NOS ENGAÑAN LOS SENTIDOS
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
En ocasiones, la vida cotidiana se muestra como el mejor banco de experimentación: desde lo cotidiano, hasta lo casual; todo es importante si se observa con ojos críticos que dejen un poso del que surja un aprendizaje.
Por ejemplo, aquel hombre apoyado en la pared, parece un figurín: derecho, con las piernas cruzadas en una pose fotográfica, estudiada, rayana en la afectación, resulta que, al cabo de unos minutos en los que alguien se acerca para traerle un bastón, solo es una persona impedida para caminar cuyo sostén es la pared y, una vez sujeto a su cayado, se convierte en alguien que camina con dificultad. ¡nos engañan los sentidos!
Más allá, hay una mujer joven sentada en un banco del parque mientras los niños que acaban de salir del colegio, aún con el uniforme, juegan entre toboganes y columpios. Ella parece ajena al peligro que puedan correr o a que se manchen jugando con la arena. Parece que no le importara aquella escena protagonizada por sus propios hijos, e incluso se podría pensar que es una persona desidiosa, si no fuera porque en el banco de enfrente dos mujeres que llevan parloteando sin parar todo el rato, al fijarse en ella se cuentan la historia de esta joven, cuyo marido acaba de abandonarla por una compañera de su empresa. Ella, que abandonó su carrera al casarse cuando solo le faltaba un año para terminarla, sin trabajo ni más recursos que los aportados por su marido, se devana la cabeza para ver cómo puede salir adelante con aquellos niños de los que el padre también se ha desentendido. ¡nos engañan los sentidos!
Un poco más allá, junto a la rosaleda, apartado de la gente, un anciano permanece con la cabeza baja, parece desvalido y se diría que está dormitando, apenas se mueve y solo cuando el balón le da de pleno en la rodilla, levanta la vista con gesto airado y ojos inyectados en sangre y espeta a los chicos una perorata de insultos y mofas, a pesar de las reiteradas disculpas que recibe de ellos. Es un viejo amargado que no soporta vivir y tiene a su mujer esclava de sus desaires; no ama, no busca el placer de las cosas, solo parece estar instalado en la hostilidad y la oposición; por eso cada tarde, da un golpe a la puerta y se va de casa dejando a su mujer perpleja y, al mismo tiempo, descansada y en paz hasta que regresa el infierno. ¡nos engañan los sentidos!
Al volver a casa, tras el terapéutico paseo vespertino, me topo con el vecino que, amablemente, me cede el paso abriendo la puerta del portal. Apenas intercambiamos las palabras manidas de este tipo de encuentros, ya que no me agrada conversar con alguien que, a decir de los demás, es una persona dominado por la contradicción: seco y áspero con su familia, pero encantador con los demás. Falsas apariencias que no van conmigo.
Detesto la doblez, ya sea en la vara de medir o en esa fingida cara que muchos presentan y con la que conviven en su vida diaria; como detesto las falsas palabras, las medias verdades y todo aquello que nuble la sinceridad, incluidas las mentiras piadosas. Considero que es mejor hacer frente a los hechos con todas sus trabas y superarlas, antes que esconder la cabeza bajo el ala, o dejar que los demás actúen por nosotros solucionando problemas que solo competen a cada uno.
Intento no conceptuar a nadie por su apariencia externa, ni tampoco tener una opinión preconfigurada por lo que otros me hayan dicho, porque en este mundo de escaparate, nada es lo que parece y ya me he encontrado con demasiadas sorpresas; de ahí que nos engañen los sentidos cuando juzgamos a los demás sin conocer los hechos.
Por ejemplo, aquel hombre apoyado en la pared, parece un figurín: derecho, con las piernas cruzadas en una pose fotográfica, estudiada, rayana en la afectación, resulta que, al cabo de unos minutos en los que alguien se acerca para traerle un bastón, solo es una persona impedida para caminar cuyo sostén es la pared y, una vez sujeto a su cayado, se convierte en alguien que camina con dificultad. ¡nos engañan los sentidos!
Más allá, hay una mujer joven sentada en un banco del parque mientras los niños que acaban de salir del colegio, aún con el uniforme, juegan entre toboganes y columpios. Ella parece ajena al peligro que puedan correr o a que se manchen jugando con la arena. Parece que no le importara aquella escena protagonizada por sus propios hijos, e incluso se podría pensar que es una persona desidiosa, si no fuera porque en el banco de enfrente dos mujeres que llevan parloteando sin parar todo el rato, al fijarse en ella se cuentan la historia de esta joven, cuyo marido acaba de abandonarla por una compañera de su empresa. Ella, que abandonó su carrera al casarse cuando solo le faltaba un año para terminarla, sin trabajo ni más recursos que los aportados por su marido, se devana la cabeza para ver cómo puede salir adelante con aquellos niños de los que el padre también se ha desentendido. ¡nos engañan los sentidos!
Un poco más allá, junto a la rosaleda, apartado de la gente, un anciano permanece con la cabeza baja, parece desvalido y se diría que está dormitando, apenas se mueve y solo cuando el balón le da de pleno en la rodilla, levanta la vista con gesto airado y ojos inyectados en sangre y espeta a los chicos una perorata de insultos y mofas, a pesar de las reiteradas disculpas que recibe de ellos. Es un viejo amargado que no soporta vivir y tiene a su mujer esclava de sus desaires; no ama, no busca el placer de las cosas, solo parece estar instalado en la hostilidad y la oposición; por eso cada tarde, da un golpe a la puerta y se va de casa dejando a su mujer perpleja y, al mismo tiempo, descansada y en paz hasta que regresa el infierno. ¡nos engañan los sentidos!
Al volver a casa, tras el terapéutico paseo vespertino, me topo con el vecino que, amablemente, me cede el paso abriendo la puerta del portal. Apenas intercambiamos las palabras manidas de este tipo de encuentros, ya que no me agrada conversar con alguien que, a decir de los demás, es una persona dominado por la contradicción: seco y áspero con su familia, pero encantador con los demás. Falsas apariencias que no van conmigo.
Detesto la doblez, ya sea en la vara de medir o en esa fingida cara que muchos presentan y con la que conviven en su vida diaria; como detesto las falsas palabras, las medias verdades y todo aquello que nuble la sinceridad, incluidas las mentiras piadosas. Considero que es mejor hacer frente a los hechos con todas sus trabas y superarlas, antes que esconder la cabeza bajo el ala, o dejar que los demás actúen por nosotros solucionando problemas que solo competen a cada uno.
Intento no conceptuar a nadie por su apariencia externa, ni tampoco tener una opinión preconfigurada por lo que otros me hayan dicho, porque en este mundo de escaparate, nada es lo que parece y ya me he encontrado con demasiadas sorpresas; de ahí que nos engañen los sentidos cuando juzgamos a los demás sin conocer los hechos.
Mª Soledad Martín Turiño