MUJER HERMANA
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Me impresionó ver tu cara en la pantalla del televisor; fueron apenas unos segundos los que duró la noticia y luego, sin pudor alguno, pasaron a comentar un tema trivial al que concedieron, ahora sí, un espacio amplio en la programación; sin embargo el escaso momento en que asomaste tu rostro al mundo fue suficiente para impactarme como hacía mucho tiempo que nada ni nadie lo hacía.
Estabas sentada, apoyada en una pared de la calle, erguida, con ese porte digno que tenéis muchas mujeres negras; llevabas un turbante en la cabeza y una vistosa túnica enredada alrededor de tu cuerpo; los brazos colgaban desganados y tus ojos soportaban una carga de sufrimiento indescriptible, te pesaban tanto que miraban al vacío apenas entreabiertos. A tu derecha un niño de corta edad estaba sentado y silencioso, a la derecha otra niña también callada miraba asustada a la cámara, y sostenías sobre tu regazo con languidez un bebé de poco tiempo.
Eras una de las doscientas mujeres y niñas nigerianas que fueron liberadas la por el Ejército de Nigeria en el bosque de Sambisa, donde estuvisteis secuestradas por el grupo yihadista Boko Haram. La noticia contaba una retahíla de horrores que habían hecho con vosotras: os habían torturado, violado, vendido, tuvisteis que presenciar el asesinato de padres y maridos ante vuestros ojos, soportasteis palizas diarias y os convertisteis en juguetes rotos, embarazadas a causa de las frecuentes violaciones, sin futuro ni ganas de vivir aunque, afortunadamente, al fin os liberaron con vida y vuestra tribu no os repudió cuando regresasteis.
El noticiario hablaba de la ayuda psicológica que ibais a necesitar durante mucho tiempo para encajar de nuevo en la sociedad, para aceptar los bebés indeseados y para olvidar esa parte de vida que os han desmembrado. Tu rostro de dolor ha de ser un acicate para preguntarnos si tenemos derecho a quejarnos en esta sociedad occidental que respeta, da oportunidades, ayuda y permite que una mujer sea libre, elija su pareja o planee los hijos que desea concebir. El nuestro es otro mundo, inconcebible para vosotras aunque esté cerca, a apenas unas horas de avión; todos somos conscientes del drama que viven muchos países africanos, del nepotismo de sus gobernantes, de la crueldad de los grupos radicales y de la indiferencia de la sociedad blanca que mira para otro lado mientras contempla barbaries como la que habéis padecido vosotras; pero sois mujeres, y ese es otro hándicap añadido, mujeres y además negras, puede decirse con seguridad que os relegarán al olvido y otras crónicas llenarán los noticiarios mientras los blancos os compadecemos con indulgencia y seguimos viendo informativos más livianos que no nos dejen una estela de remordimiento.
Desconozco la manera de ayudaros y siempre he dicho que el día que una sociedad como la africana se rebele temblará el mundo, será un momento histórico porque pocas civilizaciones han sufrido tanto y están tan adiestradas para el dolor: primero fue el tráfico de esclavos, el advenimiento de los movimientos independentistas, el reparto de África por las potencias europeas, la plaga incontrolada de VIH, el virus del Ebola, los gobiernos dirigidos por dictadores en diferentes países con el beneplácito y conocimiento de la sociedad occidental y ahora el abandono por parte de esas potencias de casi un continente abocado a su suerte.
Las mujeres en África no existen, no son importantes, las consideran inferiores, en ocasiones un arma de guerra y en el mejor de los casos un colectivo para procrear y satisfacer las necesidades tanto personales como laborales del hombre al que están supeditadas. La mutilación genital femenina, las muertes por complicaciones en el parto, sobre todo en áreas rurales, la industria del sexo con niñas de entre 13 y 18 años, el incremento del VIH debido a las violaciones o las prácticas sexuales sin control son solo algunos ejemplos de la utilización de vuestros cuerpos y la nulidad de vosotras como personas. Aplaudo, no obstante, esos movimientos liderados las más de las veces por mujeres y que en forma de foros con representación de personalidades occidentales que aportan su imagen consiguen algunos logros. En el año 2011 tres mujeres (dos de ellas africanas) compartieron el Premio Nobel de la Paz: La presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee y la yemení Tawakkul Karman. El galardón les fue otorgado por su lucha por la seguridad de las mujeres y por sus derechos a participar plenamente en las tareas de pacificación. Se ha comprobado la importancia del empoderamiento de las mujeres, ya que constituyen una parte importante de la sociedad africana. Las mujeres africanas producen el 80% de los alimentos y representan el 60% de la fuerza laboral en el sector agrícola (según la FAO). Estos ejemplos son solo una muestra de la voluntad que hay para que los países pobres y concretamente la situación de las mujeres no sea tan extrema; el hecho de que se les pueda dar voz, educarlas, tenerlas en cuenta como motor de la sociedad y no permitir que acciones crueles de unos pocos borren el esfuerzo de quienes quieren y deben salir adelante, ayudados por el primer mundo, han de ser los retos de nuestro futuro.
