EL RETORNO DE LOS EMIGRANTES
(Castronuevo de los Arcos)
En los años 60-70 se produjo un éxodo rural sin precedentes, millones de personas abandonaron los pueblos de España hacia otros lugares del territorio nacional en busca de un futuro y mejores condiciones de vida. Quienes nos vimos en la tesitura de dejar el pueblo donde nos habíamos criado, la tierra que nuestros padres y abuelos habían trabajado y las costumbres que llevábamos arraigadas en el alma, para empezar de nuevo en un lugar diferente y sin apego, conocen el enorme esfuerzo que hicieron aquellas familias, cambiando el aire libre por el fuego de los Altos Hornos, el silencio por el gentío y, sobre todo, por hacerse con un empleo que nada tenía que ver con la vida rural.
Creo que pocas personas que lo hayan vivido, habrán sido ajenas a estos versos de la canción “El emigrante” que tan magistralmente entonaba Juanito Valderrama:
Cuando salí de mi tierra,
volví la cara llorando,
porque lo que más quería
atrás me lo iba dejando,
¡Cuántas veces, escuchando la radio por la tarde, mi madre cosiendo, nosotras haciendo los deberes, mi padre llegando del trabajo, ponían esta melodía y todos dejábamos nuestras tareas para mirar al infinito escuchando la tonada, mientras las lágrimas luchaban por salir al exterior!
Sí, el pueblo seguía pesando; allí se habían quedado los abuelos, los tíos más jóvenes que aún seguían luchando con los áridos terrones, los vecinos y amigos… y nosotros formábamos parte ahora de esa otra vida que nos alentaba a seguir, a no regresar sin haber ganado, a trabajar y dar un futuro mejor a los hijos: estudios, universidad… y eso valía todo el esfuerzo, toda la nostalgia. En alguna ocasión, cuando creían no ser escuchados, oí a mis padres preguntándose si había merecido la pena el cambio, si no se habrían equivocado y yo entonces pensaba que ojalá regresáramos cuanto antes, porque el pueblo significaba el cobijo, ese refugio que nos protegía de todo.
Aquella canción hizo llorar a muchos emigrantes; la mayoría se quedaron en sus nuevos destinos, afianzaron sus afectos y se enraizaron en las nuevas tierras hasta el punto de que el pueblo quedó tan solo como un recuerdo que se desdibujaba a medida que faltaban los seres queridos; otros, prometimos regresar, ya fuera unos días como forasteros en vacaciones, con la idea de asentarnos en la vieja villa llegada la jubilación, o incluso descansar allí para siempre en el camposanto junto con nuestros antepasados.
Mª Soledad Martín Turiño