FÁBULAS Y TESOROS
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Si hay algo que nuestros antepasados consideraban sagrado, era mantener las tradiciones, muchas de ellas relacionadas con la manera de ser y vivir de entonces que fueron perdiéndose con el transcurrir de los años y otras en relación con el santoral de una España oficialmente católica. El calendario festivo comienza con las alboradas de los quintos en la madrugada de la noche de Reyes; le sigue Santa Águeda en febrero, San Isidro en mayo, la Semana Santa (con sus correspondientes procesiones de miércoles, jueves y sábado Santo) y Nuestra Señora de la Asunción en agosto, como fiesta principal por ser la patrona del pueblo; de este modo el calendario se salpica con días festivos para marcar un alto en el duro trabajo agrario y un motivo para festejar los días.
Necesitamos preservar las costumbres como un legado para nuestros descendientes; recordar aquellas fábulas que conservan el patrimonio cultural que tiene cada uno de los pueblos, hasta el más recóndito de nuestras tierras... En mi pueblo, aún se recuerdan leyendas que se han ido transmitiendo de manera popular como suele ocurrir casi siempre, en las que es muy probable que se confunda la ficción con la realidad, ya que se transmiten oralmente de unos a otros y cada uno añade determinados aditamentos de su propia cosecha, lo que acaba creando una historia que poco tiene que ver con la original. Algunas que he escuchado desde niña son:
• La de aquel agricultor que, arando las tierras en la parte alta de la villa, cedió el suelo bajo sus pies abriéndose un gran agujero que escondía vasijas, monedas y otros tesoros.
• Aquella otra fábula de un vecino que, adentrándose en la bodega de su casa durante unos cuantos metros, llegaba un momento en que, al carecer de oxígeno se apagaban las velas, hasta que un día logró alcanzar al final y desde entonces su fortuna cambió mejorando ostensiblemente.
• La que trata de una cabra de oro que yace oculta entre los restos del antiguo muro que formaba parte de la villa que, en origen fue un castro vacceo situado a pocos metros del costado occidental de la iglesia y del que en la actualidad quedan tan solo unos restos de hormigón y encofrado de cal y canto.
• También recuerdo el miedo que sentía cada vez que pasaba por la trasera de la actual iglesia ya que, en su origen había un cementerio y la leyenda hablaba de las voces de los difuntos que se escuchaban al pasar de anochecida por aquel lugar.
Ciertas o inventadas, todas estas historias han contribuido a mantener la atención fija en quien las narraba, sentados alrededor del fuego del hogar, en una época en que no se disponía de medios de entretenimiento como los actuales, no había llegado aún la televisión y escuchar la radio era un lujo que no todos podían permitirse. Recuerdo tardes de invierno en silencio oyendo estas historias, imaginando y fabulando con las riquezas que podían estar enterradas en la villa; lo cual podía tener hasta un punto de verdad porque Castronuevo fue asentamiento romano y, de hecho, hay personas que, al trabajar la tierra, han hallado monedas y enseres que hacen pensar en la verosimilitud de algunas de las leyendas mencionadas.
En cualquier caso, resulta interesante que no se pierdan en el olvido esas historias porque son propias de lugares y momentos en que nos hicieron soñar con la ingenuidad de cuando éramos niños.
Necesitamos preservar las costumbres como un legado para nuestros descendientes; recordar aquellas fábulas que conservan el patrimonio cultural que tiene cada uno de los pueblos, hasta el más recóndito de nuestras tierras... En mi pueblo, aún se recuerdan leyendas que se han ido transmitiendo de manera popular como suele ocurrir casi siempre, en las que es muy probable que se confunda la ficción con la realidad, ya que se transmiten oralmente de unos a otros y cada uno añade determinados aditamentos de su propia cosecha, lo que acaba creando una historia que poco tiene que ver con la original. Algunas que he escuchado desde niña son:
• La de aquel agricultor que, arando las tierras en la parte alta de la villa, cedió el suelo bajo sus pies abriéndose un gran agujero que escondía vasijas, monedas y otros tesoros.
• Aquella otra fábula de un vecino que, adentrándose en la bodega de su casa durante unos cuantos metros, llegaba un momento en que, al carecer de oxígeno se apagaban las velas, hasta que un día logró alcanzar al final y desde entonces su fortuna cambió mejorando ostensiblemente.
• La que trata de una cabra de oro que yace oculta entre los restos del antiguo muro que formaba parte de la villa que, en origen fue un castro vacceo situado a pocos metros del costado occidental de la iglesia y del que en la actualidad quedan tan solo unos restos de hormigón y encofrado de cal y canto.
• También recuerdo el miedo que sentía cada vez que pasaba por la trasera de la actual iglesia ya que, en su origen había un cementerio y la leyenda hablaba de las voces de los difuntos que se escuchaban al pasar de anochecida por aquel lugar.
Ciertas o inventadas, todas estas historias han contribuido a mantener la atención fija en quien las narraba, sentados alrededor del fuego del hogar, en una época en que no se disponía de medios de entretenimiento como los actuales, no había llegado aún la televisión y escuchar la radio era un lujo que no todos podían permitirse. Recuerdo tardes de invierno en silencio oyendo estas historias, imaginando y fabulando con las riquezas que podían estar enterradas en la villa; lo cual podía tener hasta un punto de verdad porque Castronuevo fue asentamiento romano y, de hecho, hay personas que, al trabajar la tierra, han hallado monedas y enseres que hacen pensar en la verosimilitud de algunas de las leyendas mencionadas.
En cualquier caso, resulta interesante que no se pierdan en el olvido esas historias porque son propias de lugares y momentos en que nos hicieron soñar con la ingenuidad de cuando éramos niños.
Mª Soledad Martín Turiño