NOTICIARIO SOBRE CASTRONUEVO
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Me contaron que las casas más antiguas y deshabitadas se iban arruinando poco a poco y las de mis seres queridos no fueron una excepción. La casa de mi abuela empezó a desmantelarse creo que el día mismo en que ella la desocupó: los suelos se agrietaron, la soledad fue invadiendo pavimentos y techos y, al cabo de un tiempo, la enorme viga del sobrao que sustentaba la casa, por el efecto de la humedad y del tiempo fue corroyendo la madera hasta que quebró y ese fue el detonante de lo que vino después: se resquebrajaron las paredes desgranando enormes grietas que parecían partir en dos la casa y empezó poco a poco a desmoronarse engullendo con ella los pocos enseres que aún quedaban dentro: la alhacena verde de la cocina en la que mi abuela guardaba las sartenes, el plato de harina para rebozar, el aceite en una botella de cristal que sistemáticamente se congelaba cada invierno y el plato de chorizo con torreznos que siempre estaba dispuesto y a punto para cualquier merienda.
También desapareció la enorme pila de piedra del fregadero con un desagüe directo al corral del que las gallinas bebían con fruición cuando caía el agua mezclada con restos de comida, y que tuvo siempre en la parte superior un enorme clavo que servía para que se oreara el pollo o el conejo que mi abuela sacrificaba de atardecida cuando íbamos de vacaciones y que, milagrosamente desaparecía por la mañana dando lugar a un delicioso aroma a guiso que se cocinaba lentamente y con el que nos obsequiaba a la hora de comer. Era una pila multiusos en la que lo mismo se fregaba la loza que se lavaba la ropa a mano con la ayuda de la tabla e incluso servía también para enjabonar a los niños en un gran barreño cuando eran pequeños, a lavarnos el pelo los mayores… en fin, ya que no existía el cuarto de baño convencional que se construiría años después, la pila de piedra de la cocina servía para todo, y la cocina incluso era el centro de reunión, sobre todo cuando mi abuelo ponía una lumbre abundante cuyo crepitar nos deleitaba y no dejábamos de mirar embelesados al fuego como el mejor de los entretenimientos.
Afortunadamente hubo algo que pudo salvar mi tío gracias a su intrepidez entrando a una casa que podía caerse en cualquier momento: salvó la enorme cómoda que estuvo siempre en la sala pequeña y que luego restauraría mi primo, el escaño donde mi abuelo dormía la siesta, el locero y un espejo de la sala grande, la cocina verde de hierro, y el encargo que le hice de recuperar unos azulejos que había en la cocina y siempre me gustaron. Allí estuvo piqueteando la pared hasta lograr su objetivo de darme gusto y ahora obran en mi poder unos cuantos mosaicos antiguos que algún día presidirán la cocina cuando regrese a mi pueblo.
Sin embargo no pudieron salvarse las cuatro camas de hierro con cabeceros niquelados, los sillones de mimbre, los enormes cortinones escarlata de la sala grande, las cunas que estaban en el sobrao, los baúles o los armarios antiguos de madera, las ventanas con sus correspondientes rejas y contraventanas, las puertas de cuarterones en madera oscura, la cantarera llena de vasijas y diferentes recipientes de barro, ni tampoco un lavabo de pie enorme de porcelana… todo sucumbió al derribo.
Me cuentan que la casa se plegó sobre sí misma para cobijar en sus entrañas aquellos útiles domésticos que no fueron indultados y entre aquella polvareda se taponó el pozo que había en el corral y que habían construido a golpe de pico y pala mi padre y mi tío con la supervisión del abuelo; pozo del que se abastecía la casa sobre todo en los calurosos veranos de Castilla. Todo cayó hasta el punto de que cuando llegaron los camiones para llevarse los restos de la casa a la escombrera, dicen que todo era tierra y que no se reconocían formas ni objetos. Ahora ha quedado un enorme solar desierto en el lugar que constituyó la base de mi felicidad en la adolescencia y la juventud; ya no constituye un peligro para nadie pero esa impúdica desnudez me provoca un sentimiento de enigmática desolación.
