MI COFRE DE LOS SECRETOS
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
En una urna de cristal, a salvo de miradas ajenas, guardo mis anhelos: pedazos de papel perfectamente doblados con proyectos escritos desde la infancia que un día, cuando esté a punto de concluir este paso por la vida y ya sea demasiado tarde, abriré para comprobar si alguno de ellos se ha cumplido. Guardo también un puñado de capullos de rosas secas para preservarlas del paso del tiempo; cada una es fruto de una vivencia grata, de un recuerdo feliz; un pañuelo de seda blanco bordado con mi inicial que mi madre me regaló un día de verano; sellos que llegaron de tierras lejanas timbrando cartas de amor que destruí un día; fotografías de muchachos que disfrutan de una infancia radiante en un pequeño pueblo: a lomos de un burro, trotando por las calles, subiendo al teso, vestidos de comunión o jugando con el barro; también hay lugar para espacios vacíos que caben aún en el arca y limitan los espacios del resto de objetos.
Esos pequeños tesoros son visibles y descansan a buen recaudo en esta urna de cristal; pero hay otros que mantengo en secreto, ya sea reposando en mi memoria, en un estante perdido entre los libros de la enorme biblioteca o, tal vez, en el interior de alguna maleta olvidada en el altillo de un armario; éstos son los más significativos, los que van unidos a momentos clave de mi existencia y solo yo conozco porque a nadie se los he referido jamás. Algunos se han desteñido con el paso del tiempo y yacen inmóviles en el fondo del equipaje o en la vertical de un libro; son, en su mayoría, papeles de color sepia con inscripciones que solo yo sé descifrar, mensajes encriptados a propósito para, en caso de que alguien los encontrara, no pudiera descifrarlos. Responden a momentos muy íntimos: las sensaciones derivadas del primer amor, de la primera decepción, de cuando se rompió el corazón y parecía que el mundo se paraba y no había sentido alguno para continuar…. ¡tantas cosas!
Necesitamos dar sentido a las experiencias pasadas mediante objetos físicos que nos recuerden los acontecimientos vividos con gracia o desgracia porque, en esos momentos, fueron vitales para nosotros. Yo he guardado todos esos momentos que hoy rememoro y algún día extenderé ante mí para recordar y descifrar su contenido; ellos forman mi memoria, son parte de mí y de lo que soy ahora, morirán conmigo porque nadie puede ser depositario de los sentimientos ajenos.
Cualquier día de invierno, abrigada por la calidez del brasero en esta casa solitaria, me dedicaré a rescatarlos, los acariciaré uno a uno y luego, con una sonrisa y sin remordimiento alguno, los destruiré uno a uno para que no quede rastro de una vida plena y nada pueda caer en manos ajenas que, por curiosidad o con falta de respeto, no los valore adecuadamente. ¡Ellos formaron parte de mi vida y no están en venta!
Esos pequeños tesoros son visibles y descansan a buen recaudo en esta urna de cristal; pero hay otros que mantengo en secreto, ya sea reposando en mi memoria, en un estante perdido entre los libros de la enorme biblioteca o, tal vez, en el interior de alguna maleta olvidada en el altillo de un armario; éstos son los más significativos, los que van unidos a momentos clave de mi existencia y solo yo conozco porque a nadie se los he referido jamás. Algunos se han desteñido con el paso del tiempo y yacen inmóviles en el fondo del equipaje o en la vertical de un libro; son, en su mayoría, papeles de color sepia con inscripciones que solo yo sé descifrar, mensajes encriptados a propósito para, en caso de que alguien los encontrara, no pudiera descifrarlos. Responden a momentos muy íntimos: las sensaciones derivadas del primer amor, de la primera decepción, de cuando se rompió el corazón y parecía que el mundo se paraba y no había sentido alguno para continuar…. ¡tantas cosas!
Necesitamos dar sentido a las experiencias pasadas mediante objetos físicos que nos recuerden los acontecimientos vividos con gracia o desgracia porque, en esos momentos, fueron vitales para nosotros. Yo he guardado todos esos momentos que hoy rememoro y algún día extenderé ante mí para recordar y descifrar su contenido; ellos forman mi memoria, son parte de mí y de lo que soy ahora, morirán conmigo porque nadie puede ser depositario de los sentimientos ajenos.
Cualquier día de invierno, abrigada por la calidez del brasero en esta casa solitaria, me dedicaré a rescatarlos, los acariciaré uno a uno y luego, con una sonrisa y sin remordimiento alguno, los destruiré uno a uno para que no quede rastro de una vida plena y nada pueda caer en manos ajenas que, por curiosidad o con falta de respeto, no los valore adecuadamente. ¡Ellos formaron parte de mi vida y no están en venta!
Mª Soledad Martín Turiño