ÉL Y ELLA
Guarda silencio tras su ausencia,
lleva un fardo de recuerdos vivos
en su memoria, de haces de ilusión,
mañanas de sol y luz embriagadora
de madrugadas trasnochantes.
Él partió un día, ¡malhadado sea!,
para no volver a dibujar la sonrisa en su rostro,
para borrar el aura de ilusión en sus ojos
o la huella de su amor entre las sábanas.
Se fue en medio del silencio oscuro de la noche
sin decir adiós, sin alforjas, sin nada;
ella encontró su ausencia
tras un arrebol de sopor profundo,
el frío de la huida y el abandono
al levantarse con la luz de la mañana.
Quedó en silencio tras recorrer la casa
enloquecida, delirante, trastornada
y comprobó que el alma le dolía,
el corazón se detuvo, el aliento vaciló
y hasta el mismo cielo un instante
retumbó con un trueno feroz.
Sentada y muda, petrificada y sola
la encontraron un día dos almas bellas,
le pintaron de nuevo la sonrisa,
abrieron las ventanas, mudaron sus hábitos
negros por aroma de luz,
las campanas tañían complacidas,
su espíritu se elevaba cada día
y así fue mudando su color.
Puso fin a la ausencia, a la memoria,
al dolor que le había roto el corazón
y resurgió tras un duro calvario
a la vida, a la ilusión, a la sonrisa…
El cruzó en la barca de Caronte
y observa desde lejos ese amor
que quebró por no partirle el alma
con la crudeza y la congoja de un adiós.
Mª Soledad Martín Turiño