Me informaron de un proyecto que, gracias al tesón del alcalde, se han hecho realidad y consiste en la creación de un comedor social situado junto a las antiguas escuelas de niñas (hoy Consultorio Médico), donde poco a poco las personas mayores que viven solas (en su mayoría hombres), han ido venciendo su resistencia a la novedad y han empezado a ir, primero por curiosidad y después ya por necesidad. Esta iniciativa ha sido todo un éxito porque además de cubrir una función social, permite que la gente salga de sus casas, se reúnan, conversen y llenen una parte del día. Además han contemplado la opción de llevar a domicilio la comida para aquellas personas que padecen algún impedimento físico y no pueden salir de casa; porque si la soledad no es buena compañera –a menos que uno la busque deliberadamente- en el caso de la vida rural es diferente. Una persona puede estar sola, ya sea por ser soltera, quedarse viuda, ser mayor o impedida y siempre habrá alguien que se acerque a su puerta. La vida se sigue haciendo tras las ventanas, así que el ver pasar a la gente por la calle ya es en sí misma una forma de distracción, de no sentirse solo. El comedor social se convierte, de este modo, además de un servicio necesario, en un punto de encuentro y charla entre vecinos.
Otra de las noticias que me contaron fue que en la antigua laguna han creado un complejo deportivo: parque infantil, barbacoa para las fiestas, frontón de juego de pelota y zona de esparcimiento. Se han plantado árboles y construido un seto grande que separa el complejo de la carretera y le confiere mayor privacidad y, como está ubicado en la zona central del pueblo, a la vez constituye una seña de identidad y un respiro verde en el paisaje lleno de ocres y amarillos que, en general, tienen los pueblos castellanos. Si se pone de moda y en los pueblos la mejor forma de aceptar una innovación es que se ponga de moda, el frontón será un importante punto de encuentro y solaz de los habitantes del pueblo; de hecho ya ha empezado a utilizarse de manera más o menos continuada, y los festejos se celebran en la vieja laguna; así que la idea ha resultado aceptable y provechosa.
Lo mismo ocurrió con las casas deshabitadas en una época en la que algún vecino decidió reconstruir la vivienda de sus padres y utilizarla para pasar el verano en el pueblo; a esa iniciativa personal la siguieron muchas más y no fueron pocos quienes contagiados por la idea, rehabilitaron o acondicionaron casas viejas para el uso posterior de hijos y nietos.
Todas estas novedades de Castronuevo me llegan a veces desde diferentes fuentes; en otras ocasiones soy yo la que intento contactar con gente de allí para que me cuenten novedades de una forma de vida cuya intrínseca peculiaridad es, precisamente, que todo siga igual pero, por desgracia, las noticias que con mayor frecuencia recibo, se limitan a muertes de personas mayores que reposan en el cementerio de las afueras del pueblo, camino de Villalpando.
También me han hecho llegar una página en internet donde gentes del pueblo, sobre todo jóvenes, están recuperando mediante fotografías antiguas una parte de la historia de Castronuevo; allí cuelgan instantáneas, recuperan recuerdos y, sobre todo, me han hecho sentir una enorme satisfacción porque esos pequeños detalles vienen a corroborar la existencia de personas que, al igual que yo, sienten el pueblo como una parte de su vida y continuamos vinculados al terruño a pesar de la distancia, con un apego que no se pierde con el transcurso del tiempo y nos dota de una peculiar seña de identidad.
También desapareció la enorme pila de piedra del fregadero con un desagüe directo al corral del que las gallinas bebían con fruición cuando caía el agua mezclada con restos de comida, y que tuvo siempre en la parte superior un enorme clavo que servía para que se oreara el pollo o el conejo que mi abuela sacrificaba de atardecida cuando íbamos de vacaciones y que, milagrosamente desaparecía por la mañana dando lugar a un delicioso aroma a guiso que se cocinaba lentamente y con el que nos obsequiaba a la hora de comer. Era una pila multiusos en la que lo mismo se fregaba la loza que se lavaba la ropa a mano con la ayuda de la tabla e incluso servía también para enjabonar a los niños en un gran barreño cuando eran pequeños, a lavarnos el pelo los mayores… en fin, ya que no existía el cuarto de baño convencional que se construiría años después, la pila de piedra de la cocina servía para todo, y la cocina incluso era el centro de reunión, sobre todo cuando mi abuelo ponía una lumbre abundante cuyo crepitar nos deleitaba y no dejábamos de mirar embelesados al fuego como el mejor de los entretenimientos.
Afortunadamente hubo algo que pudo salvar mi tío gracias a su intrepidez entrando a una casa que podía caerse en cualquier momento: salvó la enorme cómoda que estuvo siempre en la sala pequeña y que luego restauraría mi primo, el escaño donde mi abuelo dormía la siesta, el locero y un espejo de la sala grande, la cocina verde de hierro, y el encargo que le hice de recuperar unos azulejos que había en la cocina y siempre me gustaron. Allí estuvo piqueteando la pared hasta lograr su objetivo de darme gusto y ahora obran en mi poder unos cuantos mosaicos antiguos que algún día presidirán la cocina cuando regrese a mi pueblo.
