaban los vientos justo hacia finales del mes de agosto?
¿Dónde estarán las luciérnagas que, a oscuras, cuando no había electricidad en las calles del pueblo, sentados mi primo y yo en la puerta que jalonaba la entrada a casa de mis abuelos, mirábamos a nuestro alrededor y nos parecía una maravilla ver como tintineaban sobre nuestras cabezas mientras contábamos secretos e historias truculentas apostando a ver quién era más valiente y no se levantaba corriendo para entrar en casa, o cuando nos confesábamos nuestros secretos, como por ejemplo qué íbamos a ser de mayores, a que nos íbamos a dedicar, lo que nos gustaba el pueblo, lo que pensábamos de la política...?
Éramos jóvenes, pero con la mente muy adulta; de hecho se han convertido en realidad algunos de los sueños que un día planeamos y eso, supongo que tienen bastante de madurez; mientras tanto el resto de la familia estaba dentro de la casa ajenos a nuestros planes, a nuestros proyectos, a nuestras ilusiones…
¿Qué habrá sido de los objetivos que no han llegado a cumplirse y que se quedaron a mitad del camino entre la realidad, la fantasía, la ensoñación o el recuerdo?
Me alegro de haber tenido aquellos sueños porque motivaron la ilusión de muchas tardes en solitario cuando veía que el resto de amigas desaparecían después de la misa mayor el día de la fiesta o quedaban para bajar al baile y a mí no me llamaban. Recuerdo aquella soledad que combatía furiosamente a base de leer novelas, a base de tejer sueños, a base de vivir una vida paralela y esa vida paralela he continuado viviéndola cuando las cosas han ido mal; me he refugiado en ella cuando la realidad era tan excesiva que no podía soportarla.
He estado bien entrenada mentalmente, me adiestré a mí misma y fue un ejercicio duro, un ejercicio – ahora lo sé- de valientes, porque si hubiera sido cobarde me hubiese hundido y si algo he sabido hacer en esta vida ha sido levantarme una y otra vez después de caer, resistiendo, luchando, como me enseñaron desde niña. El ejemplo de mis mayores, que no cedían al abatimiento porque era un lujo que no se podían permitir, me ha acompañado siempre y hoy la soledad es una amiga, no es mal recibida y cuando llega procuro dejarla junto a mí; a veces me adelanto un poco para que ella me siga, y otras la rechazo porque quiero estar a solas y me resulta molesta.
Soledad y yo somos la misma persona, tal vez porque me llamo igual que ella, tal vez porque las vicisitudes de la vida me hicieron ser como ella, no sé si ella soy yo porque a veces nos fusionamos. Creo que si un día me tocara aceptarla al cien por cien, la miraría en el espejo, frente a frente y diría:
“Ahora es el momento, no vamos a batallar más, vamos a ser amigas, a llevarnos bien y lo que dure”. Ese tiene que ser el concepto.
¿Dónde estará la cigüeña aquella que bajaba al rio cada día para buscar alimento y llevarlo a sus polluelos hasta lo alto del campanario?
¿Dónde estarán las chicharras que cantaban al atardecer cuando empezaban los vientos justo hacia finales del mes de agosto?
¿Dónde estarán las luciérnagas que, a oscuras, cuando no había electricidad en las calles del pueblo, sentados mi primo y yo en la puerta que jalonaba la entrada a casa de mis abuelos, mirábamos a nuestro alrededor y nos parecía una maravilla ver como tintineaban sobre nuestras cabezas mientras contábamos secretos e historias truculentas apostando a ver quién era más valiente y no se levantaba corriendo para entrar en casa, o cuando nos confesábamos nuestros secretos, como por ejemplo qué íbamos a ser de mayores, a que nos íbamos a dedicar, lo que nos gustaba el pueblo, lo que pensábamos de la política...?
Éramos jóvenes, pero con la mente muy adulta; de hecho se han convertido en realidad algunos de los sueños que un día planeamos y eso, supongo que tienen bastante de madurez; mientras tanto el resto de la familia estaba dentro de la casa ajenos a nuestros planes, a nuestros proyectos, a nuestras ilusiones…
¿Qué habrá sido de los objetivos que no han llegado a cumplirse y que se quedaron a mitad del camino entre la realidad, la fantasía, la ensoñación o el recuerdo?
Me alegro de haber tenido aquellos sueños porque motivaron la ilusión de muchas tardes en solitario cuando veía que el resto de amigas desaparecían después de la misa mayor el día de la fiesta o quedaban para bajar al baile y a mí no me llamaban. Recuerdo aquella soledad que combatía furiosamente a base de leer novelas, a base de tejer sueños, a base de vivir una vida paralela y esa vida paralela he continuado viviéndola cuando las cosas han ido mal; me he refugiado en ella cuando la realidad era tan excesiva que no podía soportarla.
He estado bien entrenada mentalmente, me adiestré a mí misma y fue un ejercicio duro, un ejercicio – ahora lo sé- de valientes, porque si hubiera sido cobarde me hubiese hundido y si algo he sabido hacer en esta vida ha sido levantarme una y otra vez después de caer, resistiendo, luchando, como me enseñaron desde niña. El ejemplo de mis mayores, que no cedían al abatimiento porque era un lujo que no se podían permitir, me ha acompañado siempre y hoy la soledad es una amiga, no es mal recibida y cuando llega procuro dejarla junto a mí; a veces me adelanto un poco para que ella me siga, y otras la rechazo porque quiero estar a solas y me resulta molesta.
Soledad y yo somos la misma persona, tal vez porque me llamo igual que ella, tal vez porque las vicisitudes de la vida me hicieron ser como ella, no sé si ella soy yo porque a veces nos fusionamos. Creo que si un día me tocara aceptarla al cien por cien, la miraría en el espejo, frente a frente y diría:
“Ahora es el momento, no vamos a batallar más, vamos a ser amigas, a llevarnos bien y lo que dure”. Ese tiene que ser el concepto.
Mª Soledad Martín Turiño