BRINDIS POR CASTRONUEVO
(Castronuevo de los Arcos)
Castronuevo, voy a brindar por ti y tus gentes: los vecinos que acompañaron mi infancia y de quienes conservo tantos y tan gratos recuerdos, los que continúan allí, los que se fueron, los vivos y los muertos; así que levanto mi copa por:
- Quinti, el cartero, que iba de puerta en puerta para entregar la correspondencia y paseaba cada calle con el morral de cartas al hombro repartiendo noticias buenas y malas a los vecinos que conocía por su nombre y le esperaban en la puerta de su casa por si traía las anheladas noticias.
- Los barberos: Sono (llamado Crisógono), Alejandro, Meli, y en los últimos tiempos Alfredo, a quien recuerdo viajando en bici por el pueblo con sus útiles de trabajo. Antiguamente los hombres se hacían afeitar una vez a la semana por el barbero que iba casa por casa a rasurar a sus clientes. Más tarde sólo precisarían de sus servicios para corte de pelo, ya que el uso extendido de las máquinas de afeitar usurpó parte de su trabajo.
- Pregoneros como Germán, o Nazario, un hombre menudo que cada tantos metros y acompañado de un silbato-corneta voceaba de trecho en trecho las noticias principales a la voz de “De parte del señor alcalde, se hace saber….”
- Los dueños de los bares: Moreno, Tomasa o Maquelina, que sirvieron diariamente a abuelos y padres una taza de café humeante mientras jugaban eternas partidas de cartas sentados alrededor de una mesa, al tiempo que empatizaban y daban sentido a su merecido ocio tras una dura jornada de trabajo en el campo; establecimientos que fueron y son también lugar de encuentro para los jóvenes después de misa o cada tarde como punto de reunión y charla.
- Los dueños de los dos comercios del pueblo: el del Sr. Lisardo y su mujer doña Benita, y el del Sr. Zósimo respectivamente, que a la muerte de ambos continuaron regentando sus hijos y más tarde sus nietos, y que nos proveían desde sus tiendas de ultramarinos de cuantos víveres necesitábamos.
- Los sacerdotes marcaron con seña de identidad propia la historia de la iglesia en Castronuevo durante muchos años: Don Felipe Temprano y Don Alfonso Parra, el cura por excelencia de Castronuevo durante toda mi infancia, adolescencia, juventud y madurez. Le recuerdo como el eterno párroco que nos sermoneaba con acritud desde su púlpito y a quien besábamos respetuosamente la mano cuando de pequeñas nos lo encontrábamos por la calle.
- Javier, el sempiterno practicante (ahora se denominan Enfermeros), que iba a domicilio a poner las inyecciones de hígado de nuestra infancia para fortalecer aquellos niños que adolecían de tantas cosas, y cada día durante años a visitar a enfermos (jóvenes y mayores) de casa en casa.
- Doña Agapita, maestra de niñas y don Vitorio, maestro de los chicos, que fueron los artífices de los primeros conocimientos que adquirimos, a fuerza de sistemáticas repeticiones de conceptos y mano dura. Otros de la generación anterior fueron: Dña. Dolores, Doña Isabel, Doña, Filito (en suplencias) Doña María o doña Delfina de las Heras. Todas ellas fueron maestras de niñas, y D. Basilio y Don Paulino, maestros de niños.
- El señor Esteban, que fabricaba el mejor queso del mundo, cuyo aroma nos envolvía al llegar cerca de su casa.
- Los médicos que prestaron sus servicios en el pueblo fueron: D. Dídimo, D. Lorenzo y en los últimos tiempos D. Inocencio, a quien todos llamaban familiarmente Chencho, más cercano a mi época, conocían a los pacientes por su nombre y sus hechos, los visitaban a menudo en sus casas y les regalaban su tiempo, a veces más necesario que los propios cuidados, sobre todo para tantas personas que vivían solas careciendo del más mínimo afecto y compañía que animara sus días.
- Los carpinteros como Serapio, padre de Moreno, y más tarde Alejandro y su hijo Jani, que vivían al lado de la laguna y al pasar por allí, siempre con la puerta abierta, era fácil escuchar la sierra trabajando y ver las virutas de serrín que lo impregnaban todo.
- Al afilador lo apodábamos "El señor Zazo", porque no pronunciaba bien y hablaba con la "z". Pasaba por las casas con sus útiles afilando cuchillos, hoces, segaderas…
- Esquiladores como Chencho, Regino y su hijo Germe que trasquilaban tanto en Castronuevo como en los pueblos cercanos.
- El señor Felicísimo que regentaba la fragua, un lugar de trabajo además de un espacio de reunión entre los labradores. Allí acudían con frecuencia los hombres al regresar del campo no solo para arreglar los aperos de labranza, sino también para charlar y encontrarse, hablar e intercambiar impresiones.
- La centralita a cargo de la señora Claudina que era donde se concentraba la telefonía para todo el pueblo y donde ponía o recibía las conferencias de los ausentes para las personas del pueblo que esperaban con paciencia la comunicación.
- Albañiles como el señor Romano y posteriormente su sobrino Ricardo, llamado "el Argentino", que construyeron una buena parte de las viviendas del pueblo.
- Veterinarios como mi tatarabuelo Antonio Turiño y D. Bernardo. También hubo otros que iban esporádicamente al pueblo, pero no residían en él.
- Las farmacéuticas Doña Inmaculada y más tarde Doña Clemencia que dispensaban en su botica los remedios que recetaban los médicos.
- Panaderos: Quienes no tenían horno en sus casas, compraban el pan o los dulces en casa de Tano o de Casto y su mujer Esperanza, que fueron durante mucho tiempo los tahoneros del pueblo.
No puedo olvidar en este brindis repleto de gente que dio a Castronuevo un nombre propio y que cubrieron la necesidad de abastecer de víveres a la gente a través de sus ventas ambulantes, en carros tirados de mulas y más tarde en camionetas que se desplazaban con sus provisiones de casa en casa. Algunos productos fueron:
- La famosa caja de dulces de Próspero, de Belver de los Montes con su variedad de pastas recubiertas de fideos multicolores.
- El "chocolate de Belisario", que era un chocolate de onzas gruesas y sabor algo terroso, con el envoltorio de papel marrón atado con un cordelito, y que prometía momentos felices para el paladar una vez abierto.
- Los ultramarinos del Sr. Toribio o de Flores provenientes de pueblos cercanos como Malva o Cañizo,
- El pan de Crece, que era de Pobladura y dejaba tras de sí una inconfundible aroma.
Brindo también por todas las personas sin nombre que han sido tan importantes en mi vida: las vecinas que se reunían en la portalada de las casas formando un corro mientras cosían o bordaban ajuares primorosos; los pastores que llevaban sus ovejas por las calles levantando una polvareda como recuerdo de su paso; los hombres y mujeres que estimularon mis sentidos, a los que observé meticulosamente con ojos de niña y cuyo comportamiento y formas de ser se han quedado grabados en mí para siempre.
Brindo por ese carácter austero, que no conoce halagos vanos ni adornos fútiles, por ese temple y ese punto de humildad que tienen mis vecinos castellanos, considerando que son menos que los forasteros y envidiando secretamente el desparpajo de la gente de ciudad.
Brindo por toda la gente que conocí, por los que he nombrado, los que he omitido y los que se han perdido en la memoria, por su recuerdo, por su ejemplo y porque continuarán siempre en mi mente.
Mª Soledad Martín Turiño