Sin embargo no pudieron salvarse las cuatro camas de hierro con cabeceros niquelados, los sillones de mimbre, los enormes cortinones escarlata de la sala grande, las cunas que estaban en el sobrao, los baúles o los armarios antiguos de madera, las ventanas con sus correspondientes rejas y contraventanas, las puertas de cuarterones en madera oscura, la cantarera llena de vasijas y diferentes recipientes de barro, ni tampoco un lavabo de pie enorme de porcelana… todo sucumbió al derribo.
Me cuentan que la casa se plegó sobre sí misma para cobijar en sus entrañas aquellos útiles domésticos que no fueron indultados y entre aquella polvareda se taponó el pozo que había en el corral y que habían construido a golpe de pico y pala mi padre y mi tío con la supervisión del abuelo; pozo del que se abastecía la casa sobre todo en los calurosos veranos de Castilla. Todo cayó hasta el punto de que cuando llegaron los camiones para llevarse los restos de la casa a la escombrera, dicen que todo era tierra y que no se reconocían formas ni objetos. Ahora ha quedado un enorme solar desierto en el lugar que constituyó la base de mi felicidad en la adolescencia y la juventud; ya no constituye un peligro para nadie pero esa impúdica desnudez me provoca un sentimiento de enigmática desolación.
Me informaron de un proyecto que, gracias al tesón del alcalde, se han hecho realidad y consiste en la creación de un comedor social situado junto a las antiguas escuelas de niñas (hoy Consultorio Médico), donde poco a poco las personas mayores que viven solas (en su mayoría hombres), han ido venciendo su resistencia a la novedad y han empezado a ir, primero por curiosidad y después ya por necesidad. Esta iniciativa ha sido todo un éxito porque además de cubrir una función social, permite que la gente salga de sus casas, se reúnan, conversen y llenen una parte del día. Además han contemplado la opción de llevar a domicilio la comida para aquellas personas que padecen algún impedimento físico y no pueden salir de casa; porque si la soledad no es buena compañera –a menos que uno la busque deliberadamente- en el caso de la vida rural es diferente. Una persona puede estar sola, ya sea por ser soltera, quedarse viuda, ser mayor o impedida y siempre habrá alguien que se acerque a su puerta. La vida se sigue haciendo tras las ventanas, así que el ver pasar a la gente por la calle ya es en sí misma una forma de distracción, de no sentirse solo. El comedor social se convierte, de este modo, además de un servicio necesario, en un punto de encuentro y charla entre vecinos.
Otra de las noticias que me contaron fue que en la antigua laguna han creado un complejo deportivo: parque infantil, barbacoa para las fiestas, frontón de juego de pelota y zona de esparcimiento. Se han plantado árboles y construido un seto grande que separa el complejo de la carretera y le confiere mayor privacidad y, como está ubicado en la zona central del pueblo, a la vez constituye una seña de identidad y un respiro verde en el paisaje lleno de ocres y amarillos que, en general, tienen los pueblos castellanos. Si se pone de moda y en los pueblos la mejor forma de aceptar una innovación es que se ponga de moda, el frontón será un importante punto de encuentro y solaz de los habitantes del pueblo; de hecho ya ha empezado a utilizarse de manera más o menos continuada, y los festejos se celebran en la vieja laguna; así que la idea ha resultado aceptable y provechosa.
Lo mismo ocurrió con las casas deshabitadas en una época en la que algún vecino decidió reconstruir la vivienda de sus padres y utilizarla para pasar el verano en el pueblo; a esa iniciativa personal la siguieron muchas más y no fueron pocos quienes contagiados por la idea, rehabilitaron o acondicionaron casas viejas para el uso posterior de hijos y nietos.
Todas estas novedades de Castronuevo me llegan a veces desde diferentes fuentes; en otras ocasiones soy yo la que intento contactar con gente de allí para que me cuenten novedades de una forma de vida cuya intrínseca peculiaridad es, precisamente, que todo siga igual pero, por desgracia, las noticias que con mayor frecuencia recibo, se limitan a muertes de personas mayores que reposan en el cementerio de las afueras del pueblo, camino de Villalpando.
También me han hecho llegar una página en internet donde gentes del pueblo, sobre todo jóvenes, están recuperando mediante fotografías antiguas una parte de la historia de Castronuevo; allí cuelgan instantáneas, recuperan recuerdos y, sobre todo, me han hecho sentir una enorme satisfacción porque esos pequeños detalles vienen a corroborar la existencia de personas que, al igual que yo, sienten el pueblo como una parte de su vida y continuamos vinculados al terruño a pesar de la distancia, con un apego que no se pierde con el transcurso del tiempo y nos dota de una peculiar seña de identidad.
Mª Soledad Martín Turiño