ENVIDIA
Llegó la soledad sin ser llamada,
y con sonrisa artera, sin disimulo
se fue instalando en la casa vacía,
hasta que la dominó por entero.
Mientras, caía la tarde
de otro frío día de invierno,
se acumulaba el carámbano en la calle,
y el hielo formaba ríos pequeños;
de pronto un niño con las botas puestas
chapoteaba buscando cada charco.
Ella que le vio tras la ventana
se soliviantó de la envidia que emanaba
el frugal goce de salpicar el agua
y, con torva mirada, siguió acechando
una felicidad desconocida.
De pronto, invadió al muchacho
con una embestida que atemorizó el aire,
dejó de jugar sin saber el motivo,
agachó la cabeza y siguió su camino
con la tristeza helada en el alma
y la soledad más plena.
¡Curiosa venganza de quien se sabe fuerte
y la implementa en los seres más pequeños,
porque mezquino será triunfo
y aún más mezquina su grata recompensa!.
Mª Soledad Martín Turiño