MI PUEBLO EN AGOSTO

Relato con origen : Castronuevo de los Arcos

Cuando llegue Agosto mi pueblo tendrá un aspecto saludable, las calles antes vacías se llenarán de gentes que van y vienen sin prisas, los veraneantes ocuparán la terraza del bar –ahora vacía- y se prepararán para la fiesta de la Asunción el día quince, fecha en que la iglesia se va a llenar en la misa mayor, el párroco hará una gran homilía y como buenos cristianos que son, parte del pueblo desfilará en hilera de a uno a comulgar.

Mi pueblo, como muchos otros, se viste de gala en Agosto; regresan los forasteros, los viejos que suelen sentarse en el banco de la plaza sin apenas hablar porque ya está todo dicho, tendrán ahora motivos para elucubrar del uno o del otro, de lo que han crecido los muchachos, de lo que han prosperado los que se fueron, de lo cambiados que vienen o de la suerte que han corrido diferentes familias por todos conocidas.

Son días en los que la gente vive sin prisa, disfrutando de encuentros, dilatando las horas en los comentarios de los que tan necesitados están quienes viven allí de continuo; por eso la gente sale más a la calle. El panadero elabora los bollos de Santa Águeda, las mantecadas y las pastas de almendra consciente de que son dulces que le van a solicitar los veraneantes;
la iglesia se limpia a conciencia para que muestre su mejor aspecto, el único bar del pueblo hace acopio de provisiones y, de manera implícita, es el lugar de reunión después de comer para jugar a las cartas, tomar un café o simplemente pasar la tarde.

El día de la fiesta, el día quince, se iniciará con una misa cantada, juegos para los niños, elección de reina de las fiestas, partidas de dominó o cartas; luego, a mediodía, una parrillada en la vieja laguna, junto al frontón, regada con los caldos de la tierra, y por la tarde se correrá alguna vaquilla que hará las delicias de los mozos, para acabar la jornada con el consabido grupo musical y baile.

Mi pueblo en Agosto reverdece como los campos de regadío, se vuelve más vivo y más brillante, aunque palidezca después cuando, de nuevo, se vayan los visitantes; entonces sus escasos habitantes volverán a instalarse en la rutina, la cantina seguirá abierta para unos pocos y la iglesia semivacía solo festejará los días festivos; después empezarán los aires silbantes y llegarán los fríos para recordarnos que el calendario es inmutable; así continúa el pueblo un año tras otro, cada vez más solo, cada vez menos habitado y más olvidado. Nos queda el regusto de unos días que fueron casi una ilusión que procuramos retener en la memoria hasta el siguiente Agosto, nada más, pero eso ya lo sabemos.
Mª Soledad Martín Turiño