LOS QUINTOS DEL 57
Los niños de antaño que fueron amigos
de escuela, vivencias y rezos diarios
se han hecho adultos dispersos por las tierras
de este país nuestro en sus distintos reinos.
Eran de pequeños unos niños tímidos, algo timoratos
y muy retraídos, con caritas tristes de hambres duraderas,
con miedo a la vara presta del maestro, o a la colleja
que les sorprendía al menor descuido.
Aquellos niños buenos rezaban a diario,
cantaban las canciones que el régimen dictaba,
izaban la bandera al entrar en la escuela
y no podían llorar porque no se lloraba.
Ahora son adultos y ya sexagenarios,
se juntaron un día para hacer un festejo
de reencuentro tardío y excusa por verse,
pero no estaban todos, por unas u otras causas
de vidas o de muertes
faltaron a la cita más de los que fueron.
Los veo ahora mayores, escasos de pelo,
canosos, barrigones, de mechones tintados,
con la tez arrugada y un poco confusos,
apenas reconocen esos rostros distintos
que un día fueron cómplices de vidas juveniles;
el tiempo borró anécdotas, selló vivencias nuevas
y ahora se reencuentran extraños en ideas,
cambiados por los años y por las apariencias;
sin embargo aquel brillo chispeante en los ojos
que buscaba al amigo, al vecino o al hermano
de colegio, de fiesta o de baile primero
sigue siendo el mismo, irradiando de igual modo.
Los miro más despacio y retorno al viejo pueblo
que les dio la semilla de lo que son ahora:
un puñado de paisanos que festejan unidos
y recuerdan nostálgicos vida y sueños pasados.
Por retar a la vida, a pesar de la ausencia
de los que no estuvimos,
aquí va mi homenaje en forma de verso
conminando a todos los viejos amigos
a decir muy muerte: ¡que vivan los quintos!
Mª Soledad Martín Turiño