CASTRONUEVO EN AGOSTO: "EL DÍA DE LA FIESTA"
Relato con origen : Castronuevo de los Arcos
Nunca sabrás la paz que me has regalado, ni quizás seas capaz de valorar el poder del recuerdo de unas horas que han configurado casi una vida. Aquellas horas hace ya tanto tiempo, cuando hablamos sin parar de todo mientras veíamos a los demás girar incesantes en el tiovivo de la ilusión; y entre tanto vaivén nuestro hablar era grave y reposado al mismo tiempo, mirándonos poco y escuchando mucho: mis ilusiones, tus complejos, mi reproche cariñoso, tu escepticismo…
Para cualquiera que pudiera vernos, aquello no era más que una conversación, para mí fue la comunión de dos almas que provenían del tronco común más enraizado en mi bendita tierra castellana.
Hablabas con el acento y la parquedad de mis ancestros, diciendo solo lo necesario, omitiendo los excesos o la ampulosidad, a la que no estamos acostumbrados. Y a mí me gustaba escucharte, porque cada palabra tuya sería respetada por mí durante años: trabajadores y estudiantes, la eterna lucha de de celos que yo nunca tuve, la confidencia de tu amputada vocación deportista, el obligado “¿bailas?” en un baile; mi respuesta negativa, más formal que sincera, solo inducida por el gusto de seguir conversando.
Aquella tarde entera hablando en una de las gradas de un baile improvisado de pueblo me ha hecho recapacitar muchas veces. Solo te conocía de vista hasta aquel momento, pero tu conversación ha sido de las que han perdurado en mi recuerdo. Sé que te sentías inferior a nosotros, los estudiantes que habíamos salido del pueblo para labrarnos un futuro, por haberte quedado en el pueblo siendo un agricultor más. Yo, que si he aprendido algo en esta vida, ha sido precisamente que no debemos olvidar de donde venimos, y como estoy muy orgullosa de que muchos de mis antepasados hayan sido agricultores (incluidos mi padre y mis abuelos), y he aprendido tanto de ellos, intenté disuadirte de tales ideas, aunque podía comprenderte.
Era curioso ver, año tras año, en las vacaciones de Agosto, cuando regresaban a sus lugares de origen aquellos que se habían ido a la ciudad para labrarse un futuro mejor, esa mezcla de pedantería y orgullo mal disimulado que exhibían ante sus vecinos del pueblo de toda la vida, y cuan fácilmente olvidaban que no muchos años antes sus familias también habían sido, e incluso algunos seguían siendo, agricultores sencillos. Yo me preguntaba ¿Por qué perdían ese recuerdo con tanta facilidad?. ¿Acaso la ciudad había acabado con sus orígenes?.
Te hablé de lo traumática que había sido mi partida del pueblo, y te hablé de mis progresos en una ciudad grande que ofrecía todo tipo de posibilidades, de los pequeños éxitos, de las grandes perspectivas, y también de mi pasado feliz en aquel Castronuevo de mi infancia, con aquellas gentes a las que me sentía tan vinculada, así como del deseo febril de volver un día a la tierra de mis orígenes. Fue una tarde rica en emociones. Me gustaba escuchar tu hablar pausado, mientras me veía reflejada en esos ojos azules como la inmensidad del océano.
Ya era tarde y te dispusiste a acompañarme a casa. Las calles del pueblo estaban solitarias, y a lo lejos se escuchaban todavía los últimos acordes del baile. Había una paz que nunca he vuelto a encontrar en ninguna otra parte.
Cuando llegamos cerca de casa, tu suave abrazo de despedida hizo que temblara todo mi cuerpo. Entonces, en un impulso aprendido me apresuré a decir, a modo de disculpa:
- Seguro que tiene una explicación física.
Pero tú, sin perder la sonrisa, muy calmadamente dijiste:
- Esto no tiene nada que ver con la física
Te busqué al día siguiente a la entrada de la iglesia, te busqué cuando veía pasar algún tractor a lo lejos, y te he seguido buscando a lo largo de los años… pero no volví a verte.
Ha pasado toda una vida. Sé que sigues allí. Yo voy con frecuencia al pueblo de mi infancia y solo espero encontrarte un día para volver a hablar contigo, para volver a mirarme en tus ojos claros y para repetirte, una vez más, el orgullo que siento por haber conocido a alguien como tú, un hombre que continuó en el pueblo la senda de todos aquellos que hicieron posible que un día, otro puñado de personas como yo, consiguiéramos emigrar a la ciudad para intentar un futuro mejor.
