EL BOSQUE DE VALORIO
Allá, en el bosque de Valorio, en esa tierra
que me perturba e inquieta
quiero perderme y no parar hasta encontrarme.
Tomando un sendero, dejando otro,
ora caminando o descubriendo
junto a matorrales apartados
un nido de ave que despistó su rumbo
y se alojó casualmente entre aquella maleza;
ora reposando en aquel banco alejado de gentes
que invita a meditar, mirando al cielo,
aspirando el aroma de esta tierra,
cavilando posibles e imposibles
sueños sencillos que jamás se cumplirán,
o simplemente reconociendo y asumiendo.
Allá, en el bosque de Valorio, en esa tierra
que me perturba e inquieta
quiero perderme y no parar hasta encontrarme.
Tal vez una mañana camine sin rumbo
una senda tras otra hasta agotarme
y luego, cuando el sentido común dicte sentencia,
habré de tornar sobre mis pasos
y reposar acaso unos instantes para tomar aliento.
Valorio seguirá en el mismo encuadre
hasta que regrese, si acaso regreso.
Imposible aspirarlo entero, recorrerlo todo,
llevarlo en la mente, retratarlo,
amarlo más, definirlo, conocerlo…
Allá, en el bosque de Valorio, en esa tierra
que me perturba e inquieta
quiero perderme y no parar hasta encontrarme.
Espero no llegar a los ochenta como Borges
cuando lloraba en aquel cuento
añorando tantas cosas que no hizo
porque estaba a punto de estar muerto;
por eso corro, camino, miro, observo
y en un rinconcito de mi alma
como el broche que adorna la mejor indumentaria,
el bosque de Valorio llevo puesto.
Mª Soledad Martín Turiño