Poesías de la Tierra del Pan


GRITOS SORDOS EN UNA GUERRA


Las bombas estallan contra el suelo,
arde el cielo con fuegos de artificio
que serían bellos si no fuera por el olor a metralla,
suenan las sirenas en un espantoso aullido,
se resquebraja el aire con partículas de muerte,
mientras se hunde el suelo en un socavón gigante.

La gente huye espantada hacia ninguna parte,
como robots, con apenas lo puesto, ya sin lágrimas,
ocultan la cabeza con sus manos, no ven ni miran,
salen de sus madrigueras de edificios en llamas
a plena calle, a merced de una bala que pase.
Algunos se han puesto a salvo, han huido
dejando atrás sus recuerdos, su sangre y su gente
para proteger a los pequeños que, inmóviles,
miran lo que no entienden y ni siquiera preguntan.

El silencio es otro castigo, y corta como un puñal,
no hay preguntas ni se permiten respuestas,
solo seguir adelante y huir de la barbarie
sin saber el destino, siempre al frente.
Aterrizan al otro lado, exhaustos, vencidos,
doloridos y apaleados por el largo trecho;
unas manos benévolas les otorgan techo,
alimento, compasión en el rostro y a veces
un abrazo al que no pueden responder siquiera.

Se dejan hacer, van y vienen tras sombras que les cuidan,
caen exhaustos en un colchón improvisado,
los ojos siguen abiertos, vigilan, repasan,
recuerdan, añoran, se lamentan de vivir
porque al otro lado siguen en la brecha
familia, vecinos y amigos que van a dar su vida
porque vivan ellos en un lugar a salvo.

Al cabo de un tiempo inexplicable
las mismas manos bondadosas les conducen
a un vehículo que les llevará lejos
mientras se borran los silencios,
lloran ojos sin lágrimas, extenuados, rendidos
en el asiento de un coche cualquiera
que les conduce hacia un destino incierto.

Mª Soledad Martín Turiño