EL RAYO

Lluvia en el campo, agua en el pueblo,
nace la vida, se atavía el suelo
y como por embrujo de una magia negra
surgen nubarrones entre las cosechas.
En la iglesia triste de altares antiguos,
perdidos por mor de peculios frescos
que nada ganaron si no es el vacío
de aquellos altares antaño espléndidos,
suena la campana en un gemido lánguido
que tañe irreal como son grabado
porque la escalera de ajado peldaño
ya no permite subir al campanario.

El agua ciñe al pueblo con un aire encrespado,
polvorín que vuela en la fiera ventisca,
no se ve ni un alma, todos guarecidos
ante esta inclemencia que asusta los sentidos.

De pronto un gran estruendo con un fulgor extraño
resuena en la intemperie helándoles la sangre,
el ganado se espanta, los hombres asustados
se santiguan devotos por miedo a lo raro.
Afuera han visto un rayo caer contra la casa
del viejo ciego solo que vive de prestado
porque a nadie tiene que asista su agonía.

Al cabo de algún tiempo parece que se aplaca,
la lluvia cae sin brío, el aire derrotado
deja paso a un silencio que espeluzna y espanta.
La gente sale a comprobar los daños
que Dios en un momento originó enfadado,
se acerca un grupo triste a casa de aquel hombre
y ve un montón de ruinas pero de él no hay rastro;
tal vez ahora sus ojos estén iluminados
por siempre con esa luz que hoy vino a salvarlo.


Mª Soledad Martín Turiño