BUSCANDO EL SENTIDO
(Castronuevo de los Arcos)
Después de tantas semanas de confinamiento y con la perspectiva de las que aún nos quedan por delante, ya empiezan a pasar factura en la gente que nos vemos obligados a encerrarnos en casa; unos por haber dado positivo en el test del Covid 19 y además agradecidos por poder permanecer en nuestros domicilios, sin visitar el hospital aunque sea soportando los efectos adversos y nocivos que dicho virus genera. Hay, en cambio, personas que aun habiendo sido positivas, no presentan síntomas siendo más llevadera su situación y, por último, está el resto de gente que se encuentran bien y obedecen tan solo con el mandado de la reclusión.
Me he permitido este preámbulo porque esta situación difícil puede ser más o menos soportable, dependiendo de la circunstancias. En mi caso, el hecho de dar positivo no fue más que la confirmación de una serie de malestares que venía sufriendo desde que llegó la pandemia a España; además de un aislamiento absoluto, confinada en una zona de la casa, sin poder utilizar otros espacios, sin ayudar a quien en estos momentos me atiende ni paliar un poco su carga ya que puedo infectar con mi sola presencia, pese a llevar en todo momento mascarilla; me siento una apestada. Aparte del hecho de que no me encuentro bien porque el dolor me impide hacer muchas de las cosas que me gustaría, los calmantes a veces surten o no efecto; la alimentación es una estricta dieta mantenida que ya cansa; los días se suceden sin cambios ni mejoría sustancial y llega la desesperación, la apatía y la dejación. Por fortuna familia y amigos envían constantemente un gran apoyo emocional en forma de mensajes y llamadas (que a veces no me siento con ánimo de atender) de energía y de fuerza para seguir en esta lucha contra un enemigo invisible y poderoso.
Este escenario es completamente distinto al de muchas personas que están asintomáticas y pueden hacer del encierro obligado casi unas vacaciones para relajarse, aprovechar el ocio, convivir con su familia, disfrutar de su presencia, y hacer mil actividades juntos porque se encuentran bien. Me pregunto si esto no será una prueba que nos lleve a pensar, a vaciar la mente de distracciones fútiles y dejar hueco a una profunda revisión de nuestra vida, de lo que hacemos bien y mal, de aquello que quedó por decir, de la gente que abandonamos en el camino, de los otros con quienes podíamos haber reanudado la amistad -ese caro tesoro- y la perdimos frívolamente... de tantas cosas que ahora podemos rehacer, completar o mejorar.
Tal vez se nos presente esta oportunidad de introspección mental ahora que estamos obligados a enclaustrarnos; quizá redescubramos a nuestros familiares más directos, con quienes compartimos un tiempo insuficiente que se posterga tras las obligaciones laborales diarias y valorar a todos aquellos que han demostrado estar ahí en los momentos más difíciles.
Me siento profundamente conmovida porque la distancia, que he considerado siempre un escollo, gracias a las nuevas tecnologías está favoreciendo esa cercanía tan necesaria en estos momentos; y otro dato importante (que quizá pueda ayudar a alguien), es que este tiempo libre puede muy bien servir de catarsis emocional, de regresión al pasado, de recuerdo a aquellos que perdimos y formaron parte de nuestra vida; también para planear el futuro, para forjarse metas y poner ilusión en lo que pueda acontecer.
En cualquier caso, y a modo de conclusión, esta ha sido una prueba más -en mi caso no definitiva, ya que con la edad he aprendido a valorarla- para descubrir el valor de la vida que se nos ha regalado y de la que somos dueños absolutos.
Mª Soledad Martín Turiño