Estabas sentada, apoyada en una pared de la calle, erguida, con ese porte digno que tenéis muchas mujeres negras; llevabas un turbante en la cabeza y una vistosa túnica enredada alrededor de tu cuerpo; los brazos colgaban desganados y tus ojos soportaban una carga de sufrimiento indescriptible, te pesaban tanto que miraban al vacío apenas entreabiertos. A tu derecha un niño de corta edad estaba sentado y silencioso, a la derecha otra niña también callada miraba asustada a la cámara, y sostenías sobre tu regazo con languidez un bebé de poco tiempo.
Eras una de las doscientas mujeres y niñas nigerianas que fueron liberadas la por el Ejército de Nigeria en el bosque de Sambisa, donde estuvisteis secuestradas por el grupo yihadista Boko Haram. La noticia contaba una retahíla de horrores que habían hecho con vosotras: os habían torturado, violado, vendido, tuvisteis que presenciar el asesinato de padres y maridos ante vuestros ojos, soportasteis palizas diarias y os convertisteis en juguetes rotos, embarazadas a causa de las frecuentes violaciones, sin futuro ni ganas de vivir aunque, afortunadamente, al fin os liberaron con vida y vuestra tribu no os repudió cuando regresasteis.
El noticiario hablaba de la ayuda psicológica que ibais a necesitar durante mucho tiempo para encajar de nuevo en la sociedad, para aceptar los bebés indeseados y para olvidar esa parte de vida que os han desmembrado. Tu rostro de dolor ha de ser un acicate para preguntarnos si tenemos derecho a quejarnos en esta sociedad occidental que respeta, da oportunidades, ayuda y permite que una mujer sea libre, elija su pareja o planee los hijos que desea concebir. El nuestro es otro mundo, inconcebible para vosotras aunque esté cerca, a apenas unas horas de avión; todos somos conscientes del drama que viven muchos países africanos, del nepotismo de sus gobernantes, de la crueldad de los grupos radicales y de la indiferencia de la sociedad blanca que mira para otro lado mientras contempla barbaries como la que habéis padecido vosotras; pero sois mujeres, y ese es otro hándicap añadido, mujeres y además negras, puede decirse con seguridad que os relegarán al olvido y otras crónicas llenarán los noticiarios mientras los blancos os compadecemos con indulgencia y seguimos viendo informativos más livianos que no nos dejen una estela de remordimiento.
Desconozco la manera de ayudaros y siempre he dicho que el día que una sociedad como la africana se rebele temblará el mundo, será un momento histórico porque pocas civilizaciones han sufrido tanto y están tan adiestradas para el dolor: primero fue el tráfico de esclavos, el advenimiento de los movimientos independentistas, el reparto de África por las potencias europeas, la plaga incontrolada de VIH, el virus del Ebola, los gobiernos dirigidos por dictadores en diferentes países con el beneplácito y conocimiento de la sociedad occidental y ahora el abandono por parte de esas potencias de casi un continente abocado a su suerte.
Las mujeres en África no existen, no son importantes, las consideran inferiores, en ocasiones un arma de guerra y en el mejor de los casos un colectivo para procrear y satisfacer las necesidades tanto personales como laborales del hombre al que están supeditadas. La mutilación genital femenina, las muertes por complicaciones en el parto, sobre todo en áreas rurales, la industria del sexo con niñas de entre 13 y 18 años, el incremento del VIH debido a las violaciones o las prácticas sexuales sin control son solo algunos ejemplos de la utilización de vuestros cuerpos y la nulidad de vosotras como personas. Aplaudo, no obstante, esos movimientos liderados las más de las veces por mujeres y que en forma de foros con representación de personalidades occidentales que aportan su imagen consiguen algunos logros. En el año 2011 tres mujeres (dos de ellas africanas) compartieron el Premio Nobel de la Paz: La presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee y la yemení Tawakkul Karman. El galardón les fue otorgado por su lucha por la seguridad de las mujeres y por sus derechos a participar plenamente en las tareas de pacificación. Se ha comprobado la importancia del empoderamiento de las mujeres, ya que constituyen una parte importante de la sociedad africana. Las mujeres africanas producen el 80% de los alimentos y representan el 60% de la fuerza laboral en el sector agrícola (según la FAO). Estos ejemplos son solo una muestra de la voluntad que hay para que los países pobres y concretamente la situación de las mujeres no sea tan extrema; el hecho de que se les pueda dar voz, educarlas, tenerlas en cuenta como motor de la sociedad y no permitir que acciones crueles de unos pocos borren el esfuerzo de quienes quieren y deben salir adelante, ayudados por el primer mundo, han de ser los retos de nuestro futuro.
Mª Soledad Martín Turiño