También tengo otra cosa que decirte: tenías razón, aquello no tuvo nada que ver con la física.
Para cualquiera que pudiera vernos, aquello no era más que una conversación, para mí fue la comunión de dos almas que provenían del tronco común más enraizado en mi bendita tierra castellana.
Hablabas con el acento y la parquedad de mis ancestros, diciendo solo lo necesario, omitiendo los excesos o la ampulosidad, a la que no estamos acostumbrados. Y a mí me gustaba escucharte, porque cada palabra tuya sería respetada por mí durante años: trabajadores y estudiantes, la eterna lucha de de celos que yo nunca tuve, la confidencia de tu amputada vocación deportista, el obligado “¿bailas?” en un baile; mi respuesta negativa, más formal que sincera, solo inducida por el gusto de seguir conversando.
Aquella tarde entera hablando en una de las gradas de un baile improvisado de pueblo me ha hecho recapacitar muchas veces. Solo te conocía de vista hasta aquel momento, pero tu conversación ha sido de las que han perdurado en mi recuerdo. Sé que te sentías inferior a nosotros, los estudiantes que habíamos salido del pueblo para labrarnos un futuro, por haberte quedado en el pueblo siendo un agricultor más. Yo, que si he aprendido algo en esta vida, ha sido precisamente que no debemos olvidar de donde venimos, y como estoy muy orgullosa de que muchos de mis antepasados hayan sido agricultores (incluidos mi padre y mis abuelos), y he aprendido tanto de ellos, intenté disuadirte de tales ideas, aunque podía comprenderte.
Era curioso ver, año tras año, en las vacaciones de Agosto, cuando regresaban a sus lugares de origen aquellos que se habían ido a la ciudad para labrarse un futuro mejor, esa mezcla de pedantería y orgullo mal disimulado que exhibían ante sus vecinos del pueblo de toda la vida, y cuan fácilmente olvidaban que no muchos años antes sus familias también habían sido, e incluso algunos seguían siendo, agricultores sencillos. Yo me preguntaba ¿Por qué perdían ese recuerdo con tanta facilidad?. ¿Acaso la ciudad había acabado con sus orígenes?.
Te hablé de lo traumática que había sido mi partida del pueblo, y te hablé de mis progresos en una ciudad grande que ofrecía todo tipo de posibilidades, de los pequeños éxitos, de las grandes perspectivas, y también de mi pasado feliz en aquel Castronuevo de mi infancia, con aquellas gentes a las que me sentía tan vinculada, así como del deseo febril de volver un día a la tierra de mis orígenes. Fue una tarde rica en emociones. Me gustaba escuchar tu hablar pausado, mientras me veía reflejada en esos ojos azules como la inmensidad del océano.
Ya era tarde y te dispusiste a acompañarme a casa. Las calles del pueblo estaban solitarias, y a lo lejos se escuchaban todavía los últimos acordes del baile. Había una paz que nunca he vuelto a encontrar en ninguna otra parte.
Cuando llegamos cerca de casa, tu suave abrazo de despedida hizo que temblara todo mi cuerpo. Entonces, en un impulso aprendido me apresuré a decir, a modo de disculpa:
- Seguro que tiene una explicación física.
Pero tú, sin perder la sonrisa, muy calmadamente dijiste:
- Esto no tiene nada que ver con la física
Te busqué al día siguiente a la entrada de la iglesia, te busqué cuando veía pasar algún tractor a lo lejos, y te he seguido buscando a lo largo de los años… pero no volví a verte.
Ha pasado toda una vida. Sé que sigues allí. Yo voy con frecuencia al pueblo de mi infancia y solo espero encontrarte un día para volver a hablar contigo, para volver a mirarme en tus ojos claros y para repetirte, una vez más, el orgullo que siento por haber conocido a alguien como tú, un hombre que continuó en el pueblo la senda de todos aquellos que hicieron posible que un día, otro puñado de personas como yo, consiguiéramos emigrar a la ciudad para intentar un futuro mejor.
También tengo otra cosa que decirte: tenías razón, aquello no tuvo nada que ver con la física.
Mª Soledad Martín Turiño