LA MAGIA DE TU RECUERDO
(Castronuevo de los Arcos)
Te pierdes en la distancia cada día un poquito más, cada jornada más lejos, ni el recuerdo se hace patente, se desdibuja tu rostro, tus maneras, tus andares, tu sonrisa… solo tus ojos, aquellos ojos de mar y cielo se clavan en mi mente hasta llenarla por completo; me baño en ellos como un remanso de agua perfumada por la dicha. Te vas perdiendo o tal vez es la vida la que nos pierde a todos cada día un poquito; vamos desgranando esas células que se mueren irremediablemente sin ser sustituidas por otras nuevas y antes de que la memoria extinga completamente tu recuerdo, quiero esperar un momentito más, desnudar mi cuerpo ajado y entrar en ese remanso azul que tiñe mis mañanas de fulgor y gloria.
Dicen que no hay luz sin oscuridad, no hay pena sin alegría, no hay dolor sin gloria. Vivimos con los opuestos en un mundo que tiende a valorar lo semejante y lo antitético entrando a menudo en contrariedades, y con unas personas que lo pueblan completamente volubles, inconstantes, con actitudes opuestas a los sentimientos, muchas veces erráticos, porque decimos una cosa y pensamos otra que sentimos y no manifestamos por cobardía, por precaución o, tal vez, por no hacer daño. Somos eso que cada uno lleva interiorizado dentro de sí y lo que revelamos solo es el escaparate, la careta que nos ponemos delante para convivir con los demás en esta jungla llamada mundo. Sin embargo sé que tú fuiste real, aunque a veces –más debido a los años que a la propia realidad- crea que todo formó parte de un hermoso sueño. No existen fotografías, testimonios ni nada que confirme tu presencia en mi vida porque fuimos demasiado celosos de aquella relación de unas horas que conformó toda mi existencia. En los momentos difíciles allí estaba tu recuerdo, junto a mi almohada húmeda de llanto percibía el aliento cálido de tu boca, cuando las fuerzas fallaban regresaba tu imagen de hombre fuerte animándome a seguir adelante…
He oído que me quisiste, que fui importante en tu solitaria vida, no sé si tanto como tú en la mía; solo espero que podamos vernos siquiera una vez más para darte las gracias y, aunque arrugados por la vida, sé que nuestros corazones seguirán con la juventud de entonces, esa juventud del alma que, bendecida por el amor, no se marchita nunca.
Mª Soledad Martín Turiño